En las bulliciosas calles de Hong Kong, donde los rascacielos se alzaban como gigantes de concreto y acero hacia el cielo, dos destinos se entrelazaron en un giro del destino. Entre el fragor de la vida urbana, donde las luces de neón destellaban co...
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En el clima cálido de la estancia Kim estaba sentada en la cocina con una bolsa de hielo presionada contra su mejilla. Su abuela Hye-jin, con su sabiduría estaba de pie junto a ella, observando con una leve sonrisa cómo Kim se quejaba de los golpes que se había dado con su hermana.
—Ay, abuela... duele —se quejó Kim, tocándose la mejilla y resoplando como una niña pequeña.
Hye-jin soltó una carcajada suave mientras acomodaba la bolsa de hielo con más precisión en el rostro de su nieta.
—Parecían dos luchadoras de la UFC ahí adentro, tirándose del pelo y rodando por la cama. —la abuela sacudió la cabeza, sus ojos llenos de diversión—. Si tu madre se entera, Jisoo, créeme que las va a reprender peor que cualquier golpe que te haya dado Jennie.
Kim bufó, cruzando los brazos de forma tierna y infantil, con ceño fruncido aún visible.
—Jennie empezó. Me quitó la foto de Rosé, y... —hizo una pausa, la voz quebrándose ligeramente al mencionar a Rosé—, ella... la rompió.
—Tú hermana siempre ha sido orgullosa y competitiva, tienes que saberlo. —Hye-jin se agachó para estar a la altura de Kim, colocando una mano cariñosa sobre su mejilla—. Pero, cariño, estas peleas no te llevan a ningún lado. Estás pasando por mucho ahora mismo... lo sé.
Kim la miró, cambiando su expresión por el dolor y enojo.
—Ella no entiende nada. Cree que todo gira a su alrededor. Cree que porque tuvo a mamá y a papá toda su vida, eso la hace que pueda tratarme como un trapo sucio. Pero no sabe lo que es estar sola. Yo sí. Viví en la calle, abuela, antes de que ellos aparecieran.
Hye-jin asintió con comprensión. Reconociendo lo que decía su ñieta.
—Lo sé, cariño. Has sido muy fuerte y eso es admirable. Pero también tienes que aprender a controlar esa fuerza. A veces, el silencio es más poderoso que cualquier golpe que puedas dar. —Hye-jin le dio una sonrisa dulce—. Y hablando de eso, ¿por qué no te das un respiro? Sal afuera, pasea por la estancia. Hace un hermoso día para montar a caballo.
Kim suspiró, claramente no convencida, pero la idea de salir a despejarse era interesante.
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