Capítulo 26 - Ojos que no ven, corazón que no siente - El «Séptimo Impacto» II

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«Siento que estoy llamando a la puerta del cielo...»

Knockin' on Heaven's Door - Bob Dylan 


Remia, Crystel, Residencia Windsor - 30 de Junio - Año 525

—Supuse que estarías aquí —dijo Lara saliendo al balcón.

Allí Rhys se encontraba apoyado a la barandilla con su mirada colgada en el cielo, apreciando la caída del sol, y la entrada de la noche.

—Necesitaba tomar aire fresco, luego de todo eso sólo me queda esperar... Estoy algo cansado, me ha tenido un poco ansioso la decisión de Vlas, y no he podido dormir mucho pensando que hacer mañana... Anoche tuve un ataque de pánico —respondió Rhys, ante su última declaración Lara le dio una rápida mirada.

—¿Volvieron? ¿Por qué no me dijiste? —preguntó, Lara expresando su preocupación.

Rhys sufría de ataques de pánico desde hacía muchos años atrás. Estos comenzaron en su niñez: Trastorno de ansiedad generalizada. Ese fue su diagnóstico luego de buscar ayuda especializada. Cuando comenzó la terapia intentó mayormente buscar el origen de esta. Fueron muchos sucesos acumulados que terminaron por desatar una extraña manera de afrontarlo: Preocupaciones, presión, estrés, y esa sensación de soledad que siempre lo azotaba, sentía que nadie en el mundo era capaz de comprenderlo, y en consecuencia, esto lo hacía alejarse de todos, haciendo, de la misma forma, que cada vez su condición empeorara más, quedándose aún más solo que antes... O así fue, hasta que conoció a Lara.

Él no le contó a ella lo que sufría al principio, de hecho, se sentía algo inseguro ante su padecimiento, siempre creyó que eso lo volvía más débil, algo vulnerable ante los demás, por eso su resignación, y su actitud superadora. Pero no podía, era algo que se salía de su control, y en la intimidad esta situación empeoraba.

A veces era imposible calmarlos, y la sensación de muerte inminente invadía su mente, no lo dejaba salir al exterior, no lo dejaba seguir adelante, era una cadena que lo ataba a un vacío, y que no permitía que se soltara, y mientras más quería salir, más profundo caía. Lo único que podía disminuir estos sentimientos era que su madre estuviera a su lado. Esos años fueron horribles, porque no sabía lo que quería, no sabía lo que lo hacía seguir adelante, era inercia, no podía pensar, porque cuando comenzaba no paraba de hacerlo, y de tantos pensamientos en su cabeza se tornaba todo borroso, y sus ataques de pánico empezaban de nuevo, y paraban, y continuaban, y paraban, y continuaban, era un horrible círculo de autodestrucción. Un laberinto sin salida.

La primera vez que sufrió uno frente a Lara ella no se percató, corrió hacia un baño y se encerró ahí, ella lo encontró y ayudó a calmarlo, le prometió estar para él en todo momento, y darle su mano para que saliera adelante, pero él sabía que no era así, porque al otro día sucedería lo mismo, y el día después también, y así hasta que ya no supiera como iba a terminar. Pero no todo duraba para siempre, y pasó mucho tiempo hasta que por fin pudo superarla.

RHYS

Trece años atrás, cuando era adolescente, la secundaria era el único lugar en el mundo en el cual me sentía aislado. Mis mejores amigos se encontraban ahí: Ashley, Jake, David, y obviamente ella, Lara. Pero, de todas maneras, no era el lugar en el que más tranquilo podía sentirme. Todo iba demasiado rápido, y mi cerebro lo analizaba muy lento, pero tenía que ponerme a la velocidad de lo que me rodeaba, por eso a veces mi cabeza comenzaba a dar vueltas, y razonaba las situaciones en segundos, me forzaba a mí mismo a comprender algo que quizás, no era necesario, porque lo único que me hacía sentir un poco de paz era ese deseo de querer despegarme de todo y desaparecer, pero como sabía que no podía, me convencía de que debía quedarme ahí, eso formaba una confusión enorme en mi interior, una confusión enorme que terminaba por hacer que mi mente y mi cuerpo se desconectaran, y que el mundo se apagara por un instante... Sentía que me sumergía en un océano inmenso, ahogándome, con mi pie atado a una roca que no me permitía salir a la superficie, que no me dejaba escapar.

LA LEYENDA DEL SCIRE - Di Rem-WindsorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora