5. Like an angel

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Como un ángel

Marie llegó a la barra más cercana desde su posición anterior

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Marie llegó a la barra más cercana desde su posición anterior. Hubiera preferido mil veces quedarse en casa mirando una película a modo de celebración, pedir comida y beber vino, pero si había algo que a Marie no le salía decir era «no». Jamás podía negarse a nada, era algo que no salía de ella. Pensaba que sus acciones podían afectar a la otra parte, por lo cual cuando eran peticiones de este estilo, no decía que no.

Así que allí se encontraba Marie, sentada en un taburete más largo que la mitad de su cuerpo, con una intensa nube de humo de cigarrillo sobre su cabeza y un hombre de aspecto rudo frente a ella; que la miraba intensamente como diciendo «¿pedirás o no?». Mordió sus labios y hamacó sus piernas de adelante hacia atrás.

Tanta era la incomodidad que ella no se había dado cuenta de la grácil figura sentada a su lado, mirándola de reojo.

—¿Quieres que te recomiende un trago? —preguntó él.

Marie giró el rostro hacia la voz. La mayor parte de sus facciones estaban oscurecidas y casi desfiguradas por la falta de luz. La bombilla frente a ellos no ayudaba demasiado con su enfermiza luz amarillenta, que hacía lucir la blanca piel de ambos jóvenes como si se sintiesen enfermos. Pudo advertir que llevaba una camisa negra con dibujos de dólares, entreabierta en el pecho, y que tenía una mandíbula marcada. Del tipo de mandíbula que podía cortar papel y no a la contraria.

—No me gusta beber —respondió Marie, mirándolo. Esperaba por parte del apuesto muchacho una cara de reproche, pero esta jamás llegó.

—Ni a mí. Al menos no como algo habitual.

Marie lo miró más detenidamente. Llevaba el cabello sedoso rizado hasta los hombros, lo que generó, por parte de ella, un gran exceso de envidia. Sus ojos parecían casi líquidos, de un color muy claro que no podía llegar a definir por culpa de la escasez de luz. Pudo advertir más retazos de su rostro, que era igual anguloso que su mandíbula, como si hubiese sido tallado a mano por el mismísimo Miguel Ángel. Portaba larguísimas pestañas y una sonrisa triste, de esas como las pinturas de los ángeles en tantas capillas.

—¿Y qué haces aquí? —preguntó Marie. Él se encogió de hombros.

—Mis amigos...

Marie le sonrió con somnolencia.

—Somos dos.

El sujeto la miró de reojo.

—¿Y ellos dónde están?

—En la pista, con sus parejas —contestó Marie—; ¿los tuyos?

—En la pista también, o coqueteando con alguna chica por algún lado...

Marie sacudió la cabeza.

—Jamás entenderé porque la gente prefiere un amorío de una noche a encontrar a alguien que le quiera realmente...

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