MALDICION LUKE...

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Un temblor profundo sacudió la cueva, resonando con un estruendo que venía del exterior. Las Dracaenas, desconcertadas, giraron sus cabezas hacia atrás, sus colas agitándose con inquietud. Fue solo un segundo, un instante de distracción, pero Zaira no necesitaba más.

Con una rapidez que ni siquiera ella esperaba en su estado, se zafó del agarre de las Dracaenas, usando toda la fuerza que le quedaba. Al notar el movimiento, una de las criaturas siseó, extendiendo sus garras hacia ella, pero Zaira ya estaba en acción. La adrenalina le nublaba el dolor, y una chispa de determinación iluminaba sus ojos.

Lara se dio vuelta al oír el revuelo, pero Zaira no pensaba darle tiempo de reaccionar. Estaba dispuesta a todo. Sabía que era su única oportunidad, su única posibilidad de escapar y ayudar a sus amigos.

Se apresuro hacia Lara y le arrebato la caja de las manos, la hija de Hécate no tuvo tiempo de reaccionar hasta que Zaira tuvo a Diakopi en sus manos. Ella respiro hondo y rezo para que las palabras de Quirón sobre ese objeto fueran ciertas.

Un cambio comenzó a surgir en las tijeras. Lara retrocedió, sus labios entreabiertos en una mueca de desconcierto cuando Diakopi empezó a transformarse, alargándose y tomando la forma de un tridente, con un brillo tan profundo y oscuro como el océano en plena tormenta. Zaira lo sostuvo con firmeza, y una sonrisa de pura determinación se dibujó en su rostro. No tenía idea de dónde estaba Thalassa, el arma que Poseidón le había regalo, pero por ahora, Diakopi le serviría.

—¿Quieren bailar? —preguntó Zaira, con una sonrisa desafiante, mientras se ponía en guardia, alzando el tridente con firmeza.

Zaira no perdió tiempo. Con una determinación feroz en sus ojos, giró el tridente y lo hundió en la primera Dracaena que se abalanzó sobre ella. El filo de Diakopi se hundió profundamente, y la criatura emitió un alarido desgarrador antes de desvanecerse en polvo, dispersándose en el aire.

La segunda Dracaena lanzó un siseo de furia, sus ojos llenos de odio, y se lanzó hacia Zaira con las garras extendidas. Pero Zaira estaba preparada; con un movimiento rápido, bloqueó el ataque y giró el tridente en un arco amplio, desgarrando a la criatura en un solo golpe. La Dracaena se desmoronó en cenizas, dejando un silencio momentáneo en la cueva.

Zaira respiró hondo, sin bajar la guardia, su cuerpo tenso y listo para el siguiente movimiento. Con el tridente en mano, alzó la mirada hacia Lara, quien la observaba con una mezcla de sorpresa y rabia contenida. 

Zaira se quitó el polvo de las manos y ajustó el agarre en el tridente antes de fijar su mirada en la llave que colgaba del cuello de Lara. Sabía que esa pequeña pieza de metal era todo lo que necesitaba para liberarse por completo. Sin perder de vista a la hija de Hécate, tiró un poco de las cadenas que aún colgaban de sus muñecas, recordándole su objetivo.

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