XXI: Enchanted

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A Soobin, el silencio que reinaba en las oficinas de Sotheby's Bond Street ese martes por la noche le resultaba inquietante

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A Soobin, el silencio que reinaba en las oficinas de Sotheby's Bond Street ese martes por la noche le resultaba inquietante. Aunque llevaba trabajando en la casa de subastas de Londres dos semanas, todavía no se había acostumbrado al edificio. Cualquier ruido —el zumbido de las luces del techo, el guardia de seguridad tirando de las puertas para asegurarse de que estuvieran cerradas, el sonido distante de una risa enlatada en la televisión— hacía que se sobresaltara.

Como era la persona del departamento con menos experiencia, había recaído en él la tarea de esperar tras una puerta cerrada a que llegara el doctor Choi. Sylvia, su supervisora, se había mantenido firme en su decisión de que alguien se reuniera con él fuera del horario laboral. Soobin sospechaba que aquella petición era sumamente irregular, pero llevaba muy poco tiempo en el trabajo como para expresar algo más que una débil disconformidad.

—Desde luego que te quedarás. Llegará aquí a las siete en punto —le había dicho Sylvia diplomáticamente, mientras acariciaba su collar de perlas antes de tomar las entradas para el ballet que tenía sobre la mesa—. Además, no tienes nada mejor que hacer, ¿no?

Sylvia tenía razón. Soobin no tenía nada mejor que hacer.

—Pero ¿quién es? —le preguntó. Aunque se trataba de una pregunta perfectamente legítima, a Sylvia pareció molestarle.

—Es de Oxford y se trata de un cliente muy importante para la empresa. Eso es todo lo que necesitas saber — replicó su jefa—. En Sotheby's se valora la confidencialidad, ¿o es que te has perdido esa parte de la formación?

Así que Soobin continuaba en su mesa. Esperó hasta mucho después de las prometidas siete. Para pasar el rato, buscó en los archivos más información sobre aquel hombre. No le gustaba reunirse con gente sin saber lo máximo posible de su historial. Por mucho que Sylvia pensara que lo único que necesitaba conocer era su nombre y unas vagas nociones sobre sus referencias, Soobin no opinaba lo mismo. Su madre le había enseñado que la información personal podía ser un arma muy valiosa cuando se hacía uso de ella en cócteles y cenas formales. Sin embargo, no había conseguido encontrar a ningún Choi en los archivos de Sotheby, y su número de cliente conducía a una simple tarjeta de un archivador cerrado con llave que decía: «Familia De Clermont: solicitar al presidente».

A las nueve menos cinco, oyó a alguien al otro lado de la puerta. Era una voz masculina y bronca, aunque curiosamente musical.

—Esta es la tercera vez que me haces perder el tiempo en otros tantos días, Ysabeau. Por favor, intenta recordar que tengo cosas que hacer. La próxima vez, envía a Daniel.

—Se produjo un breve silencio—. ¿Crees que no estoy ocupado? Te llamaré después de reunirme con ellos. —El hombre maldijo entre dientes—. Dile a tu intuición que se tome un respiro, por el amor de Dios.

Aquella persona tenía un acento extraño: medio estadounidense, medio coreano, y con un deje impreciso que indicaba que aquel no era el único idioma que hablaba. El padre de Soobin había estado en el cuerpo diplomático de la reina y su voz era igualmente ambigua, como si fuera natural de todas partes y de ninguna.

La Sombra de la Noche KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora