Capítulo 26

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Jeongin solía pensar que la vida estaba escrita desde que llegabas a éste pútrido mundo.

Como que, cada persona tenía un libro en el que todo estaba plasmado y las cosas se iban cumpliendo conforme el pasar de las estaciones; incluso, sabía que si tuviera la oportunidad de leer el suyo, no lo haría porque le quitaría lo divertido a su futuro.

Sin embargo, Hyunjin no compartía ese pensar; él era un creyente nato de que el destino lo ibas armando tú, sin importar lo establecido, si tu deseabas darle un giro de trescientos sesenta grados a lo planeado, podías obtener algo mejor en tu existencia terrenal y esa era la chispa de un mejor mañana.

Jeongin pensaba que Hyunjin se había cruzado en su senda por alguna razón que todavía no resolvía.

Y Hyunjin no pensaba en un por qué, solo vivía a tope los momentos buenos que él trazaba.

Una doctrina dividida era el resultado de dos personas contradictorias en muchos aspectos, dos polos opuestos, como el agua y el aceite; elementos que nunca iban a combinarse pero podían estar juntos en el mismo espacio sin perder sus propiedades.

En eso se habían convertido.

Porque no por nada, Jeongin estaba sentado justo al borde de su pequeño escritorio recientemente adquirido; si iba a estudiar en unos meses, quiso prevenirse y tener un espacio dónde realizar sus tareas. Sus lápices estaban regados en el suelo, al igual que su nueva caja de marcadores de colores que había conseguido en internet y esperaba usarlos en los apuntes que hiciera en un salón de clases.

Hojas sueltas regadas en el suelo, la silla acolchada y con rueditas varada en una esquina.

Y un chico de orbes oscuros entre sus piernas, preparándolo con sus dedos en busca incrustarse más adelante en su agujero dilatado.

—Eso... —farfulló, apretando los ojos y gimiendo bajito—, no te detengas, así...  

—Es que no puedo creer lo dócil que eres, estás tan abierto y caliente  —encantado, Hyunjin le encajó los dos dedos, barriendo su próstata y haciéndolo lloriquear con tan sencilla acción—, te tomé ayer y mírate, puto insaciable.

La mitad de su culo sobresalía del mueble y sus pobres brazos resentían el peso de su cuerpo. Era casi inmundo el chapoteo ocasionado por el lubricante, el temblar en sus piernas separadas y los jadeos perpetuos repletos de placer que provenían de su ronco pecho.

Se estaban acercando a la perdición, un viaje sin retorno y con el boleto pagado... por supuesto que irían.

—¿Qué quieres? —Hyunjin juntó su frente sudorosa a la del menor, ambos respirando pastoso.

Su polla estaba dura, ya no llevaba ropa puesta que lo confinara, ambos desnudos de pies a cabeza, siendo adolescentes hormonales en pleno despertar sexual. Jeongin no sabía cuánto más iba a durar en tal posición, no podía tocar el cuerpo de su verdugo y se iría de espaldas si dejaba de apoyar todo su peso en ambas manos.

Pero es que joder, una fantasía ser follado sobre el mueble de caoba que usaría más adelante para obtener buenas notas.

—Te pregunté que quieres —demandó endiosado, abusando del orificio angosto que el menor le ofrendaba—, contesta, ofrecido.

Jeongin perdió la capacidad del habla y aspiró el aire con torpeza. Su cerebro estaba congelado, se estremecía con cada penetración dada por los dígitos delgados, hirviendo en sus adentros y a la espera de que el pene del castaño tomara el protagonismo.

Fue ahí, cuando otro manotazo aterrizó en su mejilla ruborizada; el escozor en su epidermis le calcinó, elevando su excitación y evacuó un lloriqueo gozoso.

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