Epílogo ahre

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Giró levemente la cabeza, observando con escepticismo confuso la imagen que estaba coloreada frente a sus ojos. No tenía ni la menor idea de qué mierda era eso. Lucía como un delfín, pero... tenía plumas. Y... un pico ganchudo, como la nariz de Severus Snape. Además, sus ojos eran dos rosas de color fucsia fosforescente, y... llevaba una maceta de sombrero. Sí, seguramente era un... delfín... extraterrestre (?

_____ rodó los ojos cuando no logró interpretar los grafittis callejeros que estaban pintados en las paredes del ascensor, y justo en ese instante se abrió la puerta. Ella se abrió paso hacia el pasillo de alfombra color guindón y sus tacones de cuero resonaron en toda la estancia en un traqueteo coqueto. Se detuvo frente a la puerta de Amanda Jorkins, dio dos fuertes zapatazos y siguió su camino. Amanda se había quejado varias veces del ruido que sus zapatos siempre hacían cuando llegaba a altas horas de la noche, y a _____ Wester, linda como ella, le encantaba fastidiar a los vecinos tanto como fuera posible.

Ella había cambiado. Su cabello castaño claro era ahora ligeramente rojizo por la falta de insolación, sus facciones se habían resaltado y estaba más cachetona. La edad, suponía. Y la compañía, también. Viviendo con el idiota de Bruno Mars, no era raro que una terminara desgastándose tarde o temprano.

Llegó hasta la puerta de madera azabache, y antes de que pudiera introducir la llave dorada en el cerrojo, la manija se movió y la puerta se abrió desde adentro.

—Hola, cariño. Tus taconeos me dijeron que ya llegabas.

Ella se dejó envolver por el aura cálida y achocolatada de la atmósfera navideña que cargaba el departamento que compartía con Bruno. Aquél año habían decidido pasar solos las fiestas, pues el año anterior habían sufrido los raros tratos de los Hernández, lo que les había impedido pasar un mísero momento a solas. Querían una navidad tranquila, donde pudiesen disfrutarse mutuamente en paz y tranquilidad.

Wester alzó una ceja al encontrar a su novio tirado en el suelo, aparentemente muy concentrado en algo que llevaba entre las manos.

—Bruno, ¿qué estás haciendo? —inquirió cansinamente. Ya estaba acostumbrada a las rarezas de la gente, y más cuando se trataba de... bueno, de Bruno.

—Encontré un escarabajo navideño en la ventana.

—¿Y?

—Pan con ají.

Ella suspiró, dejando su abrigo y su cartera sobre el sillón acolchonado. Se quitó las botas, lanzándolas a un lado de la puerta y se encaminó a la cocina. No se dio cuenta de que Bruno la seguía hasta que percibió su sensual presencia detrás de ella.

—Leí en Google que dan buena suerte.

—Por favor, dime que no es lo que estoy pensando.

—¿Podemos colgarlo en el árbol? —preguntó Bruno con una sonrisota, alzando una mano para dejar entrever un bicho gordo y muerto, que tenía un hilo dorado de esos que tenían las bolas navideñas atravesándole la cabeza.

—¡Claro que no!

—¿Por qué?

—¡Es asqueroso!

—¡Tú colgaste un condón en el árbol familiar el año anterior!

Wester abrió la boca para refutar y se puso colorada al recordar la navidad anterior.

—¡Estaba ebria!

—¡Tal vez yo también estoy ebrio!

Ella resopló gruñonamente, guardando el bote de Nutella intacto dentro de la alacena, y salió de la cocina con una mueca enfadada.

—Haz lo que quieras.

La cara de Bruno fue un poema. Si bien el chico se quedó a cuadros, había esperado una reacción diferente. Una carcajada, quizás. Digo, era 23 de diciembre: se suponía que el espíritu navideño se respiraba en el aire, de modo que todos debían estar contentos.

—Tú no sirves —le habló al escarabajo y lo lanzó a la mesilla de la cocina.

Con paso decidido, se dirigió hasta la habitación que compartía con su novia, donde la había visto desaparecer.

—Cariño, ¿te pasa algo?

Ahora _____ se encontraba dentro de una de las poleras de Bruno, en shorts de pijama y calzando pantuflas de oso panda.

—¿A mí? ¿Qué? Puf, ¿por qué crees que me pasa algo? NO ME SUCEDE NADA.

Bruno no le creyó nadita.

—Si no te pasara nada, te habrías reído con lo del escarabajo.

—No me dio la jodida gana de reírme —dijo, escondiéndose bajo una almohada—. Ya déjame sola, maldita sea.

—Te pasa algo. Quiero saber qué es. Necesito que me lo digas, por favor.

—Ya deberías saberlo.

—Alas chicas de verdad nos gusta el pollo frito (?

—Calla, mierda.

—Vamos, bebé —le incitó Bruno, sentándose a horcajadas encima de ella y atosigándole con la nariz—, cuéntame qué sucede.

—No tengo nada, mierda —insistió, recibiendo una mirada seria de parte de Bruno—. Si que el útero se te esté contrayendo de manera inhumanamente dolorosa justo en vísperas de Nochebuena cuenta como nada, pues sí, no tengo nada, cabrón.

Una cara llena de entendimiento y diversión se dibujó en el rostro de Bruno al escuchar las palabras de su novia. Recibió un golpe en las costillas que le sacó el aire.

—No te rías, prostituto.

—Esto es violencia doméstica. ¡Pido el divorcio!

—Ni siquiera estamos casados, estúpido.

—Bien, ¿te casarías conmigo, ____?

—No.

—El burro te besó —recitó, brindándole un besito en la nariz—, contigo se casó —La besó en los labios— y con sus patas te aplastó —finalizó, dejándose caer sobre el delgado cuerpo de ____.

—¡Mierda!

Y ambos reventaron en carcajadas.

—Lo siento, Brunz —musitó ella, sintiendo sus mejillas colorearse—. Deberías ir con alguien que te trate como te mereces —le dijo por enésima vez aquella semana.

—Yo no quiero ir con alguien, quiero ir contigo.

—Bien; porque si te vas con alguien, te corto el pene.

Bruno volvió a proferir una de sus carcajadas dulces y acarameladas y se puso de pie.

—Iré a prepararte unos tacos de mermelada.

Y salió de la habitación, escapando del conejo de peluche que su novia le lanzó y dejando a una muy enamorada _____, quien pensaba en lo maravillosos que habían sido aquellos dos últimos años junto a Bruno.

Viviendo con el Idiota (Bruno Mars)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora