En las bulliciosas calles de Hong Kong, donde los rascacielos se alzaban como gigantes de concreto y acero hacia el cielo, dos destinos se entrelazaron en un giro del destino. Entre el fragor de la vida urbana, donde las luces de neón destellaban co...
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En otro lado del bar, las puertas de vidrio tintado se abrieron lentamente mientras Jennie y su mejor amiga, Irene, caminaban hacia la entrada. La música retumbaba desde el interior, y la atmósfera cargada de luces y energía electrificaba el aire. Jennie llevaba un vestido negro elegante, perfectamente ajustado a su figura, mientras que Irene, con su característico estilo refinado, iba vestida con un conjunto en tonos de azul marino. Las dos parecían desprender una especie de magnetismo al pasar, capturando las miradas de quienes estaban alrededor.
—Jennie, ¿estás segura de que quieres estar aquí esta noche? —preguntó Irene mientras se detenía brevemente en la entrada, observando el ambiente con una ligera mueca de desdén—. Este no es exactamente nuestro tipo de lugar.
Jennie, distraída, apenas prestó atención a las palabras de Irene. Su mirada se dirigió más allá del bullicio del bar, donde un destello familiar captó su atención. La vio. Lisa. Jennie sintió cómo su corazón se detenía un instante y luego empezaba a latir con fuerza. Lisa estaba allí, sentada en una mesa cerca de la barra, riendo y conversando con otra chica, una que Jennie no reconocía.
La vista de Lisa inclinándose hacia la chica, tan despreocupada, tan relajada, hizo que un ardor de celos se encendiera en el pecho de Jennie. La sonrisa fácil de Lisa y la forma en que la chica desconocida le devolvía la sonrisa de manera coqueta, la hacían hervir por dentro.
—Jennie... —Irene notó el cambio en la expresión de su amiga y siguió su mirada hasta encontrar a Lisa—. Oh... entiendo.
Jennie apretó los labios, tratando de mantener la compostura. No quería que Irene, o cualquiera, viera cómo todo esto la afectaba. Pero no pudo evitar que sus manos se cerraran en puños mientras observaba cómo Lisa levantaba su vaso, brindando con esa chica. Como si Jennie ya no existiera. Como si todo lo que habían compartido no significara nada.
—Vamos, Irene —dijo Jennie con un tono frío y decidido—. Entremos.
Irene asintió, aunque en sus ojos había una mezcla de preocupación y comprensión. Sabía lo que estaba pasando por la mente de Jennie, pero también sabía que no era momento de intervenir.
—¿Quieres beber algo? —preguntó Irene, tratando de aliviar la tensión.
—Lo que sea —respondió Jennie distraídamente, su mirada aún fija en Lisa.
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