16. Arcadian

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Arcade

De golpe, el aire se escapó de los pulmones de Marie, como si le hubiesen dado una patada en el estómago

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De golpe, el aire se escapó de los pulmones de Marie, como si le hubiesen dado una patada en el estómago. Y Hayden sintió cómo volvía a respirar, lo que eran acciones completamente diferentes, pero convergían en lo mismo: sorpresa. Ni en la más remota llama de imaginación, Marie o Hayden hubieran pensado que se encontrarían en un lugar tan poco usual como un supermercado. Ni que, además, a los dos les parecía gustar el cereal de miel. Aún mantenían agarrada la caja, suspendida en el aire.

—Hola —dijo Marie, ensanchando una sonrisa. Hayden pensó que, a la luz, Marie era aún más bonita de lo que le había parecido esa noche en el club.

—Hola... —repitió Hayden, riendo. Marie miró detenidamente a Hayden.

La verdad es que ninguno de los dos sabía cómo encarar una conversación. Sin que el otro supiera, ambos habían estado deseando con fuerza el momento en el que se reencontrarían. Pero ¿y ahora?

—Quién lo diría, ¿no? —comenzó Marie, soltando la caja y dándosela a Hayden—, que nos volveríamos a ver en la sección de galletas y cereales del supermercado.

—Es extraño, a decir verdad —contestó él—. Pero no menos gratificante.

—Felicidades por el premio —dijo Marie, girando el rostro hacia los estantes de cereales—, pero me dijo Liz que no era lo que querías.

Tomó una caja de cereal de chocolate y se giró a mirar a Hayden. Este negó con la cabeza, haciendo una mueca.

—No, no lo quiero.

Marie lo miró, alzando una ceja y abrazando la caja de cereal.

—¿Por qué no? ¿No crees que el talento de alguien se mida en proporción a lo que consigue? ¿Fama, premios...? —cuestionó ella.

—No, todo eso es demasiado superfluo. Hoy en día, ganar algo así equivale a popularidad. Y eso no significa que seas talentoso.

Marie se sorprendió, de buena forma, de la manera en la que Hayden hablaba. Tenía que admitir que no había podido evitar pinchar con el asunto. Dicho sea de paso, era algo que ella pensaba, claro está. ¿Cuántas personas habían alcanzado la fama, la popularidad, y, sin embargo, eran pésimos en lo que hacían? La pelirroja sonrió, mirándolo desde al menos treinta centímetros por debajo de la línea de los ojos de Hayden, y volvió a hablar.

—No te lo dije aquella noche, pero me gusta la forma en la que piensas —se sinceró Marie—. Hay algo especial en saber qué piensas diferente al resto. Me hace sentir menos incomprendida.

—Es recíproco —contestó Hayden, sonriéndole.

Parecía haber llegado ese momento en el que ambos debían irse, pero ninguno de los dos quería. Algo entre ellos parecía fluir más rápido y fácil que el agua en un río y ninguno quería poner la piedra que entorpeciera la comunicación. Pero Hayden estaba en pijama y no había desayunado, y algo en ver a Marie con zapatillas rotosas le hizo pensar que ella estaba en la misma situación que él; por lo que tomó aire y la miró.

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