XXIII: Sí o sí

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Cerca de las seis de la tarde, Sergio estaba completamente listo y esperando a Max; sus amigos se habían retirado luego de un rato de haber seguido platicando, riendo, y hasta cantando. El pecoso podía decir que a pesar de que había sido un día de cumpleaños poco convencional y muy diferente al de los últimos años, le gustó mucho.
Sus padres y hermanos también se habían reunido un rato con él para comer, platicar y cuando llegó la hora de prepararse para salir con Max, no supo de qué manera fue que pudo ser tan rápido.

Inspeccionó minuciosamente su reflejo en el espejo buscando algo qué acomodar de su vestimenta o de su cabello, sin embargo, terminó por sonreír satisfecho al darse cuenta que todo estaba en orden. Antes de salir de la habitación, volvió a sonreír como un completo idiota al ver ese bonito ramo de flores y el cochecito de aquella vez aún en su empaque, así como las notas.

Bajó de nuevo al recibidor cuando escuchó a Elena conversar con alguien, que por supuesto ya sabía quién era; y apenas pudo verlo, levantó la mano con emoción.

—¡Hey! Nana, ya me voy. Dile a mis papás que regreso más tarde. Te quiero —besó rápidamente la frente de la mujer y tomó la mano del rubio—.

—Qué bonito te ves, pecas —murmuró cuando estuvieron afuera—.

—¿Sí? Yo siempre me veo bonito, Max. ¿Con quién crees que hablas? —sonrió de forma que arrugó su nariz y sus ojos se cerraron casi por completo—. ¿A dónde iremos?

—No preguntes —rió—. Es un lugar bonito, solo eso te puedo decir. Ponte bien el abrigo —acomodó mejor dicha prenda del menor—. Está haciendo frío y tú sales como si estuvieras en Guadalajara en pleno mes de mayo.

Para Sergio, ver a Max de esa forma, tan atento y lindo con él, fue un gran detonante que lo hizo acercarse más al mayor y hacer que sus narices rozaran con suavidad y lentitud.

Ninguno dijo nada más, solo volvieron a tomarse de la mano y caminaron hasta el auto del rubio, para subir y dirigirse por fin al lugar que los esperaba. Al llegar, justo antes de bajar del auto, Verstappen sacó del interior de su abrigo una pañoleta que le extendió al pelinegro.

—¿Me ayudas a ponerte ésto? —sonrió—.

—¿Cómo para qué? —preguntó con una sonrisita nerviosa—.

—¿Por favor? —juntó sus manos en súplica a la vez que sonreía de forma inocente y abultando un poquito sus labios—.

—De acuerdo, me convenciste. ¡Pero allá de ti que me dejes caer por ahí, Emilian!

—Jamás haría eso, mi señor —murmuró cerquita de su oído cuando se acercó por detrás de él para poder anudar la pañoleta que ya cubría sus ojos—. Lo cuidaré con mi vida si es necesario.

—Ay, me estremecí —rió y entonces buscó la mano del rubio para poder tomarla—. Dejaré que me guíes, entonces.

Y así fue. Max llevó firmemente a Sergio por el camino que debían seguir.

—Aquí hay un pequeño escalón, pecas. Levanta la pierna derecha. Eso es... Ahora la izquierda. Perfecto —sonrió—. Ahora, te voy a quitar la pañoleta pero deja tus ojitos cerrados, ¿sí?

El menor asintió sin rechistar, y cuando sintió que la tela abandonó su rostro y escuchó la orden de Max, diciéndole que podía abrir los ojos ya, lo hizo. Cuando pudo enfocar perfectamente su alrededor, pudo notar que el lugar donde estaban era un pequeño restaurante, muy bonito, pero sólo. Nada más ellos dos estaban presentes en el lugar (o al menos eso parecía); había una barra de licores, un estante lleno de copas cristalinas y una sola mesa con sus cubiertos pertinentes para dos personas y unas velas al centro de ésta.

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora