COLINA MESTIZA

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El sonido del metal chocando resonaba en las tardes del campamento, tan habitual como ver a jóvenes entrenando con espadas, buscando volverse más fuertes, deseando hacer sentir orgullosos a sus padres divinos

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El sonido del metal chocando resonaba en las tardes del campamento, tan habitual como ver a jóvenes entrenando con espadas, buscando volverse más fuertes, deseando hacer sentir orgullosos a sus padres divinos. Algunos luchaban por destacar, anhelando ser reclamados algún día, mientras otros, llevaban años esperando en la cabaña de Hermes, aguardando un reconocimiento que no llegaba.

Sin embargo, esa no era su situación.

Para bien o para mal, ella había sido reclamada hace tiempo.

Los gritos de entusiasmo estallaron cuando la punta de su lanza se posó sobre el cuello de su contrincante, un joven que ahora yacía desarmado en la arena. Zaira clavó su lanza en el suelo y, con una sonrisa, extendió la mano para ayudar al chico a levantarse.

—No pensé que perdería tan rápido... —murmuró él, decepcionado de sí mismo mientras aceptaba la ayuda.

—No te preocupes, solo era una práctica —le respondió Zaira con una sonrisa tranquilizadora—. Solo quería ver si no habías olvidado lo que te enseñé el año pasado.

Sintió un tirón en su camiseta y se giró para encontrar a un niño pequeño mirándola con ojos inquietos.

—Mark, ¿qué ocurre? —le preguntó mientras se agachaba para estar a su altura.

—El señor Quirón te llama, dice que es importante —informó el niño con una voz inocente que le arrancó una sonrisa.

—¿Ya volvió? Fue más rápido de lo que imaginé —murmuró Zaira para sí misma—. Gracias por avisarme —añadió, revolviéndole el pelo con cariño antes de ponerse de pie.

Era una costumbre suya, y la mayoría de los niños pequeños ya estaban acostumbrados a sus muestras de afecto.

—Clarisse, tengo que hacer algo. ¿Puedes hacerte cargo? —le pidió a la joven encargada del entrenamiento mientras Quirón la llamaba.

Clarisse sonrió de manera astuta, y Zaira pudo notar cómo algunos de los chicos la miraban con temor.

—Claro —aceptó Clarisse, con una risa sonora que resonó en el campo de entrenamiento—. ¡Ya la escucharon! ¡Ahora yo estoy a cargo!

Las quejas no tardaron en aparecer, pero Zaira solo se encogió de hombros y se dirigió a la Casa Grande, ignorando las súplicas de sus alumnos para que no los dejara a merced de Clarisse.

Cuando entró en el invernadero de cristal, se sorprendió al encontrar solo a Quirón, mirando por la ventana con una expresión neutral.

—Zaira, es bueno verte bien —le dijo Quirón al notar su presencia. Ella se acercó hasta quedar frente al centauro.

—Pensé que estarías fuera todo el mes —comentó Zaira, sorprendida.

—Bueno... tuvimos algunos contratiempos con el muchacho —respondió Quirón, manteniendo su tono calmado, aunque Zaira supo de inmediato que aquel "contratiempo" era, en realidad, un gran problema.

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