43. Four seasons

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Cuatro estaciones

La casa se encontraba vacía ante la partida de Hayden, el silencio apenas interrumpido por sus pisadas o los maullidos de Perejil

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La casa se encontraba vacía ante la partida de Hayden, el silencio apenas interrumpido por sus pisadas o los maullidos de Perejil. Sus ojos viajaron, aletargados, por la casa. La luz entraba a raudales a través de las ventanas, las cortinas descorridas desde hacía días. Casi podía ver las motas de polvo en el aire, trazando círculos en la luz. Llevó sus pasos hasta el segundo piso, encaminándose hasta su habitación. Al entrar, abrió el armario y mordió sus labios al ver la ropa de Hayden allí. Casi quería creer que era un mal sueño. Cerró las puertas de un golpe y se alejó de allí, a mezclas de enfado y tristeza.

No hacía una hora que se había ido, pensó, pero ya la separación era insoportable. ¿Por qué el amor tenía que doler? Se suponía que era un sentimiento bello. Sin embargo, a veces trae más desgracias que felicidad. Marie no lo entendía. No se suponía que amases a alguien para sufrir. Aunque, claro, el dolor lo hacía más real. No podía haber amor sin dolor y eso es, también, porque al amar, incluso siendo correspondido, dolía. Marie no lo apoyaba, de todas formas. Apretó los ojos, con firmeza, y suspiró. Bajó la vista cuando sintió a Perejil refregarse por sus piernas, maullándole. Acarició la cabeza del gato y se lanzó sobre el sofá, con cansancio y casi durmiéndose al instante.

Las primeras semanas —siendo traducido esto a: los primeros meses— fueron los peores. Marie no tuvo mucho contacto con las redes sociales, pero creía saber que su nombre y el de Hayden se encontraban en muchos anuncios. Algunos canales de chismes los borró de su canalera, de todas formas, ella nunca fue de mirar esos canales. No tenía ganas de ver anuncios de series sobre familias ricas o programas que cuentan chismes sobre los famosos. De a poco, Marie intentaba recuperar la vida que había llevado antes de Hayden. Sin embargo, esa época parecía tan atrás... Horriblemente atrás. Hayden se había fundido en su piel de una forma única y profunda, tanto así que no recordaba cómo era estar sin él. Durante un largo tiempo, ella casi olvidaba que Hayden no estaba allí. Se giraba para contarle un chiste o un acontecimiento, para darse cuenta que el otro lado de la cama estaba vacío. O en las mañanas, preparando dos tazas de café para darse cuenta que le sobraba una.

Una de las peores partes eran las fotos. Al salir a la calle y pasar por delante de un kiosco, Hayden estaba en todas las tapas de las revistas. Marie no se detenía a leerlas, pero si se detenía para mirarlo a él. Incluso a través de una fotografía impresa, Marie avistó las bolsas bajo sus ojos, la sonrisa forzada. «Debería haber insistido —pensó ella—. Debería haberle insistirle para irme con él.» Su trabajo no estaba siendo gratificante, no sabiendo lo que había dejado atrás por él. La revista se dobló bajo sus dedos y ella respiró con sorpresa al leer el título: «Hayden Lovelace y Kate Jones han sido vistos en...». Mordió sus labios, sintiendo como las lágrimas querían salir por sus ojos y respiró con fuerza.

—¿Está bien?

Levantó la vista para observar al vendedor, que la miraba con susto y suspicacia. Y como no, si estaba a punto de llorar mirando una revista. Sus emociones, en el último mes, habían sido un batiburrillo, una mezcolanza interminable. Predominaba la tristeza, la soledad y el enfado, pero una mezcolanza a fin de cuentas. Llorar en público era el colmo. Ella apartó las lágrimas de sus ojos con el puño de su camiseta.

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