EL PRADO GRIS

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Durante casi un año, Zeus la había estado enviando a misiones sin tregua, sin darle un solo respiro

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Durante casi un año, Zeus la había estado enviando a misiones sin tregua, sin darle un solo respiro. Cada encargo era más letal que el anterior, y aunque las cicatrices se acumulaban en su cuerpo, al menos le servía como distracción para la impaciencia que sentía con la llegada del verano.

Clarisse y Silena estaban furiosas. Ambas veían lo que el dios parecía ignorar por completo el hecho de que Zaira, la mejor guerrera del campamento, estaba siendo desgastada hasta el borde de la ruina física y mental. Y Zeus, en su arrogancia, no parecía mover un dedo para detenerlo.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Silena con voz suave, dejando un vaso vacío que antes contenía néctar sobre la mesa.

Zaira suspiró, asintiendo apenas. El veneno aún latía en uno de sus brazos, mientras que el otro también había comenzado a perder movilidad. El dolor era punzante, pero lo que más le irritaba era su propia vulnerabilidad.

Maldita quimera...

De no haber sido por un golpe de suerte, ese veneno habría recorrido completamente su cuerpo, y jamás habría tenido la oportunidad de vencer a la criatura y llegar viva al campamento.

—Me sorprende tu suerte —comentó Clarisse, observando cómo Quirón examinaba el aguijón de la quimera con una precisión casi quirúrgica.

—Aún está lleno de veneno... fascinante —murmuró el centauro, absorto.

—¡No es momento de apreciar el veneno, Quirón! —estalló Clarisse, su paciencia agotada—. ¡Necesitamos el antídoto, antes de que Zeus decida mandarla a otra misión suicida!

El centauro apartó la mirada, un tanto avergonzado por su falta de urgencia, aunque sabía que Clarisse tenía razón. Zeus era impredecible, despiadado, y no parecía tener reparo en destruir a su mejor guerrera por una causa que solo él entendía.

Zaira, por su parte, sabía que su sufrimiento no era casual. Esto era un castigo, un recordatorio de la última vez que había visto al rey de los dioses en el Olimpo. Había hablado. No, había desafiado al propio Zeus, diciéndole todo lo que había guardado durante años, y aunque sus palabras habían sido un relámpago de satisfacción en ese momento, ahora solo quedaban las cenizas del arrepentimiento.

Pero no se arrepentía. Nunca lo haría. Le había dicho lo que siempre quiso, incluso si eso significaba su condena.

—y...listo —ella se levantó de la cama con ayuda de clarisse y el centauro le pidió que levantara el brazo.

Cerro los ojos y luego de sentir un fuerte pinchado en su hombro, los abrió

—¿mejor? —pregunto silena.

—genial, ahora siento los dedos de nuevo, gracias Quiron

—no hay porque agradecerme, en cambio yo debo darte las gracias, el veneno de Quimera es muy difícil de conseguir estos días

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