Capítulo: 51. Parte 1✔️

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El sonido estridente de mi nombre rompe la tranquilidad de la habitación: —¡Jonathaaaaannnnn! —mis ojos se abren perezosamente y gruño contra las sábanas. Rocky, quien ocupaba su lugar en la cama, se desplaza hacia el otro extremo con un resoplido, rezongando. No me importa que grite, siempre y cuando esté debajo de mí; fuera de ese escenario, sí me resulta irritante. A pesar de ello, me apresuro a salir de la cama lo más rápido que puedo. Cualquier atisbo de mal humor se desvanece en cuestión de segundos al verla casi como el señor la trajo al mundo—. ¿Qué has hecho? —ladra, claramente enfadada mientras se cubre los pechos marcados por mis caricias con los labios.

—¿Lo siento? —mi voz suena carente de arrepentimiento mientras me paso la mano por la nuca para evitar una risa, observando más de esas marcas en el costado de su cuello y en la parte posterior de la nuca, justo donde reposa nuestro tatuaje.

—No, no lo sientes —murmura entre dientes, agachándose para recuperar el sujetador del suelo. Por supuesto, no pierdo de vista la escena y pienso en cómo me gustaría que llevara puestas las bragas con estampado animado de anoche. Una sonrisa idiota de satisfacción se apodera de mi rostro y se mantiene ahí sin desaparecer. Cuando su mirada vuelve al espejo, chilla frustrada: —¿Por qué te ríes de mí?

Amanecimos sensibles.

—¡Perdón, no entiendo tanta molestia cuando tú me has hecho lo mismo! —me cruzo de brazos y sus ojos vienen a posarse justo en el momento en que mis músculos se contraen. Parece tener algún pensamiento o recuerdo pervertido y sacude levemente la cabeza para desvanecerlo.

—¿Qué? ¡Yo no te hice nada! —si existiera un color más rojo que el rojo tomate, ese sería el color que tiene ahora mismo en sus preciosas mejillas.

—¡Oh, cariño, me encantan tus "nadas"! —giro sobre mis talones para dejar al descubierto las marcas que ella me hizo la noche anterior. Luego, me vuelvo hacia el otro lado y la dejo ver mi parte favorita: sus arañazos. No hay manera de que no me gusten. Juro que la haría correrse mil veces para que me marque en cada una de ellas.

Cuando vuelvo a mirarla, sus ojos bien abiertos recorren desde sus uñas hasta mi torso, prestando la misma atención a ambos. Parece sorprendida de que sus uñas, tan cortas, inofensivas y lindas, hayan causado semejante impacto en mi piel.

—No digas mentiras. No te puede encantar que te haga daño —me responde con un atisbo de culpa en su voz, girándose hacia el cesto de ropa sucia, fijando la mirada en algo que no soy yo. La sonrisa se me desfigura al instante e intento recopilar todo en mi cabeza de nuevo.

¿Qué? ¿Daño? ¿Cómo puede ser dañino, joder? Lo que realmente me lastima es que me dé la espalda, que piense que cuando follamos y somos uno solo, ella me lastima. Eso sí que duele.

Antes de siquiera procesar lo que hago, la tengo encima del lavabo, con sus muslos abrazando mis caderas, apenas cubiertas por un calzón que, al salir abruptamente de la cama, se me bajó. Tomo su mentón para que me mire y veo sus largas pestañas humedecidas, provocando un pinchazo en lo más profundo de mi ser.

—No digo mentiras —le aseguro, acariciando con la suave piel de mis yemas su barbilla. Una mentira sería dejarla pensar que me lastima cuando ella es mi curita—. Me encantan porque me los haces cuando estás al límite, cuando te hago tocar el cielo y solo dura unos momentos. Con esto en mi piel, puedes hacer que esa sensación se prolongue, como si cada arañazo fuera un recordatorio de ese instante perfecto y de lo buenos que somos el uno para el otro en todo. No me duele ni ahora ni en ese momento, me excita, como no tienes idea.

Y sí, al concluir todo eso, me encuentro inevitablemente más duro que una roca y siento la tentación de rozarla para demostrarle toda esa verdad, sin embargo, me contengo.

(1) Roma: Al derecho y al revés, es amor © [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora