Capítulo 21: Huellas en la Niebla

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El invierno había llegado sin previo aviso, tiñendo la ciudad con su característico frío y sus cielos grises. Los meses habían pasado como un suspiro, llevándose consigo la paranoia y el peso constante de las cartas.

No habían vuelto a aparecer, y aunque al principio me costó dejar de mirar por encima del hombro, con el tiempo aprendí a ignorarlo. O, al menos, a fingir que lo hacía.

Matt seguía siendo un refugio para mí, aunque cada vez parecía más cansado. Nuestra relación se había estabilizado un poco después de aquella conversación sobre mi padre, pero había preguntas que él aún no estaba dispuesto a responder, y yo había dejado de insistir. No quería romper lo poco que habíamos construido.

Con Lily, las cosas también habían mejorado... en su mayoría. Cambiar los turnos entre Zahara y yo fue una decisión acertada. Apenas nos veíamos, lo que redujo los enfrentamientos a casi cero. Sin embargo, todavía había una distancia entre Lily y yo que no podía ignorar. Tal vez porque en el fondo sabía que ella guardaba secretos, igual que yo.

Y luego estaba Azkel.

Nuestra relación era una montaña rusa. Algunos días parecía que nos entendíamos a la perfección, y otros apenas podíamos soportarnos. No volví a mencionarle a Ela ni a preguntarle por su pasado, y él tampoco insistió en saber más sobre el mío. Era como si ambos hubiéramos llegado a un acuerdo tácito: acompañarnos sin hacernos demasiadas preguntas.

La vida había retomado una especie de normalidad, aunque sabía que eso nunca duraría demasiado.

La cafetería estaba tranquila esa tarde, con solo un par de clientes dispersos entre las mesas. Lily estaba en la trastienda, revisando el inventario, y yo estaba detrás de la barra, limpiando tazas y organizando cosas para mantenerme ocupada.

El sonido de la puerta al abrirse me sacó de mi rutina. Miré hacia arriba, y ahí estaba Azkel. Llevaba su chaqueta oscura de siempre, con las manos en los bolsillos y el cabello ligeramente despeinado, como si hubiera caminado contra el viento.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, tratando de no sonar demasiado sorprendida.

—¿Ya no puedo pasarme por aquí? —respondió con una sonrisa ligera mientras se sentaba en una de las mesas cerca de la ventana.

Suspiré y seguí limpiando, sin darle demasiada atención. Sabía que si había venido, no era solo para tomarse un café.

—¿Quieres algo? —pregunté finalmente, cruzando los brazos.

—Estoy bien, gracias —dijo, apoyándose en el respaldo de la silla—. Solo quería hablar contigo.

Me detuve por un momento, sin saber exactamente qué esperar. Azkel no era del tipo de persona que buscaba una conversación sin motivo, y eso siempre me ponía en alerta.

—¿Sobre qué?

Azkel no respondió de inmediato. En lugar de eso, dejó que su mirada vagara por la cafetería, como si estuviera buscando las palabras correctas. Finalmente, me miró directamente.

—Sobre las cartas.

Sentí cómo mi cuerpo se tensaba al escuchar esas palabras. Habían pasado meses desde la última vez que recibí una, y aunque no lo admitiera, la incertidumbre seguía ahí, escondida en algún rincón de mi mente. Pero había aprendido a ignorarla.

—¿Por qué quieres hablar de eso ahora? —pregunté, tratando de mantener la calma.

—Porque nunca lo resolvimos —dijo Azkel, apoyando los codos en la mesa—. Sé que intentaste dejarlo estar, pero no puedes haberlo olvidado.

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