En las bulliciosas calles de Hong Kong, donde los rascacielos se alzaban como gigantes de concreto y acero hacia el cielo, dos destinos se entrelazaron en un giro del destino. Entre el fragor de la vida urbana, donde las luces de neón destellaban co...
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La primera luz del amanecer comenzaba a filtrarse a través de las cortinas de la pequeña habitación en el barrio. Jimin, con una sonrisa traviesa en el rostro, había salido temprano para comprar un megáfono y varias cosas divertidas en una tienda cercana. También había recogido algo de desayuno: croissants, jugos y café. Todo esto lo dejó cuidadosamente en la mesa del comedor antes de dirigirse a la habitación de Lisa.
Lisa estaba en la cama, envuelta en una maraña de sábanas y con su pijama arrugado. En medio de su sueño, estaba murmurando para sí misma, un suave susurro que se volvía cada vez más claro a medida que Jimin se acercaba. Hablaba de Jennie con un tono suave y casi melancólico, riendo de vez en cuando como si estuviera en medio de un sueño feliz.
—¡Eres tan adorable, Jennie! —murmuró Lisa, mientras su mano se movía ligeramente como si acariciara a alguien—. No puedo creer que estoy pensando en ti a esta hora...
—¡Atención, señorita Lisa! —gritó Jimin a través del megáfono, su voz amplificada y resonando por toda la habitación—. ¡Despierta de tu sueño de ensueño!
Lisa, sobresaltada, saltó de la cama con un grito ahogado. Sus ojos se abrieron de par en par y miró alrededor, confundida. Su cara se sonrojó inmediatamente al ver a Jimin riendo mientras sostenía el megáfono.
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—¡Jimin eres hombre muerto! —exclamó Lisa, su voz aún un poco entrecortada por el susto—. ¿Qué carajo estás haciendo?
—Solo quería asegurarte de que te despertaras a tiempo para el desayuno, Lisa —dijo Jimin, alzando una ceja con una expresión burlona—. Aunque parece que estabas ocupada soñando con tu princesita.
—¿No tienes nada mejor que hacer que despertarme de esa manera? —dijo, aunque su tono se suavizó—. Y por cierto, ¿cómo supiste lo que estaba diciendo en mi sueño?
Jimin se encogió de hombros, sin dejar de sonreír.
—Solo una pequeña habilidad especial para escuchar —bromeó—. Pero, en serio, pensé que te haría reír un poco. Y por cierto, he traído desayuno.
Lisa miró hacia la mesa donde Jimin había dejado todo dispuesto. El aroma del café fresco y los croissants llenó la habitación, haciendo que se le abrieran los ojos.
