En las bulliciosas calles de Hong Kong, donde los rascacielos se alzaban como gigantes de concreto y acero hacia el cielo, dos destinos se entrelazaron en un giro del destino. Entre el fragor de la vida urbana, donde las luces de neón destellaban co...
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Kim y Jennie entraron en una cafetería elegante, donde Jennie claramente era una cliente habitual. La joven saludó con familiaridad al barista y pidió dos cafés especiales antes de llevar a Kim a una mesa junto a la ventana. Kim se sentó, observando cómo Jennie se acomodaba con una actitud altiva y segura de sí misma.
—Así que, Kim, ¿de qué parte de Corea eres? —preguntó Jennie, sorbiendo su café con una elegancia natural.
Kim sonrió irónicamente, encontrando la situación cada vez más absurda.
—Soy de muchos lugares. No he tenido exactamente una residencia fija —respondió Kim, con un tono casual.
Jennie levantó una ceja, interesada pero aún con ese aire de superioridad.
—¿Ah, sí? ¿Qué haces aquí en Seúl, entonces? —preguntó Jennie, como si estuviera evaluando a Kim.
Kim se encogió de hombros, tomando un sorbo de su café.
—Estoy aquí con... alguien especial. Aunque no sé cómo terminará eso —dijo, recordando la escena con Rosé y Suzy.
Jennie sonrió con suficiencia.
—Ah, el drama del amor. A veces es tan complicado, ¿no crees? —dijo Jennie, condescendiente.
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Kim soltó una risa genuina, sorprendiendo a Jennie.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Jennie, frunciendo el ceño.
—Tú. Eres graciosa —respondió Kim, sonriendo ampliamente.
Jennie la miró con incredulidad.
—¿Yo? ¿Por qué? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y ofensa.
Kim se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Porque eres tan egocéntrica y clasista que parece que solo te importas a ti misma. En serio, es como si te hubieran sacado de un cliché de novela —dijo Kim, riéndose.
