Epílogo

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Abrir los ojos era una de sus actividades menos favoritas del día cuando el sol lo molestaba de primer momento y aún más cuando sabía que la edad lo comenzaba a joder por fin.

Volteó a su derecha y soltó una risita cuando vió que Max se había quedado dormido con el libro de cuentos en sus manos y ahora este estaba sobre su cara.

-Parece que ahora a alguien le gustan más los cuentos infantiles que las novelas de terror -susurró poniéndose de pie y poniendo el libro en su lugar-.

Salió de la habitación luego de haberse estirado un poco, ponerse esos anteojos que ahora lo ayudaban a ver mucho mejor y de haber acomodado su esponjoso cabello, aunque se detuvo de repente en el pasillo que guiaba hasta la cocina cuando escuchó unos murmullos salir de ahí.

"No, no. Sin piña ese. No le gusta la piña."

"Que sí le gusta."

"¡Que no y baja la voz porque nos van a escuchar!"

Una risita escapó de sí cuando identificó esas voces, entró al lugar y llamó la atención aclarando su garganta.

-Buenos días -saludó fingiendo una voz grave-.

Aquello alertó a ese trío de chiquillos, que gritaron del susto y tiraron algo de esa fruta que tenían en sus manos.

-¡Papá! ¡Nos asustaste!

-Buenos días, Patito -se acercó a aquel adolescente y besó su frente, luego vió al dúo más pequeño-. ¿Qué onda? ¿Cómo amaneció mi dupla de tornados?

Sergio Jr. y Penelope eran los hijos más pequeños del matrimonio, nacidos en un raro embarazo de mellizos en la segunda ocasión en que buscaron en la ciencia tener hijos propios; tenían ahora 6 años, y Pato casi 16.

-¡Bieeeen! -alargaron a la par-.

-¿Qué hacen, eh? -levantó a la niña en sus brazos y Chequito le señaló con emoción los platos de fruta con miel y cereales-. Uh, el desayuno. ¿Para quién?

-Para ti y para papi Max -murmuró la pequeña-. ¿Verdad papi que a ti te gusta la piña?

-Gúacala, no -hizo un gesto de desagrado que hizo reír a los dos hombrecitos-.

-Te dije, P. No le gusta -señaló el mayor de los tres con orgullo-.

-¿A quién en su sano juicio le gusta la piña y más en la comida? -preguntó mientras ponía a la niña en una silla y trataba de acomodar su enmarañado cabello-.

-A verdaderos conocedores del arte culinario -Max entró a la cocina mientras trataba de despertarse con sus manos tallando suavemente sus ojos-.

-¡Pá'! -Patricio sonrió al verlo, y sin dudarlo corrió a abrazarlo, tal y como el pequeño Sergio hizo-.

-Buenos días, mis muchachos -sonrió-.

-Hicimos el desayuno -el más chiquito sonrió mientras se mantenía abrazado a las piernas de su rubio padre-.

-Eso escuché. Muy bien, niños. Vamos a desayunar entonces porque hoy vamos a salir.

-¿Salir? ¿Dijeron salir? -la niña alejó las manos de Sergio de su cabello, quién rechistó y provocó la risa de Max-.

-Parece que a alguien se le pegaron las mañas de Charles -murmuró el mayor de los chicos con una risita mientras volvía por los platos y comenzaba a colocarlos en la mesa-. Siéntense. Hice café, ¿van a querer?

-Sin crema -alegaron ambos mayores a la par-. Siempre sincronizados. Oh, sí bebé -murmuró el rubio besando sonoramente la mejilla del pecoso cuando se sentó a su lado-.

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora