En las bulliciosas calles de Hong Kong, donde los rascacielos se alzaban como gigantes de concreto y acero hacia el cielo, dos destinos se entrelazaron en un giro del destino. Entre el fragor de la vida urbana, donde las luces de neón destellaban co...
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La luz del amanecer se filtraba suavemente a través de las cortinas, bañando la habitación de Minah con un cálido resplandor que anunciaba un nuevo día. En la enorme cama, Kim y Jennie estaban acurrucadas como dos niñas pequeñas, sus cuerpos entrelazados mientras dormían profundamente. Su madre, que dormía entre ambas, tenía un brazo sobre cada una, como si, incluso en sueños, quisiera asegurarse de que estuvieran en paz.
Lisa, que había madrugado para no molestar a nadie, caminaba con pasos silenciosos. Se detuvo en el umbral de la puerta de la habitación, observando la escena frente a ella con una mezcla de sorpresa y ternura. No pudo evitar sonreír. Las jóvenes que tanto quería habían estado peleando con tanto fervor el día anterior, ahora dormían juntas, con sus rostros relajados y en paz, como si nada de lo que había sucedido.
Hye-jin, que había estado esperando en la sala de estar, se acercó detrás de Lisa, y al ver la expresión en el rostro de la joven, no pudo evitar mirar también hacia el interior de la habitación.
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—Mira eso —susurró Hye-jin, una sonrisa divertida asomando en su rostro—. Parecen aelitas después de todo lo que hicieron.
Lisa dejó escapar una risa suave, inclinándose ligeramente hacia la abuela.
—Ayer parecían dos demonios —respondió Lisa en voz baja, con una chispa de diversión en sus ojos—. Pero míralas ahora, acurrucadas como si fueran las mejores amigas desde siempre.
Hye-jin soltó una risita y sacó un pequeño teléfono del bolsillo de su bata. Con destreza, apuntó la cámara hacia las tres figuras dormidas en la cama.
—Voy a tomarles una foto. Esto es algo que no pasa todos los días —murmuró Hye-jin con picardía.
Lisa levantó una ceja, mirando a la abuela con una expresión cómplice.
—¿No temes que se den cuenta? Jennie Kim tiene un temperamento… bueno, ya sabes cómo es.
Hye-jin sonrió con picardía mientras capturaba la imagen en su teléfono.
—Oh, no te preocupes por eso, querida. He lidiado con cosas peores. Además, ¿quién podría resistirse a algo tan tierno?
Lisa, tratando de no reír demasiado fuerte, observó cómo Hye-jin se guardaba el teléfono con una expresión satisfecha en su rostro.
