XXI: Señor y señora Pérez

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—¿Qué significa ésto, Sergio?

Paola estaba viéndolos de forma muy neutral; no había expresión de enojo, pero tampoco de felicidad, ni siquiera de confusión en su rostro.

—Pao... Puedo explicarlo —murmuró suplicante—.

—A mí no me debes ninguna explicación, Checo. Ya sabes a quién sí.

—¿Me vas a acusar?

Ni que fuera una perra chismosa como tu tía Guadalupe.

—¡Paola!

—Checo, tú ya sabes lo que tienes que hacer. Los dos —los señaló a ambos—. No son unos niños para esconderse.

Max se mantuvo firme, sabía que lo que la chica decía era cierto, y asintió a todas sus palabras.

—Tiene razón. Después de la cena puedo hablar con los señores.

—¿¡Qué!? —el de pecas se escandalizó al oír la determinación de Max—. ¿Ya? ¿Ahorita ya?

—Después de la cena, ¿no?

—Sí, es lo mejor —Paola coincidió—. Entre más rápido lo hablen...

—¡No me apoyes, Paola! Max... Maxie, escúchame —lo tomó con una rapidez algo brusca de las mejillas, apretujando éstas y haciéndolo ver algo confundido y tierno—. No te presiones con eso. Podemos hablar cuando lleguemos de vuelta a Nueva York y...

—Uh-uh —negó—. Lo mejor es ahora —murmuró—.

—Sí, tiene razón, Checo.

—¿Sigues aquí, Paola Pérez? —la miró desafiante, cosa que logró desatar una risa en la mayor—. Ya vete. Ya vamos para allá.

Cuando la chica volvió por dónde venía, el pecoso fijó sus ojos en los azules del neerlandés, y de repente creyó que esa impulsividad no sería tan buena y mucho menos en Navidad.

[…]

—¡Feliz Navidad a todos!

Todos se pusieron de pie cuando el reloj dió la media noche, cuando los fuegos artificiales se escucharon por todas partes y se fusionaron en abrazos cálidos. En algunos las lágrimas eran evidentes, pues era una noche emotiva, las sonrisas y hasta las pequeñas bromas también relucieron.

Max y Sergio se vieron uno al otro, y aunque sus instintos querían hacer otra cosa, se extendieron la mano y un corto abrazo de lado fue lo único que pudieron representar ahí.

Ik houd van jou —susurró cuando se separaron, y notando la confusión del pecoso, sonrió y tradujo de la misma manera—. Significa 'te quiero'.

La sonrisa de Checo relució increíble y siguió con la mirada al rubio cuando este se dirigió al resto a darles un corto abrazo, aunque su sonrisa se desvaneció al ver que se alejó de la gente con sus padres, saliendo de la sala del comedor. Intentó seguirlo con rapidez, pero el brazo de su hermana lo detuvo.

Checo, espérate. Déjalos que hablen.

Pero...

No son salvajes. No lo van a humillar frente a todos si eso piensas. No somos así.

Nadie se dió cuenta cuan asustado estaba, cuan nervioso. Tomó asiento con todos de nuevo, y mientras ellos reían y seguían festejando, Sergio tenía miedo; su pierna se movía constantemente de arriba hacia abajo, y sus ojos viajaban de un lado a otro buscando algo en qué distraerse y mantenerse tranquilo.

¡Checo, tómale!

Salió de sus pensamientos cuando Noemí le acercó un shot de tequila; la chica ya parecía algo desorbitada, como algunos otros, sin embargo, y tratando de calmarse de una vez por todas, lo aceptó y lo bebió de una sola.

Necesito otro. Dame otro —pidió—.

¡Recio! ¡Eso! ¡Hasta el fondo! —acercó el vasito de nueva cuenta—.

Y Sergio lo bebió otra vez como si fuera agua. Cerró los ojos un momento, sintiendo que el tiempo estaba pasando lento o que ya había pasado mucho, entonces se puso de pie, y aunque su hermana lo llamó un par de veces tratando de detenerlo sin éxito, el pelinegro fue directo para salir también de ahí y encontrarse con sus padres y Max con rotundas caras de seriedad.

—Mamá, papá... —habló con voz temblante, pero sintiéndose mucho más seguro que nunca antes—. Puedo explicarlo.

—Ya nos dijo Max que... —Antonio tomó la palabra—.

—¡Sí! —interrumpió—. ¡Me gusta Max! Y ya no me importa nada, no me importa si les gusta o no, si creen que es correcto o no. Lo quiero y...

—Max ya no puede trabajar contigo, Checo.

—¿Qué? ¡Papá! ¡No, no! —se escandalizó—. ¡No se vale! ¡Lo que estás haciendo no se vale! ¡No me vas a detener!

—Sergio, escúchame...

—¡No! ¡Tú escúchame una cosa, papá! —lo señaló con rabia mientras sus ojos se llenaban de lágrimas y su voz se quebraba, sin embargo no dejaba de ser fuerte y alta—.

Tenía tan solo unos meses de haber conocido a Max, y ahora ya no podía imaginarse lo que sería estar sin él, sin verlo todos los días, sin verlo sonreír o cantar bajito mientras caminaba por los pasillos; no podía imaginarse cómo serían sus días sin Max Verstappen.

Ya no.

—Hey, espera. Escúchalo primero —Max trató de intervenir, pero la rabia y el miedo del más chico no lo dejaba razonar ni escuchar con atención—.

—¡Déjenme hablar! Escúchame, Antonio Pérez —lo señaló con aquella mano que temblaba más de lo normal—. Ahora sí ya no me vas a impedir más nada, nunca. Ahora voy a hacerle caso a mis sentimientos, a lo que quiero. Y yo a Max lo quiero de verdad, no me interesa si tengo que irme de tu casa, dejar tus carros, tu dinero... ¡No me importa!

Sin pensarlo había dejado que sus lágrimas corrieran por sus mejillas, y aquello sin duda había desatado un sentimiento de ternura en Max, que lo abrazó de lado y recargó su mejilla sobre la cabeza del menor.

—¿Por qué carajos nunca me dejas terminar de hablar y haces tus berrinches, Michel? —murmuró el hombre con un gesto divertido y algo apenado a la vez—.

Marilú soltó una risita que trató de ocultar y acarició suavemente el brazo de su muchacho.

—Max ya no puede trabajar contigo, porque ahora lo hará conmigo en la oficina, menos tiempo durante el día. Si lo que quieren es salir, de menos disfruten de no verse en el transcurso del día y así cuando se vean están gustosos —sonrió—.

El llanto del menor aumentó notablemente al escuchar esas palabras de su padre. Y es que temió tanto porque ellos se negaran, pero luego recordó una sola cosa: ellos no eran así. Sus padres y su familia entera eran fieles creyentes de que lo más importante era la felicidad.

—Jamás nos opondríamos a alguien que te hace feliz, mi niño —murmuró la mujer aún tratando de consolarlo—.

—¿Por qué eres tan dramático, pecas? —susurró algo burlón—.

—Cállate, güero.

Y esas palabras fueron suficientes para que soltaran unas risas que deshicieron ese ambiente tenso y pesado.

Ahora eran libres.




























[…]

No me hagan mucho caso (sí háganme caso), pero a lo mejor ya merito se acaba este bizne.
¡Les sigo recordando que en mis historias de Insta está el link para mi canal de WhatsApp! ¡Abracitos y buen inicio de semana!

🫂🩵

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora