Capítulo 49; El Destino de Estel

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El aire estaba cargado de tensión y una extraña quietud reinaba en la Cámara de los Secretos. La oscuridad envolvía las paredes cubiertas de serpientes talladas en piedra, y un frío helado parecía emanar desde lo más profundo de la cámara. Lucius, con el corazón martilleándole en el pecho, se cubría los ojos con una mano, intentando no sucumbir al pánico. Sabía que un solo vistazo a la mirada mortal del basilisco podría ser su fin.

En medio de la cámara, Estel se encontraba frente a la criatura. El enorme cuerpo del basilisco se deslizaba con un sordo rumor sobre el suelo de piedra, sus escamas brillando con una luz verdosa bajo la tenue iluminación. Los ojos de la serpiente, dos esferas de un amarillo fulgurante, se clavaron en los de Estel. Sin embargo, para su sorpresa, no sintió nada; ninguna opresión en el pecho, ningún latido mortal. Era como si aquellos ojos, que habían traído la muerte a tantos, fueran inofensivos para ella.

El basilisco ladeó ligeramente la cabeza, su voz resonando en la mente de Estel como un susurro serpenteante.

—"¿Quién eres tú, niña? "—demandó la serpiente, su tono cargado de curiosidad y desconfianza—. "No te reconozco... Pero puedo oler tu sangre... "—la voz se volvió más aguda, como si degustara el aire—. "Hueles igual que él... Eres de su mismo linaje, aunque noto algo diferente..."

Estel parpadeó, sintiendo un escalofrío recorrerle la columna. No estaba segura de qué responder, pero su voz salió más firme de lo que esperaba.

—"¿A él? "—preguntó, su garganta seca—. "¿A quién te refieres?"

El basilisco avanzó un poco más, su imponente cabeza inclinándose hacia ella, sus ojos fijos en los suyos. Había un destello de reconocimiento en su mirada, como si tratara de recordar algo perdido en el tiempo.

—Al chico que abrió esta cámara hace muchos años... —siseó la serpiente, enroscándose lentamente alrededor de una de las columnas, su voz llena de nostalgia—. "Era joven, alto, con el cabello negro... El heredero de mi señor, Salazar Slytherin... Pero tú... "—volvió a olisquear el aire, su lengua bifurcada asomando y recogiendo los rastros de su esencia—. "Su sangre corre por tus venas..."

Estel sintió como si el suelo se deslizara bajo sus pies. Un nudo se formó en su estómago mientras susurraba con una mezcla de temor y curiosidad:

—"¿Cómo se llamaba ese chico... si puedo saber?"

El basilisco dejó escapar un sonido parecido a un gruñido, como si estuviera hurgando en los recovecos de su memoria. Después de lo que pareció una eternidad, finalmente respondió:

—"Tom... Riddle... Sí, así se llamaba. Tom Riddle."

El mundo de Estel pareció detenerse. Un frío más intenso que el de la cámara misma la envolvió. Sentía que todo su cuerpo temblaba mientras pronunciaba, casi sin aliento:

—"Es... es... mi padre..."

El basilisco emitió un sonido que bien podría haber sido un resoplido de sorpresa, o tal vez satisfacción.

—"Ahora entiendo... "—murmuró, sus ojos centelleando con un brillo siniestro—. "Dile a tu amigo que tiene suerte de ser un sangre pura... De lo contrario, no viviría para salir de aquí..."

Lucius, todavía con los ojos fuertemente cerrados, sintió que el sudor frío le resbalaba por la frente. Aunque no podía oír las palabras del basilisco, el tono en la voz de Estel le hacía saber que algo mucho más oscuro de lo que había imaginado se estaba desarrollando ante ellos.

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El aire en la Cámara de los Secretos era denso, casi asfixiante, impregnado del olor a humedad y la antigua magia que había permanecido en esos muros por siglos. Las paredes, cubiertas de musgo y grabados enrevesados, parecían vibrar al ritmo de la tensión creciente. A la luz vacilante de las antorchas, la figura gigantesca del basilisco se erguía imponente, sus ojos amarillentos brillando con una inteligencia peligrosa y un destello de malicia reprimida. Estel sentía la presión del tiempo como un peso en sus hombros, pero mantenía la compostura mientras su mente trabajaba frenéticamente buscando la mejor manera de manejar la situación.

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