I. Niño Pérez

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—Deja aquí tus tarjetas de crédito, las llaves del Mercedes y del Ferrari también.

Antonio Pérez señaló con firmeza al extender su mano frente al rostro de su hijo menor. Estaba cansado de que Sergio se metiera en problemas todo el tiempo; siempre había quejas de que el joven Pérez hizo o deshizo, pero siempre era algo.

En ésta ocasión, había peleado con un hombre de seguridad de un bar de renombre al que había asistido. El hombre lo golpeó en defensa propia y, para agregar malas noticias, Sergio estaba terriblemente ebrio cuando las autoridades llegaron al lugar y todo había quedado grabado en redes sociales, cosa que definitivamente dañaría la reputación de su padre.

—¿¡Qué!? ¡No! ¡Mi Ferrari no! —lloriqueó—. ¡Ese guardia idiota no me dejó pasar! ¡Y me empujó! ¿¡Qué no sabe quién soy yo!?

—No, y no le importó. Obedece, Sergio.

—¡Papá!

—¡Sergio! Ya. Ya estuvo bueno. Cada día haces una pendejada mayor a la otra, ya parale. Dame lo que te pedí.

—¡Mamá, dile algo!

El pecoso, con sus mejores dotes actorales, miró a su madre con un rostro de tristeza, un puchero y unos ojitos llenos de lágrimas y arrepentimiento que sin duda conmovieron el corazón de la mujer.

—Antonio, déjalo. Dale una oportunidad más al niño —intercedió—. Yo me voy a asegurar de que no vuelva a hacer nada de eso, ¿sí?

—No, ya fue suficiente. Siempre dicen lo mismo los dos. Siempre quieres interceder por él y de todos modos termina haciendo sus desmadres. No, de ninguna manera.

—¡Papá, por favor! ¡Ya tengo 21 años! ¡Sé que puedo mantenerme al top con tus reglas! Te lo juro. Una última oportunidad, ¿va?

—Por favor, Antonio. Te prometo que será diferente ésta vez —se acercó a su esposo lo suficiente como para poder hablar cerca de su oído sin que su hijo los escuchara—. Hay que contratar un guardaespaldas que también tenga el poder suficiente para mantenerlo controlado —susurró—.

—Un niñero es lo que quieres —habló de la misma forma que ella—. Ya me cuesta creerles a los dos. Toño y Paola jamás fueron así a su edad, yo no sé por qué este muchacho es tan cabezón.

—Sé vivir la vida de otras formas más divertidas —sonrió orgulloso y altanero, aunque su sonrisa se esfumó al ver la seriedad de sus padres—. Pero puedo hacer el esfuerzo de portarme mejor. La última chance. Por favor.

Pensando en la proposición de Marilú, Antonio suspiró profundamente y vió a su hijo. Sergio era un buen estudiante, eso le constaba; se mantenía siempre entre los cinco primeros estudiantes de mejores promedios de la facultad de Derecho, y eso lo enorgullecía, pero también sabía que el chico tenía un temperamento difícil y una forma de ser a veces horrible, porque claramente el apellido se le subía hasta las nubes.

Todos en el país sabían quién era la familia Pérez Mendoza. Conocidos porque el patriarca de la familia era el director de una de las empresas de seguros más famosas en Latinoamérica y Estados Unidos, lo que convertía a Paola, Antonio Jr. y Sergio en los siguientes líderes de la misma.

Era difícil mantener a su hijo menor con los pies en la tierra y evitar que fuera uno más en las filas de los mirreyes, aunque el que residieran en Nueva York hacía eso aún más imposible.

—Es tu última oportunidad, Michel —lo señaló—. Pero con una condición.

—¿Qué onda? Suéltalo —sonrió feliz—. ¡La que sea!

—A partir del lunes vas a llevar un guardaespaldas contigo y te va a poder dar ciertos mandatos.

—¿¡Qué!? ¡No! ¿¡Qué te pasa!? ¿Cómo un wey cualquiera me va a dar órdenes a mí? ¡No, paso!

—Entonces despídete de tus autos y las tarjetas.

—¡No, no, no! ¡Mamá! ¡Dile algo! —chilló—.

—Es la última, Checo. Y tienes que cumplir con esa condición —la voz de Marilú relució firme, cosa que alarmó aún más al chico con la seriedad del asunto—.

—Ay, no. No inventen. ¿Cómo creen que me van a poner niñero?

—Guardaespaldas.

—¡Un guardaespaldas no me mandaría! ¡Es un niñero, no mames!

—¡Sergio!

—¡Es que no! ¡No lo acepto!

—Entonces las tarjetas y...

—¡Pero! Pero... —suspiró cansado y sabiendo que había perdido en ésta ocasión—. Estoy dispuesto a hacerlo para que vean que puedo ser un chico de bien y luego hacer que se vaya. Porque harán que se vaya, ¿verdad?

—Eventualmente, depende de tu comportamiento.

—De acuerdo, trato hecho.

[…]


El lunes al despertar, Sergio recordó la tragedia que comenzaría con él a partir de que pusiera un pie debajo de la cama. Su fin de semana había sido relativamente aburrido, y es que sus padres le habían evitado las salidas hasta que tuviera a su guardaespaldas con él.

¡Carajo! Él no ocupaba ningún tipo de esos.

Después de haberse preparado debidamente, bien aseado, vestido y peinadito, bajó hasta el comedor, donde sus padres y sus hermanos lo esperaban con una sonrisa dibujada en sus labios.

—Buenos días, Checo —la risa burlona de Toño logró que el menor soltara un bufido de disgusto—. ¿Dónde está el bebé de la casa?

—Déjalo en paz, Toño —refutó Paola—. Checo, es por tu bien. No tienes que estar molesto.

—¿Y ustedes qué saben si siempre han sido los hijos perfectos? —la seriedad de su voz logró incomodar un poco a los hermanos mayores, quienes mejor dejaron el tema y volvieron a su desayuno en silencio—.

—Toma tu desayuno, hijo. No quiero que te vayas sin desayunar.

De la misma forma, molesta y arrogante, Sergio tomó su asiento, esperó porque le sirvieran su desayuno y lo tomó en silencio sin mirar a nadie más. Estaba tan molesto y tan seguro de que sus amistades se reirían de él si les decía que tendría un niñero, entonces su mente comenzó a buscar opciones.

¡Claro! Diría que era su hombre de seguridad porque el tema del viernes se salió de las manos y temía por su integridad. ¡Sí, eso! ¡Eso diría!

Cuando menos lo pensó, las grandes puertas de la sala del comedor se abrieron, y con ellas, una de las chicas del servicio y un hombre alto entraron.

—El joven que mandó la agencia de seguridad, señor.

—Gracias, puedes retirarte.

La chica obedeció y sin más, una voz ronca y fuerte resonó.

—Buenos días, señor. Mi nombre es Max Emilian Verstappen, soy egresado de la academia militar de West Point.

Su mirada rápidamente se dirigió hacia el autor de la voz, y lo que vió lo dejó boquiabierto: el tipo era alto, más que él, rubio y de una penetrante mirada azul que podía ahuyentar o incomodar a cualquiera.

Genial. Un niñero militar intimidante que amaba seguramente dar órdenes.





[…]


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•July•

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora