Capítulo 39. Cumpleaños

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Eran cerca de las 10 de la mañana.
Había decidido faltar a clases porque mis padres estaban de visita, algo poco común y aprovechar el tiempo con ellos era muy importante para mí.

Estábamos sentados en el comedor. Mi madre había preparado pancakes con huevo y mermelada, y yo los comía con entusiasmo mientras mi padre me hablaba de su próximo viaje de negocios a Estados Unidos. Acababan de regresar de Canadá, y mi madre no perdía la oportunidad de interrumpirlo para quejarse del horrible frío que habían soportado.

—¿Qué tal la escuela, chiquilla? —preguntó mi padre, llevándose la taza de café a los labios.

—Creo que bien. Ni tan mal ni tan excelente —respondí con una risita.

Mi madre me lanzó una mirada incisiva, esa que solo ella podía hacer, como si tuviera el alma de un gato que observa cada detalle.
—¿Estás segura de que todo va bien, amor? —preguntó, sin apartar sus ojos de mí.

La pregunta me puso nerviosa.
—Ehh... sí, mamá —respondí, desviando la mirada.

—Vamos, déjala —intervino mi padre antes de que ella pudiera seguir presionando—. Solo está ansiosa. No todos los días se cumplen 19 años, y además, no esperaba vernos. —Tomó un sorbo de café y añadió—Quizás tenía otros planes.

—¡No, papá! —exclamé un poco alterada—. No tenía ningún plan. De verdad no los esperaba. —Bajé la guardia y, con un tono más suave, agregué.—De haberlo sabido, habría cocinado algo...

Mi madre colocó sus manos sobre mi cabeza y me atrajo hacia su pecho.
—No digas eso, mi niña —dijo, acariciando mi cabello—. No necesitas cocinar nada. Hoy es tu cumpleaños, somos nosotros quienes debemos consentirte.

Mi padre sonrió, levantando su taza como si brindara.
—Tu madre tiene razón. ¡Por tus 19 otoños!

Ella lo imitó y luego ambos me abrazaron. Ese momento lo deseaba más que nada.

Cuando terminamos de desayunar, mi padre comenzó a buscar en su celular lugares a los que podríamos ir para celebrar.
—¿Cine? ¿Una plaza? ¿Ropa nueva? ¿Comida? ¿Un antro? —preguntaba.

Mi madre se rió ante la última sugerencia.
—Estás viejo para ir a un antro con tu hija. Ni siquiera sabes qué música se escucha ahora —dijo en tono burlón.

Mi padre frunció el ceño.
—Que no se te olvide que somos de la misma edad, Carolina.

—No lo olvido. Cómo olvidar que me invitaste a bailar la primera vez mientras yo estaba con mis amigas —respondió mi madre, en un tono que casi parecía coqueteo.

Mi padre captó la señal y se acercó para rodearla con los brazos y darle un beso.
—¡Aghhh! ¡Aquí no! —exclamé, tapándome los ojos mientras reía avergonzada.

Ellos también rieron y se separaron.

—Ve a tu habitación y ponte muy guapa —dijo mi padre con entusiasmo—. Te llevaré a la plaza y después a tomar un café.

—Es una jovencita. ¿Cómo puedes llevarla a tomar café? —intervino mi madre, levantando una ceja y cruzando los brazos.

—Es mi hija, sé que para ella ese es el cumpleaños perfecto —respondió él, girándose hacia mí—. ¿O no?

Sonreí cuando ambos me miraron.
—Con ustedes aquí, cualquier día es perfecto.

Subí las escaleras rápidamente y, al llegar a mi habitación, tomé un baño. Decidí ponerme un vestido color café y unos zapatos negros.

Al acercarme al tocador donde había dejado mi celular la noche anterior, recordé el mensaje de Cauich. Me quedé inmóvil, mirando mi reflejo en el espejo durante unos segundos, debatiéndome entre encender el teléfono para ver si me había vuelto a escribir o seguir adelante con el día. Sabía que, dependiendo de lo que leyera, eso podría afectar el ánimo de mi cumpleaños. Y hoy tenía que ser un día especial.

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