Capítulo 25: Lo que no se dice

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Apenas había dormido. La preocupación por Matt rondaba mi cabeza como un eco interminable. Cada vez que cerraba los ojos, veía su rostro cansado, sus manos temblorosas, su respiración pesada.

Había intentado distraerme, pero nada funcionaba. ¿Por qué no me dijo antes que estaba enfermo? Tal vez no quería preocuparme, pensé, pero eso no hacía que fuera más fácil aceptar que lo había estado enfrentando solo.

Lily, comprendiendo mi situación, me dio el día libre en la cafetería. No había discutido conmigo; simplemente, me puso una mano en el hombro y dijo:

—Tómate el día, Nisha. Ve con él.

Así que aquí estaba yo, alistándome apresuradamente para pasar la mañana con Matt en el hospital, al final conseguí que ese testarudo me hiciera caso en ir.

Sabía que era algo grave, y de madrugada lo hospitalizaron.

Metí un par de cosas en una mochila: agua, un libro, un suéter extra. No sabía cuánto tiempo me quedaría allí, pero quería estar preparada para cualquier cosa.

De camino, pasé por una floristería. Al entrar, el aroma dulce de las flores frescas me envolvió. Me acerqué al mostrador, donde una mujer de cabello castaño me recibió con una sonrisa cálida.

—Buenos días —dije, aunque mi voz sonaba más débil de lo que pretendía—. Quiero comprar un ramo.

—¿Algo en mente? —preguntó ella, señalando los arreglos de flores a su lado.

Miré alrededor, dejando que mis ojos recorrieran los colores brillantes y los pétalos delicados.

—Algo sencillo, pero alegre. Quiero que sea reconfortante —dije, pensando en Matt y en cómo las flores podrían darle un poco de luz en medio de todo esto.

La mujer asintió y comenzó a seleccionar margaritas y lirios.

—Creo que esto será perfecto.

Asentí, y mientras envolvía el ramo, sentí una chispa de alivio. Algo tan simple como un ramo de flores me hacía sentir que estaba haciendo algo por él, aunque fuera pequeño.

Pagué, salí de la tienda y continué hacia el hospital, con las flores en una mano y el corazón pesado en el pecho.

El ambiente del hospital siempre me resultaba sofocante. Las paredes blancas, el sonido de los pasos apresurados de los médicos, el murmullo de las conversaciones en voz baja. Todo parecía cargado de una tensión que nunca desaparecía.

Subí al segundo piso en el ascensor, sintiendo cómo el nudo en mi garganta se hacía más grande con cada número que marcaba el panel. Finalmente, encontré la habitación de Matt.

—Número 5... número 7... número 9... Ahí está, número 11.

Llamé suavemente a la puerta antes de entrar.

Matt estaba acostado en la cama, con la piel más pálida de lo que recordaba y los ojos hundidos, pero aún con ese brillo cálido que siempre tenía cuando me veía.

—Nisha —dijo, con una sonrisa débil que, a pesar de todo, logró calentarme el corazón—. ¿Qué haces aquí tan temprano?

—No podía quedarme en casa sin verte —respondí, dejando las flores en la mesita junto a su cama—. ¿Cómo te sientes hoy?

Matt suspiró y se incorporó ligeramente.

—Como un viejo quejicoso —bromeó, aunque la tos que siguió no era para nada graciosa.

Me acerqué y tomé su mano.

—Matt, no tienes que bromear conmigo. Puedes decirme la verdad.

Él desvió la mirada por un momento antes de volver a mirarme.

—No muy bien, la verdad. Pero no quería preocuparte. No quería que cargaras con esto.

—¿Y crees que ocultármelo lo hace más fácil? —pregunté, tratando de no dejar que mi voz se quebrara—. Estoy aquí para ti, Matt. Siempre.

—Lo sé, pequeña. Pero, créeme, no quería verte sufrir.

Me quedé a su lado en silencio, sosteniendo su mano, dejando que nuestras presencias fueran suficientes. Por un momento, me olvidé del sonido de los monitores y de las conversaciones en el pasillo.

Horas más tarde, un médico entró en la habitación con una carpeta en la mano. Era un hombre de mediana edad, con un aire profesional pero amable.

—Buenos días, Matt. ¿Cómo te sientes hoy?

—He tenido días mejores, doctor —respondió con una sonrisa débil.

El médico asintió y miró hacia mí.

—¿Eres su familiar?

—Sí, soy su "nieta" —respondí automáticamente, aunque las palabras se sintieron extrañas en mi boca.

—¿Podría acompañarme afuera un momento? Quisiera hablar con usted en privado.

Miré a Matt, que asintió ligeramente, como dándome permiso para ir. Salí de la habitación detrás del médico, sintiendo cómo la ansiedad crecía en mi pecho.

En el pasillo, el médico se detuvo y me miró con una expresión seria pero compasiva.

—Señorita, lamento mucho decirle que los resultados confirman que Matt tiene cáncer de pulmón.

Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.

—¿Cáncer? Pero... él no fuma.

—Entiendo que sea difícil de comprender, pero no todos los casos están relacionados con el tabaquismo. Puede ser por exposición a agentes ambientales, factores genéticos... Hay muchas posibles causas.

Quería decir algo, pero las palabras no salían.

—Sé que es mucho que procesar, pero quiero que sepa que haremos todo lo posible para mantenerlo cómodo y darle la mejor calidad de vida posible.

Asentí, incapaz de hacer otra cosa.

—Gracias, doctor.

Él me dio una ligera inclinación de cabeza antes de regresar a la habitación de Matt. Yo, en cambio, me dirigí al baño más cercano. Cerré la puerta detrás de mí y dejé que las lágrimas fluyeran.

Cuando regresé, Matt estaba despierto, mirándome con curiosidad.

—¿Qué te dijo el doctor? —preguntó, con su voz raspada.

Respiré hondo, intentando mantener la calma.

—Nada importante. Solo quería asegurarse de que todo estuviera bien contigo.

Matt me observó por un momento antes de asentir, aparentemente satisfecho con mi respuesta.

—¿Vas a quedarte todo el día aquí? —preguntó, cambiando de tema.

—Claro que sí —respondí, sonriendo ligeramente.

Pasé el resto de la tarde con él, asegurándome de que estuviera cómodo, leyendo en silencio mientras él dormía. A medida que el sol comenzaba a ocultarse, sentí que el día se deslizaba como un suspiro, dejándome con la certeza de que no podía desperdiciar ni un momento más con él.


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