Capítulo 35: La Azotea

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La lluvia caía con fuerza, empapando cada rincón de la ciudad. El único sonido que rompía el silencio era el del agua golpeando el asfalto y el eco de mis pasos mientras permanecía de pie en la acera, bajo la luz cálida de una farola. No había nadie más. Ni coches, ni transeúntes, solo yo.

Y él.

Azkel estaba en la azotea del edificio donde solíamos ir, tanto juntos como separados, estaba sentado en el borde mientras fumaba. La pequeña brasa de su cigarrillo era como un faro en la oscuridad, marcando su presencia. Lo observé desde abajo, con su silueta perfilada contra el cielo encapotado, y sentí cómo algo en mi pecho se agitaba.

Después de meses de guardar mis alas, de esconderme, decidí que ya no importaba. No esta noche.

Cerré los ojos y las dejé salir. Las alas se desplegaron con un movimiento que me pareció liberador y doloroso a la vez. La lluvia se acumulaba en mis plumas, haciendo que cada una brillara bajo la luz como si estuvieran hechas de plata. Sin pensarlo más, me impulsé y comencé a volar hacia la azotea, dejando que el viento y el agua me guiaran.

Aterricé con suavidad detrás de él, arrastrando mis alas mientras me acercaba lentamente. Azkel no se movió. Seguía mirando hacia el horizonte, perdido en sus pensamientos.

Me senté a su lado, dejando mis alas visibles. Esta vez, no me importaba esconderlas. No frente a él.

El silencio se mantuvo entre nosotros, solo roto por el rugido lejano de la tormenta. Finalmente, Azkel habló, su voz apenas audible pero cargada de peso.

—¿Sabes? Este lugar... siempre me ha dado paz, incluso en noches como esta. Quizás porque aquí, nadie me puede encontrar, nadie me puede alcanzar.

—Yo te encontré —respondí suavemente, mirando también hacia el horizonte.

Él no dijo nada, pero una leve sonrisa se asomó en su rostro. Ambos dejamos que el momento se llenara del sonido de la lluvia, permitiendo que hablara por nosotros. El agua corría por mi rostro, mezclándose con las lágrimas que no sabía que estaban ahí hasta que las sentí.

—Estás cansada —dijo de repente, como si hubiera leído mis pensamientos—. Cansada de no poder volar, ¿verdad?

Asentí levemente, con un nudo en la garganta.

—Sí —susurré. —Estoy cansada, Azkel. A veces siento que no puedo más.

Él apagó su cigarrillo, tirándolo al suelo antes de levantarse. Yo lo imité, pero en un acto de cobardía, escondí mis alas. Azkel no apartó la mirada mientras daba un paso hacia mí, cruzando esa distancia que siempre había existido entre nosotros.

—Nisha, sé tu secreto, mucho antes de que te descubriera en el parque.

Mis ojos lo buscaron con sorpresa.

—Eso es imposible. No sabes nada de mí.

—Sí lo sé —respondió con calma. —Te conozco desde que éramos niños. Quizás tú no lo recuerdes, pero yo sí.

Mi mente se quedó en blanco.

—Yo crecí aislada en el bosque.

—Lo sé —dijo, con una comprensión que desarmaba. —Pero yo sí te vi. Fuimos mi familia y yo hace años de camping. Esa tarde, me alejé y tropecé en un río. Me estaba ahogando cuando apareciste. Usaste tus alas para salvarme.

Las piezas encajaron lentamente en mi memoria. Era verdad. Ese recuerdo había estado enterrado, pero ahí estaba.

—Después de que me salvaste, algo tuyo quedó en el suelo —continuó—fue la pulsera que te devolví hace bastante tiempo. No sabía si volvería a verte, pero la guardé. Siempre pensé que algún día podría devolvértela.

Mi mente conectó todo de golpe. La pulsera. El paquete. La nota que había dentro...Ahora lo entendía.

—¿Fuiste tú? —pregunté, incrédula.

Él asintió, su mirada sincera.

—Pensé que si te lo enviaba, entenderías que siempre te he recordado. Que siempre he querido protegerte.

Me quedé mirándolo, sin palabras. Durante meses había intentado entender el significado de aquel gesto, y ahora, todo encajaba.

—Después del incidente, te llevaron lejos, pero no te olvidé. Cuando llegaste a la ciudad, supe que eras tú. Siempre lo supe. Sobre todo, si decides volar desde tu balcón. Vivo en el edifico de enfrente y cada noche que decidías volar, yo te veía. 

Me quedé sin palabras mientras intentaba procesar todo. Finalmente, logré hablar.

—Ahora que sabes mi secreto, yo quiero saber el tuyo. Teht me habló de una tal Ela. Quiero saber qué pasó.

Azkel desvió la mirada. Su cuerpo se tensó, y su voz bajó.

—Ela era mi mejor amiga. Nos conocimos en el colegio, siempre se metían con ella. Para mí, era lo único que tenía en un hogar roto, y yo, para ella, lo único que la sostenía. Pero con los años... Ela se hundió en una depresión. Intentó quitarse la vida más de una vez, pero siempre se detenía por mí.

Me quedé inmóvil, escuchándolo.

—Me pidió que no le contara nada a sus padres. Pero yo lo hice. Pensé que era lo correcto, que necesitaba ayuda. Sus padres la llevaron a terapia, y también la alejaron de mí. Ela nunca lo entendió. Me vio como un traidor.

Sus palabras eran un susurro cargado de culpa.

—Regresó años después, recuperada. Intenté hablar con ella, pero me rechazó. Cuando quise hablar con ella, explicarle todo, descubrí que se había marchado de la ciudad. Nunca pude despedirme, nunca pude explicarle por qué lo hice.

No sabía qué decir. Azkel llevaba una carga que nunca había imaginado.

—¿Y tus padres? —pregunté en voz baja.

—Se convirtieron en mi cárcel. Me fui de casa a los 15, y nunca miré atrás.

Asentí lentamente antes de hablar.

—Mis padres... los mató indirectamente mi abuelo.

Le conté mi historia. Sobre cómo habíamos ido a Selverker para conocer a mi abuelo, cómo los cazadores enviados por Matt destruyeron mi vida. Cómo escuché las balas y los gritos, seguido de un silencio, donde supe que me había quedado sola.

Cuando terminé, sentí las lágrimas correr por mi rostro. Azkel me miraba con tristeza, sus ojos reflejando el peso de mi dolor. Ambos quedamos callados, pero notaba una intriga dentro de él.

—¿Puedo verlas? —preguntó finalmente.

Lo miré con duda, sabía perfectamente a que se refería, y, aunque me daba temor, sabía que mis alas ya no eran un problema para él. Di un paso hacia atrás. Cerré los ojos, respiré hondo, y dejé salir mis alas.

El silencio entre nosotros se rompió cuando Azkel soltó un leve suspiro de asombro. Se acercó lentamente, y antes de que pudiera decir algo, me abrazó con fuerza.

—Gracias —susurró.

Por un momento, me quedé inmóvil. Pero luego lo abracé también, dejando que mis alas nos envolvieran a los dos.

La tormenta seguía rugiendo, pero en ese momento, sentí que por fin había encontrado un refugio.

—Siempre estaré aquí, Nisha —dijo él, con una firmeza que me llenó de calma.

No sabía qué nos depararía el futuro, pero en ese momento, no importaba. Por primera vez en años, no me sentía sola.

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⏰ Última actualización: Nov 26 ⏰

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