Capítulo 19: La Espiral de la Duda

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No tenía turno hasta la tarde en la cafetería, lo que significaba un raro momento de libertad. Aun así, mi mente no se sentía ligera. Las cartas seguían pesando sobre mí, cada palabra retumbando como un eco. Nadie sabía nada o, al menos, eso decían. Matt estaba evasivo, Zahara seguía siendo una piedra en mi zapato, y Lily... bueno, lo de Lily no me había sentado bien, pero tampoco tenía fuerzas para enfrentarlo de nuevo.

Decidí salir a caminar, con la esperanza de despejarme. El aire fresco me ayudaba a pensar, o al menos a fingir que lo hacía. Las calles de la ciudad estaban llenas de estudiantes y trabajadores apurados. Pasé por una librería, un café al aire libre y un par de tiendas con escaparates coloridos, pero nada logró capturar mi atención.

Finalmente, llegué a una zona que no visitaba a menudo: la universidad. Los edificios de ladrillo rojo y las grandes áreas verdes le daban un aire acogedor, aunque no era un lugar donde me sintiera particularmente cómoda. Observé a los estudiantes en grupos, riendo y charlando, y me pregunté cómo sería tener una vida así: normal, sin secretos, sin alas que esconder.

Caminé despacio, perdiéndome en mis pensamientos, hasta que algo me llamó la atención. Bajo un árbol, en el césped, había dos chicos hablando. Uno de ellos era Azkel.

Mi pecho se tensó automáticamente al verlo. Estaba recostado contra el tronco del árbol, con una expresión relajada, casi despreocupada, algo que rara vez le veía. Junto a él había otro chico, con cabello corto y castaño, su cuerpo ancho y robusto, pero sin llegar a ser imponente. Tenía un aire amigable, como alguien que podría contar chistes en una fiesta o ser el primero en ofrecer su ayuda.

Por un momento, pensé en seguir mi camino. No tenía ganas de enfrentarme a Azkel, y mucho menos en público. Pero algo en la escena me hizo detenerme. Había algo en la forma en que hablaban, como si estuvieran compartiendo algo importante. No podía oír lo que decían desde donde estaba, pero la curiosidad comenzó a carcomerme.

Me escondí detrás de un banco cercano, sintiéndome ridícula pero incapaz de apartar la vista.

—¿Estás seguro de esto? —alcancé a oír al chico castaño, su tono preocupado.

Azkel asintió, cruzando los brazos.

—No es una cuestión de elección. Ya estoy metido en esto.

El otro chico negó con la cabeza, visiblemente inquieto.

—No quiero decir que estés solo, pero... todo esto suena demasiado peligroso. ¿Qué pasa si ella no confía en ti?

Sentí cómo mi estómago se encogía. ¿"Ella"? ¿Estaban hablando de mí?

Azkel se llevó una mano al cabello, un gesto que parecía frustrado.

—Confianza no es exactamente lo que tenemos —admitió, con una media sonrisa que no alcanzaba sus ojos—. Pero no tengo tiempo para preocuparme por eso ahora.

El chico castaño suspiró y apoyó la espalda en el tronco del árbol, mirando al cielo.

—Bueno, si necesitas ayuda, ya sabes dónde estoy. Aunque no entiendo por qué te metiste en esto.

—Ni yo —respondió Azkel, casi en un susurro.

El silencio que siguió fue demasiado para mí. No podía quedarme ahí, escuchando fragmentos y llenando los huecos con mi imaginación. Di un paso adelante, mi sombra cayendo sobre el césped.

Azkel fue el primero en notar mi presencia. Sus ojos se entrecerraron, y su postura cambió de inmediato, como si estuviera en guardia.

—Nisha —dijo, con una mezcla de sorpresa y cautela en su voz.

El otro chico se enderezó rápidamente, mirando entre nosotros con curiosidad.

—¿Interrumpo algo? —pregunté, cruzándome de brazos.

Azkel negó con la cabeza, pero su expresión seguía tensa.

—¿Qué haces aquí?

—Paseaba. ¿Eso está prohibido? —respondí, con un tono más frío del que pretendía.

El chico castaño tosió, visiblemente incómodo.

—Yo... creo que es mejor que los deje solos —dijo, levantándose y sacudiéndose el césped de los pantalones.

Azkel lo miró y asintió.

—Gracias, Teht.

Teht me dedicó una sonrisa amistosa antes de alejarse, dejándonos a Azkel y a mí en un incómodo silencio.

—¿Quién es él? —pregunté finalmente, rompiendo la tensión.

—Un amigo —respondió Azkel, encogiéndose de hombros—. Nada más.

Asentí lentamente, aunque no estaba completamente convencida.

—Parecía preocupado. ¿Qué es tan peligroso? —inquirí, mirándolo fijamente.

Azkel suspiró, pasando una mano por su rostro.

—No es asunto tuyo.

—¿No es asunto mío? —repetí, sintiendo cómo la rabia empezaba a burbujear en mi interior—. Entonces, ¿por qué tengo la sensación de que estaban hablando de mí?

Azkel me miró fijamente, su expresión endureciéndose.

—Porque todo gira en torno a ti, ¿verdad? —respondió, su tono cargado de sarcasmo—. No todo es sobre ti, Nisha.

Sentí como si me hubiera dado un golpe en el pecho, pero no estaba dispuesta a retroceder.

—Si no quieres responder, perfecto. Pero no voy a quedarme esperando a que algo más caiga del cielo.

Azkel soltó una risa amarga y dio un paso hacia mí.

—¿Sabes qué es lo más frustrante de todo esto? Que crees que puedes hacer esto sola. No sabes en qué estás metida, Nisha.

—¿Y tú sí? —repliqué, alzando una ceja.

Nos miramos en silencio, cada uno desafiando al otro. Finalmente, Azkel apartó la mirada.

—Solo ten cuidado —dijo en voz baja, antes de girarse y empezar a caminar hacia otro lado.

Lo observé alejarse, mi mente hecha un caos. No entendía nada, pero una cosa era segura: Azkel estaba ocultando algo, y yo no podía ignorarlo por más tiempo.

Más tarde, durante mi turno en la cafetería, no podía quitarme la escena de la universidad de la cabeza. Mientras atendía a los clientes, noté que Lily me observaba desde la barra.

Cuando finalmente se acercó, no perdió el tiempo en rodeos.

—¿Qué pasa contigo últimamente? —preguntó en un susurro.

—¿Ahora qué? —respondí, tratando de no sonar exasperada.

—Primero Zahara, luego ese chico que siempre está rondando. Y ni hablemos de tus cambios de humor.

Rodé los ojos y aparté la vista.

—No tienes idea de lo que estoy pasando, Lily.

—Entonces explícame —insistió, su tono más suave pero igualmente firme.

Suspiré, sintiendo cómo la frustración me aplastaba.

—No puedo explicarlo, ¿vale?

Lily suspiró, pero no insistió más. Solo se quedó allí, observándome como si intentara descifrar un enigma imposible.

Entre dos MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora