24. Psychologist

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Psicólogo

Ivan la había llamado tantas veces que, al entrar en su registro de llamadas, lo único que aparecía era su nombre

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Ivan la había llamado tantas veces que, al entrar en su registro de llamadas, lo único que aparecía era su nombre. Él nunca había medido las consecuencias de sus actos, jamás. No cuando era pequeño, ni cuando tenía quince años; ni ahora. Se supone que con la edad uno empieza a saber qué es lo que debe hacer o no. Pero, en su caso, parecía que siempre hacía lo que no debía hacer. Porque él no debió de haber dicho lo que dijo.

Era uno de esos momentos en la vida en los que realmente desearías tener un botón para rebobinar. Pero para, realmente, rebobinar. No porque no estudiaste para el examen de historia, no porque apostaste que tú amigo no bailaría frente al profesor y luego perdiste veinte libras porque realmente lo hizo. Sino para enmendar las cosas. Claro que ese botón no existe y uno debe aprender a vivir con sus errores, llenándose la cabeza de «¿por qué dije eso?», «¿por qué hice eso?». Y «de los errores se aprende». Más fácil decirlo que hacerlo. Usualmente uno tropieza con la misma piedra una, y otra, y otra vez. Así que o aprendes a esquivarla, o tomas el otro camino. Y en escala de dificultad, irse por el otro camino era mucho más fácil. Siempre eludir los problemas es el camino más fácil.

Eso había hecho Ivan. Y no solo porque, literalmente, fue a la chica más fácil. Sino que, durante toda su vida, tomó el camino fácil. Porque siempre fue más fácil decirle al profesor que perdió la tarea, en vez de admitir que no la había hecho. Era más fácil fingir doblarse el tobillo para no correr alrededor de la cancha con la ropa deportiva. Y también siempre fue más fácil intentar ignorar sus sentimientos (y por contexto, a Eléonore) y dejarse llevar.

Todo cambió luego de esa fiesta. Siempre la había querido, pero había necesitado romperle el corazón para admitírselo a él mismo. Y es cuando esa típica frase «no valoras lo que tienes hasta que ya no lo tienes» dejaba de ser típica y se volvía una nueva Ley de Newton. Fue por eso que pasaron las horas, días, semanas e Ivan seguía sin recibir señales de vida por parte de quien una vez fue su mejor amiga.

En eso pensaba mientras caminaba por Londres, mirando los edificios y como el cielo se encapotaba sobre su cabeza, en lo que se basaba su vida ahora. Rumiar por decisiones estúpidas, y lamentarse de que, tal vez, había perdido al gran amor de su vida.

(...)

Cuando Marie lo llamó, Hayden estaba cepillándose los dientes. Cabe destacar que Hayden se babeó la camiseta con algo de pasta cuando se apuró en escupirla dentro de la pileta, enjuagarse la boca con algo de agua, y llegar a atender el teléfono antes de que la chica colgase.

—¿Hola? —dijo Hayden, mirando su reflejo en el espejo y, posteriormente, la mancha de pasta dental. Como respuesta, Marie sorbió por la nariz fuertemente. Hayden frunció el ceño, notando las pulsaciones en sus venas. Se incorporó de golpe—. ¿Marie?, ¿estás bien?

—No sé. —Hizo una pequeña pausa, en el que el aire pareció escaparse de su boca; como cuando ahogas un sollozo. Hayden comenzó a caminar en pequeños círculos dentro del cuarto de baño. Algo parecía explotar dentro de su pecho cuando escuchó el siguiente sollozo—. Lo siento, no debería llamarte ahora... —soltó, sorbiendo sonoramente.

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