Capítulo 40

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—¿Por qué la gente no tiene la aplicación de su banco en el celular?

—Ahí vas...

—Quiero decir, se ahorrarían esta horrible fila —Observó la hilera de gente formada—. Es mucho más simple ver cuanto dinero tienes ahí.

—Los cajeros automáticos no sirven sólo para consultar el saldo, muchos vienen a retirar —Jeongin recargó su espalda en el muro, esperando por su turno.

—Ya lo sé —graznó y volteó los ojos—, pero te apuesto que de las quince personas que tenemos delante, al menos cinco solo vienen a ver cuanto dinero tienen y eso se solucionaría con checarlo en el móvil.

Impaciencia.

Esa era una de las palabras que definía a Hyunjin.

Se habían movido hacia el banco más cercano, precisamente porque el rizado no contaba con la aplicación para revisar el dinero depositado por su madre en la tarjeta, y al llegar se encontraron con una basta cantidad de gente formada, aguardando para entrar a los cubículos donde los cajeros estaban en funcionamiento.

El mayor sentía que ya había transcurrido una eternidad, odiaba tener que estar de pie, avanzando poco a poco y escuchando los chismes de quienes estaban adelante y atrás de ellos; se enteró de varias cosas que le hicieron perder la fe en la humanidad.

—¿Cuánto llevamos aquí? —preguntó, y la punta de su pie comenzó a pegar con el suelo reiteradas veces.

Notó que el menor miró el reloj en su muñeca y suspiró.

—Cinco minutos más de los que te dije hace un rato.

—Entonces... ¿diez?

Jeongin afirmó y gesticuló una leve sonrisa.

—Diez largos y fastidiosos minutos —Se mofó y alargó su brazo con la palma extendida—. Ven.

Hyunjin se vio en la obligación de sostener su mano y dejarse ir hacia él, no opuso resistencia cuando fue jalado y al instante, su propio agarre se ciñó en la cintura ajena.

—¿Ahora qué? —Le dio un apretón a la divina curva que envolvió con su tacto.

—¿Qué vamos a hacer saliendo de aquí? —Acarició suavemente el cabello en su nuca—. ¿Quieres ir a comer?

—¿A comer... te? —preguntó, juguetón.

Jeongin puso los ojos en blanco y declinó la oferta, esta vez sus caricias se centraron en el pómulo definido de Hyunjin, repasando con la yema de su pulgar la suave y tersa zona.

—No, bobo —susurró, y le miró sugerente—. ¿Sushi?

—¿Otra cosa que te apetezca? —El castaño hizo una mueca al estar medianamente de acuerdo.

Le gustaba el sushi, pero prefería mil veces una buena pizza de pepperoni o en su caso, una orden de alitas picantes.

—En realidad no, pero si tu quieres...

—Sushiroll será.

Se encontró complaciendo las demandas de su bonito bartender.

Lo que nunca creyó hacer por nadie.

—¿Querrás que te acompañe a tu próxima cita con la psicóloga? —Jeongin le cuestionó, sonriendo con plenitud.

Que paz sentían.

—Sí —dijo Hyunjin conciso y picoteó los labios regordetes que el otro poseía.

Uno de los muchos besos rápidos que se daban, tintados de cariño, de afecto y de cientos de emociones que ninguno había experimentado antes.

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