Capítulo 33: Una tormenta después de la calma.

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Pov Percy

Había asistido a muchos combates en mi vida, pero esto era una batalla a gran escala. Lo primero que vi fue una docena de gigantes lestrigones que brotaban del subsuelo como un volcán, gritando con tanta fuerza que creí que iban a estallarme los tímpanos. Llevaban escudos hechos con coches aplastados y porras que eran troncos de árboles rematados con pinchos oxidados. Uno de los gigantes se dirigió con un rugido hacia la falange de Ares, le asestó un golpe con su porra y la cabaña entera salió despedida. Una docena de guerreros volando por los aires como muñecos de trapo.

-¡Fuego!- Gritó Beckendorf.

Las catapultas entraron en acción. Dos grandes rocas volaron hacia los gigantes. Una rebotó en un coche-escudo sin apenas hacerle rasguño, pero la otra le dio en el pecho a un lestrigón y el gigante se vino abajo.

Los arqueros de Apolo lanzaron una descarga y, en un abrir y cerrar de ojos, brotaron docenas de flechas en las armaduras de los gigantes, como si fueran púas de erizo. Algunas se abrieron paso entre las junturas de las piezas de metal y varios gigantes se volatilizaron al ser heridos por el bronce celestial.

Pero cuando ya parecía que los lestrigones estaban a punto de ser arrollados, surgió la siguiente oleada del laberinto. Treinta, tal vez cuarenta dracaenae con armadura griega completa, que empuñaban lanzas y redes y se dispersaron en todas direcciones.

Algunas cayeron en las trampas que habían tendido los de la cabaña de Hefesto. Una de ellas se quedó atascada entre las estacas y se convirtió en un blanco fácil para los arqueros. Otra accionó un alambre tendido a ras del suelo y, en el acto, estallaron los tarros de fuego griego y las llamas se tragaron a varias mujeres serpiente, aunque seguían llegando muchas más. Argos y los guerreros de Atenea se apresuraron a hacerles frente. Vi que Annabeth desenvainó su espada y empezaba a luchar con ellas.

Tyson, por su parte, cabalgaba sobre un gigante. Se las había ingeniado para trepar a su espalda y le arreaba en la cabeza con un escudo de bronce.

Quirón apuntaba con calma y disparaba una flecha tras otra, derribando a un monstruo cada vez, pero seguían surgiendo más enemigos del laberinto. Y finalmente, salió un perro del infierno que no era la Señorita O'Leary y arremetió contra los sátiros.

"Ahí", me dije mientras cruzaba a toda velocidad el campo de batalla y vi cosas terribles. Un mestizo enemigo luchaba con un hijo de Dioniso en un combate muy desigual. El enemigo le dio un tajo en el brazo y luego un golpe en la cabeza con el pomo de la espada. El hijo de Dioniso se desmoronó.

Otro guerrero enemigo lanzaba flechas incendiarias a los árboles, sembrando el pánico entre nuestros arqueros y entre las dríadas

Una docena de dracaenae abandonó el combate y se deslizó por el camino que conducía al campamento, como si supieran muy bien adonde se dirigían. Si llegaban allí, podrían incendiar el lugar entero.

El único que se hallaba cerca era Nico di Angelo, que acababa de clavarle su espada a un telekhine. La hoja negra de hierro estigio absorbió la esencia del monstruo y chupó su energía hasta convertirlo en un montón de polvo.

-¡Nico!- Grité.

Miró hacia donde yo señalaba, vio a las mujeres serpiente y comprendió en el acto. Inspiró hondo y extendió su negra espada.

-¡Obedéceme!- Ordenó.

La tierra tembló. Frente a las dracaenae se abrió una grieta de la que surgió una docena de guerreros muertos. Eran cadáveres espeluznantes con uniformes militares de distintos períodos históricos. Revolucionarios norteamericanos de la guerra de Independencia, centuriones romanos, oficiales de la caballería de Napoleón con esqueletos de caballo... Todos sacaron sus espadas y se abalanzaron sobre las dracaenae.

-Imprudente.- "La Batalla del Laberinto." (Saga Percy Jackson x Oc)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora