XXII: Regalos

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Las fiestas de fin e inicio de año habían terminado, por lo tanto, tenían que volver otra vez a Nueva York; Max había aprendido muchas cosas en México, y por ello no podía dejar de repetir que quería volver algún día otra vez a tan bonito y mágico lugar.

Además de la lotería, una de sus actividades favoritas fue hacer piñatas. Marilú le platicó que desde que todos los chicos eran pequeños, la familia había tomado como tradición hacer sus propias piñatas para la mañana de Navidad, sus aguinaldos, y todo lo que conllevaba, así mismo, Max descubrió que después del Año Nuevo, había una celebración más.

Justo a un par de días antes de partir, era el día seis de enero, y cuando escuchó sobre la celebración, no dudó en asesorarse.

—¿Y en qué consiste ésto?

—El día de los Reyes Magos actualmente consiste en darles regalos a los niños, como una representación de los obsequios que los reyes de oriente presentaron a Jesús en a su nacimiento. Ya sabes, según la tradición cristiana —explicó Marilú con una sonrisa—.

—Oh, ya. ¿Y sólo los niños pueden recibir algo? ¿Los adultos ya no?

—Todos pueden recibir algo, Max. El obsequio simboliza más allá de los obsequios de los reyes, simboliza cariño, amor y devoción. Y todo mundo lo merece.

Y esas palabras fueron una inspiración para Max.

No tardó en pedirle a Ulises que lo acompañara al centro comercial más cercano. Del resto nadie se había dado cuenta que estos dos habían salido, hasta que volvieron, con Verstappen que llevaba una cajita en sus manos.

—¡Buenos días, familia! ¿Que nos trajeron los Reyes Magos? —preguntó el de pecas con una sonrisa juguetona cuando bajó al comedor y todos lo esperaban aunque solo lo saludaron y pusieron su atención en las pláticas que tenían entre ellos—.

Entonces su mirada viajó hacia las manos de Max y la cajita que estaba ahí. El rubio le sonrió de forma muy tierna, haciendo que sus ojos se vieran pequeñitos a la vez que se ponía de pie y se acercaba a él.

—¿Melchor, Gaspar o Baltazar? ¿A cuál me parezco más? —murmuró cuando estuvieron frente a frente, lo que resultó en una risita burlona de los dos—.

—Eres un tonto, Max —negó entre risitas—. ¿Para quién es eso?

—Para ti, bobo —le extendió el presente con lentitud hasta que pudo quedar en las manos del menor—. Dicen que más que un obsequio, los regalos representan cariño, amor y devoción.

Los ojos del pecoso brillaron ante esas palabras, y su sonrisa no se hizo esperar para destellar también. Mordió su labio inferior suavemente tratando de no llorar o gritar, pero es que se había sentido tan bien escuchar eso y más de parte de alguien que se estaba ganando a pasos agigantados el corazón de Sergio.

—¿Puedo abrirlo?

—Es tuyo, adelante.

Ante la positiva, abrió la cajita azul con cuidado y miró sorpresivamente a Max.

—Max...

—¿Te gusta?

Adentro de ésta, había un carrito a escala de colección, era azul también, casi como el mismo color de la caja, pero el detalle que lo hizo por fin soltar un grito de emoción fue una notita que tenía pegada, escrita con una letra algo chusca pero en español.

«Para el niño más bonito».

—¡Qué bonito! ¡Qué bonito es! ¡Qué bonito todo! —gritó llamando la atención del resto de la familia, y sin esperar más, se lanzó a los brazos del rubio, quien lo recibió gustoso—. Me encanta, Max. Muchísimas gracias —murmuró cuando pudo esconder su rostro en el pecho del mayor—.

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora