Capítulo 33: Paginas Silenciadas

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Los días empezaban a sentirse pesados, como si estuvieran cargados de un aire que no podía respirar. Me refugiaba en el trabajo, organizando y reorganizando la barra de la cafetería hasta que Lily empezaba a lanzar indirectas sobre cómo "hacer algo productivo". Era mejor eso que pensar en todo lo que estaba pasando.

No había visto a Azkel desde aquella noche. Bueno, lo veía de reojo cuando pasaba por la calle o cuando aparecía en la cafetería con Teht, pero nunca nos dirigíamos la palabra. Era como si hubiera un pacto silencioso entre nosotros: ignorarnos para no empeorar las cosas.

Sin embargo, el silencio era tan incómodo como las palabras que no habíamos dicho.

—¿Vas a quedarte ahí todo el día? —preguntó Lily desde la puerta trasera, con una ceja levantada y las manos en la cintura.

Levanté la vista del mostrador y me encogí de hombros.

—¿Qué más quieres que haga? Ya limpié todo.

—Sal. Tómate un descanso. Respira aire fresco.

Resoplé, pero sabía que tenía razón. Tomé mi bolso y salí por la puerta trasera sin mirar atrás.

Caminar sin rumbo por la ciudad se había convertido en mi pasatiempo favorito. Las luces, los ruidos y las multitudes distraían mi mente, aunque solo fuera un poco. Pero esa tarde, mientras cruzaba uno de los mercados locales, algo diferente llamó mi atención.

Había un pequeño puesto al final de la calle, uno de esos que parecía olvidado por todos. No había clientes alrededor, solo un anciano sentado detrás del mostrador. Su rostro estaba arrugado y sus ojos brillaban con una intensidad que me incomodaba un poco.

Cuando me acerqué, vi que el puesto estaba lleno de pequeños objetos: relojes antiguos, colgantes, cuadernos de cuero gastado. Había algo casi mágico en todo aquello, como si el lugar perteneciera a otro tiempo.

—Parece que buscas algo —dijo el hombre, sin levantar mucho la voz.

—No lo sé —respondí, mirando los objetos con curiosidad—. Solo estaba pasando.

El anciano soltó una risa baja.

—Nadie llega aquí "solo por pasar".

Rodé los ojos y me giré para irme, pero entonces mi mirada se posó en un pequeño libro, encuadernado en cuero negro. Estaba apartado del resto, como si no quisiera ser encontrado.

—¿Qué es eso? —pregunté, señalándolo.

El anciano me miró fijamente por un momento antes de tomar el libro y ofrecérmelo.

—Es un diario. Pero no uno cualquiera. Este escribe las cosas que no puedes decir en voz alta.

—¿Qué? —pregunté, confundida.

—Escribe por ti —explicó—. Las cosas que guardas dentro, esas que ni siquiera tú entiendes.

Solté una risa nerviosa, pero algo en su tono me hizo tomar el libro. No era grande, cabía perfectamente en mis manos, y al abrirlo, vi que las páginas estaban en blanco.

—No creo en cosas mágicas, si es lo que estás intentando venderme.

—No necesitas creer para que funcione —respondió el hombre, inclinándose hacia adelante—. A veces, lo que más necesitamos es una forma de enfrentar lo que evitamos.

No sabía por qué, pero sentí un impulso de quedármelo.

—¿Cuánto cuesta?

El anciano negó con la cabeza.

—No se paga con dinero. Pero recuerda esto: lo que escribas en esas páginas tendrá peso.

—¿Peso?

—Tarde o temprano, tendrás que enfrentarlo.

No entendí lo que quiso decir, pero dejé el dinero que llevaba de todos modos y salí de allí con el libro en las manos.

Esa noche, en mi refugio del tejado, no podía dejar de mirar el diario. Parecía un objeto común, pero las palabras del anciano seguían rondando mi mente.

Finalmente, lo abrí y tomé un bolígrafo.

"¿Qué se supone que debo escribir?", pensé, sintiéndome un poco tonta. Pero entonces, sin darme cuenta, mi mano empezó a moverse.

"Me siento sola. Más sola de lo que estoy dispuesta a admitir. A veces, me pregunto si es porque quiero estar sola o porque no sé cómo estar con los demás. Azkel tiene razón, pero no puedo dejar que lo sepa. No quiero que nadie se acerque demasiado, porque si lo hacen, verán lo que soy. Y no quiero que nadie vea eso."

Me detuve, sorprendida por las palabras que aparecían en la página. Algunas eran mías, otras no.

Pero todas eran verdad.

Esa misma semana, un día cerca de la hora de cierre, Zahara apareció en la cafetería. No era su turno, lo cual ya era raro, pero su expresión me indicó que no estaba ahí para socializar.

—¿Qué quieres? —pregunté, sin ánimos de entretenerla.

Zahara se acercó a la barra, ignorando mi tono.

—He notado que últimamente tienes mucho contacto con Azkel.

—¿Y?

Ella sonrió, pero no era una sonrisa amigable.

—Quiero saber si piensas quitármelo.

Mi paciencia ya estaba colgando de un hilo.

—No sé qué haces aquí, Zahara, pero no entiendo por qué, a estas alturas, te molestas en echarme en cara mi amistad con él.

La sonrisa de Zahara se desvaneció, y en su lugar apareció una expresión fría.

—No es solo amistad. Me he pillado por él, y con Nisha "la especial" en el medio, no puedo hacer que se fije en mí.

Cerré los puños, sintiendo la rabia subir por mi cuerpo.

—Zahara... —advertí.

—Pero me he enterado de que lleváis semanas sin hablaros por un enfado —continuó ella, sin detenerse—. Supongo que tengo el camino libre, ¿no? No tardará en olvidarte y en fijarse en mí.

Me miró con algo que parecía satisfacción, y luego lanzó su última daga:

—No sé cómo lo haces, pero siempre acabas echando a todos de tu vida: a mí, a Azkel, a Lily...

Mi visión se oscureció. Antes de darme cuenta, di un paso hacia ella, dispuesta a hacer algo que probablemente lamentaría. Pero Lily me detuvo, sujetándome por los hombros.

—¡Nisha, para! —gritó, interponiéndose entre nosotras.

—¡Déjame en paz! —grité, con la voz temblando de ira—. ¡Bastante tengo ya para que venga esta pija a tocarme las narices!

Lily no me soltó, pero su atención se volvió hacia Zahara. Su mirada, normalmente amable, estaba llena de desprecio.

—No quiero verte en esta cafetería nunca más —dijo, su voz baja pero afilada.

Zahara parpadeó, sorprendida.

—¿Me estás despidiendo?

—Fuera —repitió Lily, esta vez con un tono que no admitía discusión.

Zahara se fue sin decir nada más.

Cuando se fue, mis piernas temblaron, y me dejé caer en una silla. Lily se acercó y me abrazó, sosteniéndome mientras rompía a llorar.

—Lo siento, Nisha —susurró—. No sabía que Zahara iba a hacer algo así. Pero no será un problema para nosotras nunca más.

Y por primera vez en semanas, dejé que alguien me consolara.

Entre dos MundosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora