Habían llegado al extremo del pueblo cuando surgieron los dos primeros guerreros-esqueleto de entre los árboles que flanqueaban el camino. En lugar del camuflaje gris habitual, ahora vestían uniformes azules de la policía estatal de Nuevo México. Sin embargo, su piel seguía siendo de un gris transparente, y sus ojos amarillos ardían como si estuvieran muertos... y, a la vez, muy vivos. Alzaron sus pistolas sin dudarlo.
Thalia, con una mirada rápida y fría, golpeó su pulsera. La Égida se desplegó en su brazo con un brillo dorado en espiral, mientras Zaira sostenía firmemente a Thalassa, su tridente, lista para la batalla. Pero los guerreros no se inmutaron.
Zoë y Bianca tensaron sus arcos, aunque Bianca, con un Grover medio desmayado apoyado en ella, luchaba por mantener el equilibrio. El peso del sátiro casi la aplastaba.
—Retrocedan —ordenó Thalia, con una autoridad que no admitía discusión.
Empezaron a moverse hacia atrás, pero un crujido resonó entre los árboles. Dos guerreros-esqueleto más emergieron de la oscuridad, cerrando el cerco. Estaban rodeados.
Zaira y Thalia se colocaron espalda contra espalda, con respiraciones entrecortadas y el sudor perlándoles la frente. Percy, siempre impulsivo, sacó a Contracorriente.
—Está cerca —gimió Grover, en un susurro apenas audible.
—Ya están aquí —confirmó Percy, su mandíbula apretada.
—No —insistió Grover, con una mirada vidriosa—. El regalo... El regalo del Salvaje...
Zaira giró rápidamente la cabeza hacia él, confundida y preocupada.
—¿El regalo del Salvaje? —preguntó, sin entender, pero sabiendo que Grover no estaba en condiciones de caminar, mucho menos de luchar.
Thalia frunció el ceño, evaluando la situación.
—Tenemos que enfrentarlos uno a uno —dijo—. Si los distraemos, tal vez dejen a Grover en paz.
—De acuerdo —respondió Zoë con calma, pero sus ojos no dejaban de analizar cada movimiento de los enemigos.
—¡El Salvaje! —gimió Grover de nuevo, con más fuerza.
Percy fue el primero en atacar. Cargó directamente contra el primer guerrero-esqueleto. Este disparó sin dudar, pero Percy desvió la bala con la hoja de su espada y siguió adelante, decidido.
Zaira no se quedó atrás. Con un movimiento ágil lanzó su tridente, desarmando a uno de los esqueletos al hacer que su pistola cayera al suelo. Sin pensarlo, se abalanzó sobre él, tomó el arma y disparó.
El retroceso del arma la hizo tambalearse, nunca antes había disparado un arma de fuego. El eco del disparo resonó en sus oídos mientras miraba con horror cómo la bala apenas había dejado una marca en el cráneo del esqueleto, doblándose inútilmente en el suelo.
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MESTIZOS
FanfictionElla era una semidiosa, la semidiosa más fuerte que pudo aver conocido, alguien que apesar de tener todo en contra siempre lograba encontrar una manera para salirse con la suya Aunque claro, en el buen sentido. Zaira era especial, tenía aquella chi...