Capitulo 36. Roto

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La presión aumentó en cuanto vi su mirada seria.

—¿Sí...? —respondí, aunque era más una pregunta.

Ella suspiró y jugueteó con sus dedos, mordiendo su labio.

—¿Es una chica de aquí, cierto? —Elizabeth levantó una ceja.

Sentía mi respiración entrecortada al escuchar eso. Tragué saliva.

—¿Por qué? ¿Desde cuándo te interesa quién es? —Estaba aterrorizado, pero intentaba mantener la calma.

Ella permaneció en silencio por unos segundos, que me parecieron eternos. No le quitaba la vista de encima y volvió a hablar.

—Pensaba que las relaciones entre un alumno y un maestro no estaban permitidas —dijo soltando un suspiro.

—Te equivocas, Eli. Ella y yo por ahora no somos nada —intenté sostener una sonrisa nerviosa.

—No lo decía por usted.

Quedé en shock al oír eso. ¿Qué...? Abrí los ojos lo más que pude, pues esa contestación nunca podría haberla esperado. Intenté hablar, formular una palabra, pero había un inexplicable sentimiento en mi pecho, que podía sentir cómo estiraba y rompía a su paso.

—¿Disculpa? —logré decir, aunque sentía que la incertidumbre me invadía.

Ella se encogió de hombros y me miró de nuevo.

—Sí, afuera de la escuela.

—¿Afuera de la escuela? —Hice un gesto de confusión—. Perdóname, Elizabeth, pero, ¿de qué estás hablando?

—Del maestro Cristhian.

Escuchar eso fue el equivalente a recibir mil golpes por todo el cuerpo, uno tras otro. Mis labios comenzaron a temblar y mi voz se hizo cada vez más débil, como si quisiera llorar.

Comencé a mover las piernas por la ansiedad que estaba experimentando. Dejarme caer era lo único que deseaba.

—¿El maestro Cristhian? ¿Cuándo? —pregunté cuando pude volver a la realidad.

—Ella se fue en su auto el día de ayer, cuando la lluvia no se detenía.

—¿Su... auto?

Elizabeth asintió con la cabeza y siguió hablando.

—Ella se fue con él, pero antes de que el maestro encendiera el auto, se quedaron algunos minutos platicando.

Me levanté de golpe y furioso de mi escritorio, dejando un estruendo en la mesa y los cuadernos de mis alumnos. Me llevé las manos a la cabeza y comencé a jalarme el cabello, casi como si quisiera arrancarlo.

Me giré hacia Elizabeth, quien no dejaba de mirarme con unos ojos tristes.

—¿Estás segura? —La tomé con fuerza de los hombros—. ¿¡Estás segura, Elizabeth?!

—¡Sí, sí!, estoy segura de eso —algunas lágrimas cayeron por su rostro, y eso me hizo darme cuenta de que aún era una niña. La solté y di unos cuantos pasos hacia atrás.

Ella me miró muy preocupada y estiró sus brazos hacia mí en un movimiento lento. Yo la miraba confundido, pero se acercó y me abrazó.

Me congelé ante esa acción y dejé que lo hiciera. No le devolví el abrazo, me quedé quieto, sintiendo su palpitar en mi estómago y algunos jadeos llorosos que apenas podía escuchar.

Pasaron algunos minutos cuando se separó.

—Lo siento... lo siento... —sus manos fueron a su rostro para cubrirse.

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