IV. Lord Perceval

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Había terminado la semana, y con ello un buen fin se avecinaba. Sergio y Charles tenían los mejores planes a partir de esa noche y contaban con que nada lo arruinaría, hasta que ambos salieron de su aula correspondiente y notaron a ese par de hombres que los seguían sin parar desde el domingo y lunes, respectivamente.

—Te juro que ya no lo soporto, Charles —murmuró entre dientes—. Ese Verstappen es el tipo más odioso que conozco. Me da órdenes de todo y se aprovecha porque mis padres le ordenaron hacerlo; además, siempre se la pasa enojado. Su cara de idiota no cambia, no gesticula, no sonríe, no respira...

—Ni que lo digas —habló desganado sin quitar su vista de Sainz—. Carlos se burla de mí todo el tiempo hasta cuando respiro. Trato de no molestarme porque quiero ser de verdad una persona pacífica pero ese hombre... —suspiró profundamente—. Me saca de quicio.

—¿Carlos? ¿Llamas por su nombre al gorila?

—Pues... Sí —asintió—. Así se llama. ¿No es lo más correcto?

—No con ellos —negó y fulminó con su mirada al rubio cuando por fin estuvieron a solo un par de metros de ellos—. Iré con Charles. Te puedes ir.

—Iré detrás de ustedes en el coche —habiendo dicho eso, se paró aún más erguido, haciendo relucir la gran diferencia de estatura que tenía con el pecoso—. Lo siento, pero son órdenes del señor Antonio.

—Eres insufrible, de veras —rodó los ojos y volvió su atención a Leclerc—. Dime dónde vernos. Llegaré ahí.

—Vamos a mi casa. Necesito dejar mis cosas y recoger otras para poder irnos con los demás. O si te parece mejor, espérame en el café de siempre. No tardaré, lo prometo.

—Pero no vayas a tardar mucho. No quiero estar solo mucho rato con el gorila mal encarado —frunció el ceño en medio de un puchero—.

—De acuerdo. Nos vemos en 30, ¿va?

Sin esperar una respuesta, ambos chicos tomaron sus rumbos hacia sus autos.
A diferencia de Sergio, Charles iba en el asiento del copiloto; no le gustaba para nada ir atrás él solo. Y aunque no le agradaba su guardaespaldas, tampoco era como si lo odiara a muerte como Checo al suyo.

—¿De veras pretende ir de fin de semana con el joven Pérez?

La voz de Sainz lo sacó de sus pensamientos y giró a verlo con confusión.

—¡Claro que sí! Lo hacíamos antes de que ustedes llegaran, lo seguiremos haciendo sin ningún inconveniente. No le veo lógica a tu pregunta —y en un gesto altanero, volvió su vista a la ventanilla del auto—.

—Uhm, yo solo decía.

—Pues no digas nada, me sacas de quicio —nuevamente, y hasta con un toque de hastío, giró a verlo con una mirada fulminante—.

El pelinegro solo soltó una risa, y cuando notó que la avenida quedó vacía por un momento, aceleró.

—¡No vayas a esa velocidad aquí! ¡No quiero tener un ticket de multa!

—¿Le asusta, señor? Si es tan relajante...

—Sí, claro. Relajante —murmuró en un tono sarcástico—. ¡Frena!

La risa escandalosa del español envolvió el espacio, y eso solo logró que Leclerc se sintiera molesto, con dolor de cabeza, y extrañamente, con ganas de reírse.

—Eres un imbécil, Sainz —lo señaló luchando arduamente para no reír—. ¿Qué no sabes que los policías son muy observadores por esta zona? Son unos animales. Y tú también.

—No hay razón para estar molesto. Solo quiero que se ría un rato. Siempre estáis con cara de culo, enojado y haciendo berrinches sin querer —aquello último, lo dijo en un español casi inentendible para el monegasco—.

—¿Qué? ¿Dijiste algo de un culo? ¡Cerdo! ¡Bájame aquí! ¡Eres un cerdo, asqueroso...!

—¡No, no! ¡No dije eso! —se escandalizó, riéndose a más no poder de la cara y del enojo que su joven jefe tenía—. ¡Cierre la puerta que la policía nos va a seguir!

—Eres un...

—Dije que se la vive molesto, nunca sonríe —trató de apaciguarlo antes de que saltara del auto—. Eso dije.

Charles no pensó en responder algo más, solo volvió a estar 'tranquilo' y a esperar impacientemente a que llegaran a su destino. Cuando fue así, un suspiro de alivio lo envolvió cuando vió a su madre en el recibidor, acomodando un bonito ramo de flores que seguramente se había dado a la tarea de cortar ella misma.

Bonjour mère —sonrió y besó dulcemente la mejilla de la mujer—.

Percy, cariño. ¿Qué tal te fue hoy?

Oh, no. Ella había dicho ese apodo.

Y como si Sainz hubiera pedido una explicación, la mujer se dirigió a él.

—Percy es un apodo que le decimos de cariño. Se llama Perceval.

—¿Perceval? —preguntó intrigado y sonriente—. ¿Cómo el caballero del Rey Arturo?

—¡Ah, exacto! —asintió de la misma forma—. A su padre le gusta tanto la literatura medieval, que cuando supo de ese nombre no dudó en usarlo para nuestro niño.

—Agh, no me preguntes cómo me va si me vas a ignorar —murmuró mientras rodaba los ojos y salía de la estancia solo para ir a su habitación a dejar sus cosas—.

La vuelta resultó rápida, y cuando volvió a salir, el rostro burlón del pelinegro le dió la bienvenida.

—Perceval. Como un lord medieval, ¿no? Lord Perceval —rió—.

—No tienes derecho de hablarme así. No seas igualado —le dió un golpecillo en el brazo y caminó indignado hasta subir nuevamente al auto y escuchar la risa de su guarura—.

—Lo más adecuado es llamarlo así para darle mis grandes respetos, Lord Perceval.

—¡Ay, ya cállate! Y mi mamá que no puede ser más discreta. Eres un metiche.

—Gracias, me lo dicen seguido, mi Lord Perceval.

Un idiota, odioso, insufrible.

Eso era Carlos Sainz para él.

El camino de regreso para ir al lugar del encuentro con Sergio fue relativamente rápido. El viaje fue silencioso por fin, dándole un poco de paz al menor, y cuando llegaron a aquella cafetería tan fancy y bonita, el monegasco vió de reojo a su acompañante cuando bajaron del auto para buscar a Pérez.

—¿Quieres un café? —murmuró—. Soy un lord compasivo, puedo comprarte uno si quieres.

—¿Lo merezco, Lord Perceval?

—¡Estás perdiendo la oportunidad, Sainz!

—De acuerdo, de acuerdo. Que sea lo que usted quiera, mi señor —le sonrió—.

Y sólo eso fue suficiente para que por fin Leclerc sonriera por primera vez junto a él.

Carlos Sainz no resultaba tan odioso e insufrible después de todo.





[…]

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora