Capitulo 43. Una despedida, dos corazones rotos

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Cristhian

Emilie entró a la casa y se dirigió hacia la habitación. No pude evitar seguirla e intentar hablarle.

—Emi... —mencioné su nombre con la voz más suave que pude.

—¡ERES UN GRAN HIJO DE PUTA! —volteó hacia mí y me lanzó uno de sus zapatos. Este impactó contra mi pecho, y aunque sentí un leve dolor, no se comparaba con el fuego que me quemaba por dentro.

Me agaché para recoger su zapato y me acerqué a ella.

—Emi... —volví a repetir mientras daba pasos pequeños.

Ella seguía eufórica y no podía dejar de llorar. Su rostro estaba rojo, y su cuerpo temblaba. Quería ayudarla, me dolía verla así, aunque fuera yo el responsable de la situación.

Emilie entró al baño, y después de unos minutos salió con un pantalón y una camiseta lila. Aún tenía lágrimas en el rostro; era evidente que no podía dejar de llorar.

Me acerqué a ella, pero Emilie fue más rápida y me abofeteó de nuevo. Me miró con odio durante unos segundos y abrió la boca, queriendo decir algo, pero su fortaleza no era de concreto, sino de papel. Rápidamente sus labios empezaron a temblar, y dio algunos pasos hacia atrás para cubrirse el rostro con las manos y romper en llanto otra vez.

—No... no... —extendí mis brazos para abrazarla—. Emilie...

—¡No me toques! —retrocedió y tragó saliva mientras intentaba calmar su llanto por sí sola. Me miró de arriba a abajo y finalmente lanzó la pregunta que más temía.—¿Por qué...?

Emilie continuó derramando lágrimas, pero su voz se hizo más firme y sus ojos se clavaron en los míos. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, y un dolor punzante apareció en mi pecho. No tenía una respuesta.

—No lo sé... —bajé la mirada.

Ella suspiró un poco y comenzó a reír. Volví a mirarla, y su rostro expresaba frustración.

—¿No lo sabes...? —sus ojos rojos parecían a punto de llorar sangre—. ¿¡NO LO SABES!?

Tragué saliva y negué con la cabeza, consciente de lo cobarde que había sido al jugar con los sentimientos de una mujer que había sido importante en mi pasado.

—No... —dije con la voz entrecortada.

Emilie se acercó y me empujó con furia y desesperación.

—¡¿NO LO SABES?! —volvió a preguntar—. ¿¡NO SABES POR QUÉ ME FOLLABAS MIENTRAS TE LIGABAS A UNA COLEGIALA?! —sus manos se dirigieron a mi pecho y comenzaron a golpearme. No hice ningún movimiento; merecía eso y más.

Emilie empezó a llorar más fuerte y acabó derrumbándose en el suelo. Se agachó y se abrazó a sí misma, apretando con fuerza sus brazos contra su cuerpo, dejando salir jadeos de dolor.

No pude evitar derramar lágrimas al verla destrozada por mi culpa. ¿Qué podía hacer ahora?

—Discúlpame... —fue lo único que pude pronunciar.

Emilie me escuchó, y al verme llorar, hizo un gesto de asco y repulsión.

Se levantó del suelo con la misma expresión de desprecio, negó con la cabeza y se dio media vuelta para empezar a guardar sus cosas en una maleta.
En todo ese tiempo, quise arrodillarme ante ella y suplicarle que me perdonara. No porque la amara, sino porque no era justo lo que estaba sucediendo. Pero me refugié en el baño, me puse ropa ligera y esperé un par de horas para darle su espacio. Después de ese tiempo, ya no escuché más sus pasos.

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