15. Supermarket

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Supermercado

Durante toda la fiesta, Hayden se la pasó encerrado en su habitación, con el aire acondicionado encendido y sus ojos clavados en las imágenes de Marie en su teléfono

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Durante toda la fiesta, Hayden se la pasó encerrado en su habitación, con el aire acondicionado encendido y sus ojos clavados en las imágenes de Marie en su teléfono. Subía y bajaba en Google Imágenes, completamente estupefacto. No podía creer que la chica del bar y la escritora de su libro favorito fueran la misma chica. Se preguntó, y no por primera vez en todo el rato que llevaba ahí dentro, si ella sabría quién era él. ¿Habría visto alguna foto de él, al menos para informarse? ¿Lo habría reconocido en el vídeo de agradecimientos? Obviamente, Hayden quería creer que sí. Deseaba fuertemente que así fuera. Si ella tuvo de Hayden el mismo efecto que él tuvo de ella, entonces lo más seguro es que así fuese.

Lo que más le molestaba a Hayden es haber tenido la oportunidad de volver a verla y, sin embargo, no haber ido por la maldita entrevista. ¿Qué habría ocurrido si Hayden hubiese ido a la premiación? ¿Hubieran hablado? ¿Hubieran intercambiado números? ¿No? ¿Sí? Quería creer que sí lo hubieran hecho. Tampoco es que Hayden hubiera vivido demasiadas situaciones así, a decir verdad, él jamás había pedido un número. Igualmente, Hayden quería creer que al menos algo de eso hubiera ocurrido, porque Marie se había convertido en la estrella más brillante de sus oscurecidos pensamientos.

—¿Qué voy a hacer? —se preguntó, tomando su rostro con las manos y sacudiendo la cabeza.

—Ir a la fiesta.

Hayden alzó el rostro y vio que en el umbral de la puerta a Mason, que lo observaba con los brazos cruzados. Hayden se acomodó en el borde de la cama y negó con la cabeza. ¿Hace cuánto estaba ahí?

—No tengo ánimos de fiesta. —Se lamentó, cabizbajo.

Mason suspiró, soltando los brazos al costado de su cuerpo y mirando a su mejor amigo con el ceño fruncido.

—A decir verdad, jamás los tienes.

—Menos hoy.

—¿Qué es lo que te ha estado pasando, Hayden? —dijo Mason, cerrando la puerta a sus espaldas. Del otro lado de la puerta, se escuchó un grito—. Antes te gustaban las fiestas, y bailar... y sonreías. ¿Estás bien?

«No, no estoy bien.»

Hayden suspiró, refregó sus ojos, y tomó grandes cantidades de aire antes de contestar.

—Lo estoy, sí. Solo estoy algo cansado.

—Entonces es que estás amargado.

—Tal vez —dijo Hayden, encogiéndose de hombros.

Mason entrecerró los ojos, sin terminar de convencerse. Negó con la cabeza y caminó hasta él. Se sentó a su lado en la cama, sacudiendo el colchón, y tomó el libro de Marie entre sus manos. Lo miró detenidamente, bajo la atenta mirada de Hayden.

Sin título —dijo Mason, leyendo la tapa verde del libro—, de Marie Leblanc. ¡Marie! —exclamó Mason.

—Ajá... —dijo Hayden, sosamente.

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