XII. Una canción

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Las vacaciones de fin de año habían comenzado, no habría más universidad por una semanas, y tampoco había reuniones con amigos.
Sergio y Carola se reunían todas las tardes diariamente para ponerse al corriente con sus días, sin embargo, desde la discusión con Charles, no había comunicación con éste por parte de Pérez.

Y eso lograba entristecer a ambos chicos, que solo por sus enormes egos y orgullos, no podían llamar al otro.

Sin embargo, todas las mañanas Carola iba también a ver a Charles, quién le contaba lo mal que se sentía por no hablar con Sergio, pero que tampoco iba a ceder si el mexicano no corregía su forma de pensar.

—Sabes que es algo complicado para él, Charlie. No digo que sea imposible, pero complicado al fin —la chica habló mientras mantenía un tono de voz tierno y bajo—.

—Siempre pone excusas, siempre. El que quiere cambiar puede hacerlo si de veras se lo propone.

—Charles, sabes que el asunto de Saúl no fue cualquier cosa. Es algo que de verdad afectó muchísimo a Checo y que sigue luchando constantemente con ello.

—Todos luchamos constantemente con algo, Caro. Y sé que lo del tal Saúl fue algo grave, pero eso no justifica que quiera dañar a alguien que no le ha hecho nada. Y sabes que tengo razón.

—Es que es muy difícil hacer cambiar de parecer a Checo. Además, ¿por qué te preocupa tanto lo que haga con su guardaespaldas y el tuyo? Si no mal recuerdo, antes de eso tú eras exactamente del mismo tipo de chiquillos idiotas que molestaban a todo mundo.

—¡Pero con él es diferente!

—¿Él?

—Ellos. Dije ellos —murmuró volviendo a pegar la taza de café a sus labios—.

—¿Qué te parece si ésta tarde me acompañas a casa de Checo? —propuso con una sonrisa—. Así pueden hablar, limar asperezas y nos tomamos un cafecito.

—¿Yo? ¿Y por qué no viene él y me pide disculpas?

—¡Perceval! Mostrar humildad también es de fuertes —lo señaló—. Ir a dónde él y pedirse disculpas no te va a hacer menos valiente o fuerte, o te va a hacer más débil, tampoco a él. Creí que sabían eso, par de cabezas huecas.

[…]

—Buenas tardes, Elena. ¿Cómo está?

Carola no dejaba de sonreír y saludar a cualquiera que se encontraba en el camino ya estando en casa de Sergio. Todo mundo sabía lo buena persona que la chica era, lo amable y tierna. Charles, por su parte, y aunque conocía varios, sólo les sonreía tímidamente.

—Qué bueno que vino otra vez, señorita Carola. Aquí andamos, ¿cómo ve? —la mujer sonrió amablemente—. ¿Vienen a ver al niño Sergio?

—Sí —asintió—. ¿Está en su habitación?

—Sí, tiene todo el día ahí. Hoy no ha salido ni para comer. Como los señores no están y sus hermanos ni caso le hacen, hace lo que quiere. Me ha tocado llevarle la comida ahí. Anda todo chillón y moquiento.

Ay, éste vato. Vamos a entrar a verlo, ¿sí? Muchas gracias, Elenita.

—Pásenle, niña.

Cuando estuvieron en el pasillo de la habitación del pelinegro, pudieron escuchar el fuerte resonar de la música que había en la estancia. Carola no tuvo ni siquiera la delicadeza de tocar la puerta, pues no sería escuchada, solamente la abrió de golpe y así fue que ambos, con Charles, observaron la situación de Checo: la cama estaba hecha un desastre, y el mismo Sergio tirado sobre ésta, en pijama, despeinado, con una barba de un par de días y ojeras terribles, por supuesto añadiendo que estaba cantando a grito abierto y con mucho sentimiento.

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora