17. Wales

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Gales

Marie alzó el rostro para ver a Hayden sonreírle desde medio metro por arriba de sus ojos

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Marie alzó el rostro para ver a Hayden sonreírle desde medio metro por arriba de sus ojos. Estaba casi que hundida en un deshilachado sofá.

—Llegaste en punto —dijo ella, dejando entrever una pequeña sonrisa en sus finos labios.

—Suelo ser puntual con todo, lo admito.

Marie sonrió a modo de respuesta e incorporándose caminaron para comprar algunas fichas. Marie se adelantó a comprar diez para que Hayden no lo hiciera, dejándolo con la billetera en la mano y los ojos divertidos por varios segundos. Marie dedicó unos segundos a mirarlo. La camisa roja que llevaba puesta era, sin duda, lo que más llamaba la atención en todo el local, tomando en cuenta que todo estaba bastante ensombrecido por la falta de luz. La mayor cantidad de iluminación parecía llegar desde las maquinitas encendidas, las cuales mostraban los comerciales de los juegos. Había varios que, supuso ella, serían basados en animes japoneses, puesto que el estilo de caricatura era muy parecido. Se escuchaba el sonido en 8 bit por todo el local, alcanzando cada recoveco polvoriento. Había una máquina expendedora de maníes y pop dulce, además de bebidas gasificadas que Marie temía estuviesen vencidas.

Volvió a mirar a Hayden y pensó que con solo voltear los ojos a la llamativa camisa roja de su acompañante hacía pensar que un trozo de sol se había posicionado en la habitación. En cambio, Marie simplemente había ido a la cafetería con un buzo de punto negro y unos tejanos blancos, y sus siempre fieles botas negras. No es que llamase tanto la atención como él.

Y ese era uno de los motivos por el cual había dicho de verse a las ocho. Suponía que, a esa hora, que en invierno ya oscurece, no habría tanta gente en la calle y las fans de él no lo estarían acosando. La mayoría de las fans no lo hacían con esa intención, pero era obvio que ser perseguido por cuadras, mientras te toman fotos, es algo de acoso. Además, ¿qué más privado que un arcade? Supuso que ese sería el lugar más privado que pudiera conseguir.

—¿A cuál quieres jugar? —preguntó Hayden, moviendo los ojos por la habitación.

Ella movió los ojos también, terminando por entrecerrar los ojos ante uno que siempre había querido jugar pero, dada la temática, le daba algo de miedo.

—¿Ese de zombies? —Extendió el dedo índice hacia una maquinita a su derecha.

—¡Sí! Vamos.

Hayden encaró la marcha. Al llegar, Marie insertó la moneda y se encendió el juego. Había dos pistolas conectadas a la máquina, una roja y una azul. Cada uno tomó la que se encontraba enfrente, esperando a que el juego comenzara a correr.

Era simple: los zombies no podían acercarse a la pantalla porque, en consecuencia, te comía una de las tres vidas que tenían los jugadores. Ambos se pusieron en posición, apuntando la pantalla, expectante. Cuando comenzaron a aparecer los zombies, ninguno de los dos tenía la experiencia o puntería suficiente como para no perder dos vidas de primera. Marie comenzó a reírse de los nervios apenas logrando matar a alguno que otro, mas Hayden parecía haberse puesto a la labor y logró defender heroicamente la última vida... por al menos dos minutos, cuando la perdieron.

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