-¡Maldita perra!
-¡No le digas así! -grita Presley, lanzándole a Eric una mirada asesina.
-¡Digo lo que es!
-¡Al menos ella no babea dormida!
-¡Tú no la has visto!
-Sólo estás así por tus pantalones -respondió Tiara, con ojos desafiantes.
-¡Ella los...!
-¡Déjala tranquila!
-¿Quieres ver la marca que me dejó?
-Ae, qué maduro.
-¡Es perfectamente notoria!
Dicho esto, Eric se retira de la sala enfurecido, cubriéndose los hoyos del trasero de los estropeados jeans azulinos con ambas manos. Las cuatro hermanas, todas ceñudas, lo ven desaparecer tras la puerta, y luego voltean la vista hacia el cachorro color caramelo, todas embobadas en la carita del animal.
-Ya, no le hagas caso, cachorrita.
-Es tan linda -susurra Tahití, frotando su nariz con la de Ribbon, la responsable de la reciente ropa rasgada, que lleva un lazo rojo alrededor del cuello.
Pongo los ojos en blanco al ver embobadas a las cuatro chicas mirando un puto perro, ignorando completamente los gruñidos frustrados de Bruno, que también se ha llevado parte de las repercusiones de la locura de Ribbon.
-¿Jamás han visto un cachorro en su vida? -murmuro casi para mí misma, con la ligera esperanza de que terminen de mimar al animalito, y podamos empezar a desempacar.
-Es un amorcito -se defiende Jamie, con una voz que deja claro cuánta ternura les inspira.
-Porque a ti no te hizo añicos los bóxers.
Bruno sostiene sus desbaratados calzoncillos con ambas manos, estirándolos en toda su longitud para dejar ver los grandes hoyos donde Ribbon enterró garras y dientes. Tengo que cubrir mi boca con ambas manos para no ahogarme con mis propias carcajadas.
Bruno voltea la vista hacia mí, y esboza una media sonrisa de esas que me derriten y hacen mierda el curso de mi universo. Arrg, no sé qué me pasa con él. No sé qué le pasa conmigo. No sé qué nos pasa a ambos. Aquella aparentemente indestructible relación de odio mutuo que construimos todos estos años se acaba de ir al carajo por el sólo hecho de habernos mudado juntos. Es como si ya no pudiera sostener una conversación saludable con él, porque me jode que Bruno me esté viendo con nuevos ojos. La conciencia me pesa con los recordatorios de sus besos, de nuestras peleas, del día en el que ambientó su estudio para mí, del domingo de la batería, cuando llegó ebrio y apestando a culo, nuestro incidente en la cocina, su apoyo incondicional con el asunto de mi padre, sus chistes y sus estupideces... y siento que lo amo. Pero luego recuerdo tanto tiempo de hacerme la vida imposible, insultos, humillaciones, tanto coraje... y siento que quiero arrancarle las pestañas. Tantos sentimientos encaramados me confunden, y me siento una estúpida por no poder tomar una decisión inmediata respecto a un asunto tan sencillo como correr a los brazos de Bruno Mars.
Me confortaría que él estuviera pasando por lo mismo, pero mientras yo me desvivo estudiando los recientes acontecimientos, él luce fresco como una lechuga, sonriente y seductor, y cuándo no.
Todos mis miedos, inseguridades y dudas sobre este idiota se resumen en una pregunta: ¿Debería actuar como antes, o empezar algo con él? Ambas opciones me asustan, ambas traerán repercusiones, ambas parecen malditamente viables.
-¡Wester!
Me obligo a levantar la mirada del suelo, con mi mejor cara de estar prestando toda la atención del mundo. Me encuentro a una Presley de manos en la cintura, con una ceja bailarina.
-¿Qué?
-¿Lo ves? -Se voltea a Bruno, con una sonrisa de suficiencia en el rostro-. ¡No lo escuchó!
-¿No escuché qué?
Pres me mira asustada, como si se acabara de enterar de que estoy sentada frente a ella. Qué familia tan bipolar.
-Que... ¡me dijeron que no hablara contigo! -chilla, y se va corriendo hacia la cocina. Junto mis cejas con extrañeza. ¿Pero qué carajo? Mis ojos se dirigen hacia Bruno, buscando una explicación.
-¿En qué tanto pensabas? -cuestiona de repente, y yo tardo un par de segundos en entender la pregunta. Cuando lo hago, empiezo a rezar por que la tierra me trague.
-En... -susurro, para ganar tiempo e inventar una excusa convincente. Cuando no la hallo, suelto lo primero que atrapa mi cabeza-... ¡me dijeron que no hablara contigo!
Me pongo de pie, y troto a toda prisa hacia las puertecillas de la cocina, dejando a Bruno en la sala de estar, con una mirada confundida y los hombros caídos.
Me encuentro a la mismísima Presley Hernández sentada en la encimera, balanceando las piernas, comiendo a lameteadas una gran bola de helado de vainilla. Se sobresalta al verme, y su rostro de contorsiona, aterrorizada. No es gran partidaria de los interrogatorios: termina balbuceando excusas y revelando cosas que no debe.
-Oye, yo también quiero helado -me quejo, dirigiéndome hacia la congeladora para examinar su contenido. El alivio redibuja su semblante cuando concluye que no voy a preguntar por su huida de la sala.
Desenvelvo la crema pálida y dulce, arrojo el envoltorio al basurero y empiezo a lametear, extasiada.
-Deberías hablar con él.
Mi lengua se queda pegada a la suave y fría crema, perfectamente colocada encima de un barquillo dulce, y me obligo a alzar la vista. Sorprendentemente, no me encuentro a una Presley nerviosa o incómoda, sino a una tajante y rígida, como si estuviera afirmando un hecho científico, como que las tangas son sumamente incómodas.
-¿Quién es él?
Dejando de un lado la redundancia y paradoja, puedo decir que me siento estúpida por hacerme la idiota. Es evidente de quién estamos hablando y, por la mirada que me dirije Pres, ella es sabe que yo soy conciente de ello.
-No quiero.
-Amiga, no vas a ignorarlo el resto de tu vida.
-Tan sólo es un tipo caliente -me defiendo. Bruno no quiere otra cosa que sexo, conoce muy bien mis puntos débiles y es sumamente persuasivo. En cualquier momento puedo caer ante él y hacer algo de lo que me arrepentiré luego. No estoy dispuesta a arriesgarme.
-¡Pues aclárale las cosas!
-Ahí el dilema: ¿cómo es posible explicarle algo que ni yo misma entiendo?
-Entonces, sólo... -se le enredan las palabras en la lengua, y clava la mirada en el suelo, buscando algo con que argumentar-. ¡Es que no puedo soportar que ya no se hablen! -estalla de repente, volviendo sus ojos brillantes hacia mí-. ¡Me enferma que las cosas hayan cambiado tanto! ¡Sólo...! -se calla, y se limita a observarme suplicante-. Extraño sus discusiones y sus estupideces. Ustedes siempre se han querido tanto, a su manera. Quiero que las cosas sean como antes.
Yo nunca he visto a Presley tan seria, tan indefensa, hablando con tanta sinceridad.
Tal vez debería hacerle caso. Yo también he extrañado a Bruno y sus tonterías.
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Viviendo con el Idiota (Bruno Mars)
FanfictionMiles de millones de galaxias 8 planetas 5 continentes Cientos de países Un carajo de personas en el mundo. Y tenía que tocarme... Vivir... Con el idiota de Bruno Mars En un apartamento. Los dos solos. Con sus odiosas bromas y su estúpida ironía. ¿P...