LA MISION SE NOS ES ARREBATADA

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En la fogata de aquella noche, la cabaña de Apolo dirigía los cantos a coro

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En la fogata de aquella noche, la cabaña de Apolo dirigía los cantos a coro. Trataban de levantar el ánimo general, pero no era fácil tras el ataque de aquellos pajarracos.

Estaban sentados en el semicírculo de gradas de piedra, cantando sin gran entusiasmo y contemplando cómo ardía la hoguera mientras los chicos de Apolo nos acompañaban con sus guitarras y liras. Cantaban todas las canciones clásicas de campamento. La hoguera estaba encantada y, cuanto más fuerte cantábamos, más alto se elevaban sus llamas; cambiaba de color, y también la intensidad de su calor, según nuestro estado de ánimo.

En una buena noche la habían visto alcanzar una altura de seis metros, con un color púrpura deslumbrante, y desprendía un calor tan tremendo que toda la primera fila de malvaviscos se había incendiado.

Aquella noche, en cambio, las llamas sólo alcanzaban un metro, apenas calentaban y tenían un color ceniciento. Dioniso se retiró temprano. Tras aguantar unas cuantas canciones, farfulló que hasta las partidas de pinacle con Quirón eran más divertidas, le lanzó una mirada desagradable a Tántalo y se en caminó a la Casa Grande.

Zaira soltó una risita al verlo.

Aunque el dios no quisiera admitirlo se notaba que extrañaba a el centauro.

Cuando ya había sonado la última canción, Tántalo exclamó:

—¡Bueno, bueno! ¡Ha sido precioso!

Echó mano de un malvavisco asado ensartado en un palo y se dispuso a hincarle el diente en plan informal, pero antes de que pudiese tocarlo, el malvavisco salió volando.

Tántalo intentó atraparlo, pero el malvavisco se quitó la vida arrojándose a las llamas

Él se volvió hacia ellos con una fría sonrisa.

—Y ahora, veamos los horarios de mañana —le hizo una señas a zaira y esta le entrego unos papeles.

—Señor —percy llamo su atención.

Le entró una especie de tic en el ojo.

—¿Nuestro pinche de cocina tiene algo que decir?

—Tenemos una idea para salvar el campamento —dije.

Silencio sepulcral.

Había conseguido despertar el interés de todo el mundo, y las llamas de la hoguera adquirieron un tono amarillo brillante.

—Sí, claro —dijo Tántalo en tono insulso—. Bueno, si tiene algo que ver con carros...

—El Vellocino de Oro —dijo—. Sabemos dónde está

Las llamas se volvieron anaranjadas.

Antes de que Tántalo pudiese responder, conté de un tirón mi sueño sobre Grover y la isla de Polifemo. Annabeth intervino para recordar los efectos que producía el Vellocino de Oro; sonaba más convincente viniendo de ella

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