DULCES AZULES

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Luke estaba frente a la cabaña de Zaira, golpeando la puerta con insistencia

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Luke estaba frente a la cabaña de Zaira, golpeando la puerta con insistencia. No la había visto durante el desayuno ni el almuerzo, y eso era más que suficiente para que sus alarmas se dispararan. Algo no estaba bien.

Porque Zaira, nunca, pero nunca, se perdería una comida.

Siguió tocando la puerta, cada vez más ansioso, hasta que la paciencia lo abandonó. Forzó la cerradura con su ganzúa y entró.

Revisó cada rincón de la cabaña, conteniendo un juramento cuando no la encontró. Ya algunas chicas de la cabaña 10 habían estado preguntando por ella, casi como acosadoras. Todo el campamento sabía lo que había ocurrido anoche, y la mayoría estaba desesperada por obtener más información, al punto de acosar incluso al pobre de Grover.

Sin saber dónde más buscar, decidió ir a la orilla del río. Zaira amaba ese lugar; solía acudir allí cuando algo la perturbaba.

Y allí la encontró.

Sentada junto al agua, con la ropa empapada, al igual que su cabello rizado y rubio. Luke se acercó lentamente, sin importarle que su propia ropa se mojara al sentarse a su lado.

El silencio entre ellos era espeso, casi insoportable. Luke necesitaba respuestas, una explicación, pero no sabía cómo abordar el tema sin hacerla sentir incómoda.

—Luke... —Zaira rompió el silencio con un susurro.

Él giró la cabeza y se encontró con sus ojos azules, tan profundos como el mar, pero al mismo tiempo, tan brillantes como las estrellas.

—¿Cómo superas la muerte de alguien? —preguntó con la voz baja, su mirada fija en el agua, vacía de emoción.

—¿Superar la muerte de alguien? —repitió Luke, un poco aturdido.

—Perdón... fue una pregunta estúpida.

Zaira llevaba años sin perder a alguien cercano, y había olvidado cómo lidiar con los sentimientos que eso provocaba. Era horrible, más horrible que cualquier herida que hubiera recibido. Se le cerraba la garganta, y no podía evitar llorar cada vez que recordaba el rostro de la mujer. En pocas palabras, se sentía miserable, y si existiera una palabra peor que miserable, así también se sentía.

—No, está bien —Luke suspiró—. No sé si hay una forma de superarlo realmente, pero creo que, en lugar de reprimir lo que sientes, deberías dejarlo salir. Llora lo que tengas que llorar y, cuando te sientas preparada, habla con alguien.

Le sonrió suavemente y tomó una de sus manos.

—Alguien como yo...

—¿Tú estarías dispuesto a escucharme?

—Tal vez no sea la mejor persona, pero no me importaría escucharte, incluso si es algo sin importancia.

Zaira lo miró a los ojos, notando cómo comenzaban a llenarse de lágrimas. Luke la atrajo hacia él y la abrazó.

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