PRINCESA ANDROMEDA

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Percy se encontraba contemplado cuando Annabeth Zaira y Tyson lograron encontrarlo por fin

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Percy se encontraba contemplado cuando Annabeth Zaira y Tyson lograron encontrarlo por fin.

Zaira traía a thalassa y nada mas verlo corío hacia el preocupada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Annabeth—. ¡Te hemos oído pidiendo socorro!

—¡Y yo! —dijo Tyson—. Gritabas: «¡Nos atacan cosas malas!».

—Yo no lo he llamado, chicos. Estoy bien

—Pero entonces, ¿quién...? —Zaira se fijó en los tres petates amarillos y luego en el termo y el bote de vitaminas que tenía en la mano—. ¿Y esto?

—escuchen, no tenemos tiempo

El comenzó a contarles de su charca con Hermes y como este le había dado aquellos objetos con la intención de ayudarlo, pero cuando termino unos chillidos comenzaron a oírse a lo lejos

—son las Arpias —aviso Zaira alarmada.

—Percy —dijo Annabeth—, hemos de emprender esta misión.

—Nos expulsarán. Créeme, soy todo un experto en lo de ser expulsado.

—¿Y qué? Si fracasamos tampoco habrá campamento al que regresar.

—Sí, pero ustedes le prometieron a Quirón...

—Le prometimos que te mantendría fuera de peligro. ¡Y sólo podemos hacerlo yendo contigo! Tyson puede quedarse y explicarles...

—Yo quiero ir

—¡No! —La voz de Annabeth parecía rozar el pánico—. Quiero decir... Vamos, Percy, tú sabes que no puede ser

Se pregunto otra vez por qué estaba tan resentida contra los cíclopes.

Debía de haber algo que no le había contado.

Los tres me miraron, esperando una respuesta, mientras el crucero se alejaba más y más. Una parte de mí no quería que Tyson viniera

Había pasado los tres últimos días con el pobre tipo convertido en SU sombra, o sea, expuesto a las burlas de los demás campistas y metido mil veces al día en situaciones embarazosas, que me recordaban a todas horas nuestro parentesco.

Necesitaba un poco de aire

Además, no sabía hasta qué punto podría ser les de ayuda, ni cómo se las arreglaría para mantenerlo a salvo. Desde luego, Tyson era muy fuerte, pero en la escala de los cíclopes no pasaba de ser un niño y su mentalidad sería de unos siete u ocho años; podía imaginárselo flipando de repente o echándose a llorar cuando intentaran deslizarse a hurtadillas junto a algún monstruo, o algo por el estilo. O quizá consiguiera que los matasen.

Pero, por otro lado, las arpías sonaban cada vez más cerca...

—No podemos dejarlo aquí —decidí—. Tántalo le haría pagar a él nuestra escapada

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