EL RAYO DE ZEUS Y LOS DIOSES

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Observaron su entorno con atención

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Observaron su entorno con atención. No había mucho más que un montón de piedras y arena, un desierto de desolación que se sentía familiar para Zaira.

—Es extraño... —murmuró, una inquietud en su pecho. Ella sabía que había estado en ese lugar antes, aunque Percy aún no lo percibía.

—¿Qué pasa? —preguntó Grover, frunciendo el ceño.

—El perro... hace tiempo que no lo oímos.

—¿En serio nos siguió hasta aquí y luego simplemente se detuvo? ¿Por qué será? —La preocupación se dibujaba en su rostro.

Zaira, sin poder evitarlo, dio un paso hacia adelante, como si una fuerza invisible la guiara.

—Zaira, ¿a dónde vas? —La voz de Percy sonó a sus espaldas, pero ella no podía detenerse.

—No lo sé... no puedo parar. —El terror se apoderó de ella, y su paso se aceleró involuntariamente, como si los zapatos que llevaba se convirtieran en cadenas.

Grover y Percy, alarmados, corrieron tras ella.

—¡Son los zapatos! —gritó Grover, intentando alcanzarla, pero estos comenzaron a elevarla del suelo, dejándola en una posición en la que nada podía salvarla.

—¡Percy! —el pánico resonaba en su voz mientras la gravedad parecía abandonarla.

—¡Zaira, sujétate de algo! —dijo Percy, su corazón latiendo con fuerza.

—¡No hay nada! —respondió, su voz desgarrada, mientras la arena se deslizaba bajo sus pies.

Literalmente no había nada, solo arena, más arena y un vacío que la arrastraba hacia lo desconocido.

Un momento.

—¡Mierda! —gritó Zaira, sacando a Thálassa y hundiéndola en la arena.

El tridente se hundió con fuerza, frenándola un poco, pero no era suficiente para detener su descenso.

Percy, desesperado, se lanzó tras ella mientras Grover observaba el agujero con terror y pánico en sus ojos.

—¡Agárrate! —gritó Percy, sujetando la mano de Zaira. Ella se aferró a él con todas sus fuerzas.

El miedo la envolvía. Se dio cuenta de que estaba en ese lugar, el maldito Tártaro, el abismo al que había soñado innumerables veces a lo largo de los años.

Iba a caer al Tártaro, arrastrada por unos zapatos malditos, y llevaría a Percy con ella.

Los recuerdos la invadieron: sus sueños, aquella voz siniestra que la había perseguido. Cada frase, cada escena, cada fragmento de sufrimiento que había presenciado volvió a su mente. Las manipulaciones, los engaños, las amenazas disfrazadas de falsa bondad.

¿Fue cruel? 

Claro.

¿Lo pensaste? 

Muchas veces.

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