XVI. Protector

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La última vez que Sergio había tenido que huir, temiendo por su integridad física, fue una vez que su hermano Toño descubrió que le quebró un carrito a control remoto de colección. Tenía ocho años.

Y por supuesto que la sensación de miedo y pánico no eran para nada parecidos a lo que sentía ahora; su pecho subía y bajaba, y sus labios temblaban, pues cuando estaban saliendo del lugar rumbo al estacionamiento, la voz furiosa de Saúl se escuchó detrás de ellos.

¡Hey, hey! ¡Hasta para allá, wey! —los chicos formaron una barrera entre Checo y las chicas, evitando que se acercara más—. ¡Vete de aquí, Saúl!

Ahora sí, hijo de puta —murmuró casi como un desquiciado cuando vió a Max, que ni siquiera se inmutó—. Pinche güero pendejo, a mí no me asustas. Te voy a partir toda tu madre.

Sin esperar más, le soltó un puñetazo que logró tomarlo desprevenido y descompensarlo un poco, sin embargo, en cuanto Max volvió a verlo, su puño también viajó de inmediato hasta el rostro del pelirrojo, haciendo que este sí cayera hasta el suelo y soltara un quejido.

—Ni siquiera sé qué me estás diciendo, pero qué poco hombre eres.

—¡Eres un pendejo! ¡Te voy a hacer pedazos!

—¡Pues quiero verlo! ¡Ponte de pie! ¡Ándale! ¡Pero ya!

—¡Max, ya! ¡Déjalo! ¡Vámonos! —Sergio suplicó a sus espaldas—.

Pero en la mirada de Verstappen ahora sólo había una cosa: una infinita rabia hacia Saúl.

Recordó lo que Sergio le platicó aquella vez, la forma en que ese bastardo lo había humillado y golpeado, y la terrible angustia que dejó en él que hasta la fecha seguía ahí. Todo eso nubló su juicio de repente, así que cuando el otro estuvo de pie, Max se dejó ir contra él y ambos comenzaron a atacarse como idiotas; y así siguieron hasta que Max consiguió llevar al otro al piso de nuevo, quedar encima de él y comenzar otra racha de golpes.

Uno y otro, y otro golpe más fueron sin parar y sin piedad hasta que Ulises y el mismo Checo lo separaron de ahí.

—¡Basta, Max! ¡Ya! ¡Detente!

El pelirrojo estaba inmóvil, sin embargo no dejaba de quejarse del dolor. Su rostro posiblemente quedaría irreconocible, quizá le había fracturado la nariz y habría muchos otros daños, pero el belga estaba satisfecho con ello. Cuando giró a ver a Pérez, su corazón dió un vuelco al ver qué el chico lloraba sin parar, sus manos temblaban y no podía dejar de ver al tipo en el suelo.

—Te dije que era suficiente —murmuró agitado—. Te dije que ya lo dejaras. T-Te dije, Max. Te lo dije. ¡Te dije que pararas! —gritó desgarrando su garganta por fin; se sentía asustado, abrumado, lleno de pánico que no podía controlar ya ni su respiración cada vez más errática—.

Sin pensarlo o esperar algo más, el rubio envolvió al menor entre sus brazos de la manera más protectora que pudiera existir; lo apretujó con cuidado cuando el menor lloraba inconsolablemente y se disculpó incontables veces mientras recargaba suavemente su mentón en la cabeza de Checo.

—Lo siento, de verdad. Me dejé llevar —murmuró—. Perdón, perdón —habló con un tono de voz muy suave y tranquilo que solo buscaba calmarlo—. Llamen una ambulancia y a alguien de allá adentro —ordenó al resto de chicos—. Digan que lo encontraron así y vámonos. No esperen nada más.

Llevó a Sergio consigo hasta el auto, mientras los demás hacían lo que se les había ordenado al pie de la letra.

—Perdóname —susurró despacito, cuando el menor se recargó sobre la puerta del auto y se limpió las lágrimas, aunque de poco servía, porque aún no podía tranquilizar su llanto—. Fuí un animal. De verdad no pensé, sólo... Sentí mucho coraje con él.

—Eres un idiota —su respuesta fue acompañada por un gesto de total enojo y llanto—.

—Lo sé —asintió sabiendo que había cometido un error, y tratando de ya no incomodar más a Sergio, de lo que seguramente estaba, bajó la mirada—. Le ruego que me perdone. No volveré a hacerlo.

—¿Qué? —se detuvo de repente—. ¡Me refiero a que eres un idiota por dejarte golpear! —señaló el rostro del otro, que tenía una abertura en la ceja derecha, golpes leves en los pómulos y una herida algo grande en el labio—. Gracias por defenderme de ese idiota —murmuró bajando la mirada—.

—Perdóname por haber tardado, prometo que no voy a permitir nunca que nadie te haga daño otra vez —murmuró acercándose más a él—. Seguro estabas asustado.

—Lo estaba —su voz relució bajita, y su vista viajó hasta los azules ojos de Max, dando a relucir también para el menor, la diferencia de estatura que había entre los dos—. Pero llegaste justo a tiempo.

—Me alivia saber eso —sonrió apenas, y notando que el pelinegro tembló ligeramente, rápido se quitó la chaqueta que llevaba puesta para ponerla sobre los hombros del menor—. Hace frío, ¿verdad? —susurró—.

—Uh, sí. Un poco —respondió de la misma forma mientras terminaba de deshacerse de los rastros de su llanto anterior, aunque pronto volvió a concentrarse en los gestos y facciones del rubio—.

Otra vez tuvo una fijación en esos azules ojos, en esas pestañas largas y que brillaban un poco con la luz de los faros, en esos labios rosados y finos y el lunar que los decoraba.

—Max —susurró—.

—Dime.

—¿Por qué le dijiste a Mimí que no estás interesado en una relación?

—Porque es verdad. Estoy enfocando mi atención en otras cosas.

—¿En qué cosas? Si se puede saber...

El tono de voz que ambos mantenían eran suave, entre susurros y murmullos, tan tranquilo y calmado todo, que por un momento habían olvidado lo que había sucedido y en dónde estaban.

—Uhm, pues... Ya sabes. Enfocado en otras cosas —sonrió y se recargó sobre el coche, quedando su brazo justo al lado del rostro del menor, y ambos cada vez más cerca uno del otro—. ¿Y tú estás interesado en encontrar una relación?

—No lo estaba.

—¿Estabas? ¿Ahora sí?

—Es confuso, Max —respondió ladeando un poco su rostro—.

—¿Por qué?

—Porque no tenía intenciones de interesarme en alguien, al contrario, quería estar lejos de esta persona y ahora...

—Ujum...

—Ahora no quiero que se aleje nunca —afirmó mientras comenzaba a sentir la fresca respiración de Verstappen golpear su rostro—.

Ninguno pudo decir nada más después de esa afirmación, ambos se miraron por unos largos segundos a los ojos, hasta que el menor tomó el impulso de ponerse de puntillas y alcanzar los labios del rubio en un suave e inocente beso que definitivamente tomó desprevenido al mayor.

Un beso que a ambos los había hecho temblar, acelerar sus corazones y darle a Max las respuestas que necesitaba.

Vaya tarde. Vaya noche.
















[…]

¡LEVANTENSEEEEEEEEEE OTRA VEZ!
¡¡PÓNGANSE A CARÍN LEÓN EN LA BOCINA!! ¡QUE RETUMBE!

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora