Veinticinco.

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Narra Bruno:

Los párpados me arden y siento un punzazo en la sien cuando entreabro los ojos, dominado por el imperioso deseo de despertarme ya. Joder, me siento como la mierda.

No sólo mi cabeza sufre una reticente agonía, siento que mi sistema nervioso se ha puesto de acuerdo para enviar pinchazos dolorosos a todos los músculos de mi cuerpo apenas trato de incorporarme. A mi mente llega la pelea, el tipo calvo al que grité, las magulladuras en mi rostro, las manos de ____ curándome con la misma habilidad que las de mamá.

Instintivamente, alzo la mano hacia mi ojo morado. Envía punzazos y palpita bajo las yemas de mis dedos, pero no es nada que no haya sufrido antes.

El verdadero dolor surge desde lo más profundo de mi alma cuando me aventuro a abrir los ojos, y frente a mí se materializa _____, durmiendo plácidamente en la perezosa azulina. Tiene todo el cabello en la cara, y su posición con las piernas encogidas y su torso aplastándole el brazo luce bastante incómoda; sin embargo, sus facciones permanecen relajadas y su respiración es lenta y suave. Verla dormir es como un tranquilizante: consigue librarme de toda la tensión y el dolor se disipa. Me entran unas ganas enormes de abrazarla y besarla por toda la mierda de anoche. Me ha enseñado una dulce y tierna faceta de ella que nunca había visto, y es porque se preocupa por mí.

Pero no lo merezco. Me estoy comportando como un total cobarde, ella tiene razón: no puedo quedarme estancado de esta manera.

Decido prepararle el desayuno. Es lo menos que puedo hacer como compensación. Suspiro, me encamino hacia la cocina y enciendo la estufa. Rompo dos huevos y desgarro algo de tocino en tiras en el sartén. A menos que haya cambiado sus convicciones, su desayuno favorito son los huevos con tocino.

-Buenos días.

Casi me salta el aceite de la sorpresa. _____ está de pie al lado de la encimera, con su deliciosa boca abierta en un bostezo. Se frota los ojos con fuerza, como hace a menudo cuando quiere despertar por completo.

-Buenos días.

-Huele bien.

Tardo unos segundos en comprender que se refiere a la comida. No puede referirse a mí. Huelo a culo de chango sudado.

-¿Café o jugo?

-Ambos.

Me río. Casi por primera vez en un mes, me río.

"Oie, ¡te salió en verso!"

Conciencia de mierda, estás despedida.

"¿POL QUEEEÉ? D:"

¡¿Dónde estabas ayer para aconsejarme?!

"Cállate, yo también estaba borracha hasta las patas"

Ah, bueno.

-¿Qué hora es?

Alzo la vista hacia el reloj de pared cuadrado. Tardo unos segundos en procesar la hora que marcan las manecillas. Nunca he sido bueno para ello.

-Casi las tres.

-Mierda, ¿dormimos tanto?

-Zhe.

Pongo un plato y una taza humeante de café a su costado. También me sirvo yo y nos sentamos codo a codo.

-¿Cómo te sientes? -cuestiona, dándole un sorbo a la caliente bebida. El café tiene sobre ella el efecto esperado: sus ojos recuperan su usual verde chispeante y una sonrisilla traviesa se oculta entre sus labios. Se ve más alegre y despierta, como si un interruptor dentro de ella se hubiera encendido.

Todos alabemos a los creadores del café.

-Bien.

-Bueno, porque...

Un sonido metálico llena el relativo silencio. Es su tenedor, que ha caído al suelo. Como me siento bastante inútil, soy yo el que se agacha para levantarlo.

No contaba con que ella se agachara también.

Quedamos cara a cara, yo con la mano apoyada en el taburete, y ella aferrada de mis hombros para que su peso no la venza, ambos con las piernas dobladas en cuclillas, con nuestras narices casi tocándose, compartiendo el aire por unos segundos eternos y etimológicos, con una corriente invisible y potente atrayendo nuestras bocas para sellarlas en un beso. Ella cierra los ojos, esperando el roce. Lo desea. Mierda que sí lo desea.

"Manda tu enamoramiento al carajo, Bruno. Ella es feliz sin ti"

Mierda, mi Conciencia tiene razón. Salgo de mi trance con una sacudida de cabeza. Trato de ponerme de pie con agilidad, pero mi torpeza me hace golpearme contra la encimera. Otra punzada en la cabeza.

-Ouch, mierda.

-Joder, Bruno, ¿estás bien? -carcajea.

Estoy tan nervioso y desorientado y adolorido y desconcertado por su risa que mis piernas flaquean y pierdo el equilibrio. Caigo al suelo de espaldas, llevando a ____ conmigo.

-Ehh...

Su nariz vuelve a rozar la mía y un estremecimiento recorre mi espina dorsal. Mi sangre, que hasta ahora corría lenta y espesa, cobra vida y circula por mis venas a una velocidad físicamente imposible, desesperada por llegar al corazón a tiempo para el siguiente latido. En sus ojos verdosos veo hilillos de nerviosismo enredados en una laguna cristalina del más puro deseo. Está hecha un manojo de nervios sobre mi pecho, y su boca me llama sugerente.

Intenta apartarse en vano, porque la tengo asida de la cintura. Arrastro mi boca hasta su oreja, recibiendo un suspiro en mi cuello como única respuesta.

-Tú quieres esto tanto como yo -susurro muy cerca de su lóbulo. Ella jadea contra mi hombro, llevándome hasta el paraíso, haciéndome volar entre las nubes, esta exquisita e íntima seducción que puedo experimentar con Wester es lo único que acapara mi cabeza, hasta el punto de hacer que mi corazón explote frenético y retumbe contra mi pecho imitando el sonido del tambor principal de mi batería. Ella, y sólo ella, puede provocar estas cosas extrañas en mí, y más aún cuando sus labios rosados y pálidos tocan mi barbilla ligeramente. Creo que estoy a punto de estallar de felicidad.

Un timbre de celular consigue atravesar la espesa niebla de dudas e ideas que imposibilita todo contacto de mis sentidos con el exterior.

-Quizás sea algo importante -murmura contra mi boca. Abro los ojos, encontrándola con las mejillas rojas y el telefono en la mano. Asiento, frustrado. Ella rueda hacia el suelo, dejándose caer a las baldosas blancas con agilidad.

-Seas quien seas, este no es un buen momento -escupe ácida, con el auricular en el oído. Casi me río-. ¿Qué tú qué? ¿No salías hasta en setiembre?

Se ve malditamente alterada. Alza la vista y luego la posa en la mía. Traga saliva ruidosamente ante la mierda que le estén diciendo al otro lado de la línea.

-Cariño, ¿estás...?

Se pone de pie, aún temblorosa, y sale de la cocina a paso firme. Suelto un suspiro pesado. Supongo que no va a contarme: son sus asuntos

Mi mirada capta el tenedor en el suelo, y sonrío. Estábamos tan cerca, y ahora tan lejos. Al menos ahora sé que ella también lo quiere. Lo está esperando y, a juzgar por el tono de voz fastidiado con el que contestó el teléfono, está igual de enfadada que yo por la inoportuna interrupción.

Tendremos que tomar medidas drásticas.

Viviendo con el Idiota (Bruno Mars)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora