XIX: Amor, amor...

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Desde la ocasión de las galletitas y aquellas tardes de karaoke, las cosas entre Leclerc y Sainz habían pasado a otro nivel, a otro plano.

En un principio, la mañana significaba la llegada de un momento que no querían tener, de un encuentro indeseable, aburrido, y la noche era la llegada de la paz y la tranquilidad.

Ahora era completamente diferente.

Al llegar la mañana, Charles era la primera persona en estar de pie. Ponía mucho empeño en lucir bien, en lucir presentable y fresco, así, para cuando Carlos llegaba a buscarlo para ir a la universidad, él estaba completamente listo y comenzaba a disfrutar de la compañía del risueño español.
Cuando las vacaciones llegaron, las cosas no cambiaron; Charles seguía siendo el primero en ponerse de pie, en estar listo, presentable, y cuando Carlos llegaba, salían a correr o a caminar para pasear a Leo, aquel bonito cachorrito que sus padres le habían regalado.

Cada uno se deleitaba con el otro, y aunque aún no habían expresado sus sentimientos, parecía que con solo verse, lo sabían. Los verdosos ojos de Leclerc brillaban casi por si solos cuando se encontraba con los avellanas de Sainz.

Ese día no había sido la excepción. Charles desde muy temprano otra vez estaba listo, pues aunque ese día no había planes de salir a correr, sino de comenzar a organizar la gran fiesta navideña que sus padres daban para celebrar con sus amistades y familia, el joven castaño sabía que todo momento era perfecto para compartirlo con el hispano.

Cuando lo vió llegar, sonrió grande y rápido le hizo señas para que se acercara a él y a su madre.

—Mira, Percy. Considero mejor color el rosa pastel —señaló a la tablet que tenía en manos—.

—No, mamá. Te digo que el rojo es mejor. ¡Es Navidad, no fiesta de cumpleaños! —carcajeó—. Buenos días, Carlos —lo miró sonriente cuando por fin este se acercó y saludó—.

—Buenos días, Charles. Señora —extendió su mano para saludar, gesto que fue correspondido de inmediato—, buen día.

—Buen día, Carlos. Ay, no. Siempre que me saludas así me pongo a pensar lo feliz que me haría tener un yerno como tú —sonrió cómplice—.

—Mamá... —murmuró avergonzado mientras acurrucaba a su inquieto cachorro en sus brazos—.

Y es que hacía unos días, Charles se había sincerado con su madre respecto al crush que tenía por su guardaespaldas, y contrario a lo que creía, que se iba a escandalizar y demás, su madre gritó completamente contenta y entusiasmada.

"¡Eso es lo que quería escuchar! ¡Oh, Percy! ¡Ese muchacho es muy guapo! ¡Muy, muy guapo! Pronto deberías decirle y empezar a invitarlo a cenar más seguido con nosotros. A tu padre también le agrada."

Carlos sonrió al escuchar las palabras de ambos Leclerc y agachó la mirada solo un poco para luego volver a verlos.

—No, señora. Si yo tuviera una suegra como usted, créame que no saldría jamás de su casa. Hace unas galletas increíblemente ricas, y seguro que estaría muy, pero muy intrigado y enamorado de su criatura —y entonces dirigió su mirada a Charles—. ¿O no, Charles?

—¿Eh? —toció suavemente y bebió de su café mañanero—. Uh... N-No... No sé.

—Uhm, creo que iré a... A la cocina —la mujer se puso de pie con una sonrisita—. ¿Pueden ayudarme a seguir eligiendo las cosas para el evento navideño? Confío en su gusto sin igual.

—Haremos las mejores elecciones, señora. Delo por hecho —le sonrió de la misma forma, y cuando se fue, extendió su mano hasta poder tocar al travieso cachorrito que se removió inquieto en los brazos de su amo—. Buenos días, Leo. Buenos días, bonito —murmuró mientras fingía aún hablarle al can, aunque su vista fue directamente al castaño que continuaba distraído con Leo—. ¿Amaneciste bien? ¿Uhm? Yo ya extrañaba verte —y soltó una risita—. Qué bonito eres...

—¿Y sólo le vas a decir cosas a Leo? ¿A mí no me saludas o qué? —murmuró levantando su mirada por primera vez, quedando fija en el pelinegro—.

—Te saludé cuando llegué —rió—.

—Uhm. ¿Y ya?

—No —negó y luego mordió suavemente su labio inferior—. ¿Cómo estás hoy, Charles?

—Avergonzado y conteniéndome de un impulso estúpido.

—Mira... ¿El impulso de mandar al carajo el encargo de tu madre?

—No —soltó a Leo, que rápido corrió y saltó a las piernas de Sainz, luego se recargó sobre el respaldo del sofá y miró con mucha más atención al mayor—. El impulso de hacer preguntas tontas.

—¿Cómo cuáles?

—¿Sabías que Leo quiere tener padres en una relación bien formada?

—¿Leo quiere? Mira que listo eres, gordito —jugueteó con el cachorro mientras acariciaba sus orejitas—. ¿Y tú qué quieres?

—Lo mismo.

—¿Ah, sí? ¿Con quién?

—Uhm, sigo en búsqueda de la persona indicada. Alguien que sí sepa hacer galletas —entonces una risa burlona salió de sus labios, pero también su rostro se enrojeció—.

—¿Te enojas si te digo que las galletas del otro día sí las hice yo?

—¿Y por qué dijiste que las compraste, tonto? —carcajeó—.

—Eres muy delicado con lo que comes, ¿crees que iba a tirarme de cabeza si no te gustaban? No, señor. Además lo que me preocupaba en ese momento era que estuvieras bien, no presumir mis dotes en la repostería. No sabes el regaño que me llevé con Lucy; dijo que dejé un desastre en su cocina y tuve que limpiarlo al día siguiente —rió, y con ese pequeño impulso que lo atacó de repente, llevó su mano a la suave mejilla del castaño—.

—¿Entonces estás diciéndome que sí sabes hacer galletas, Sainz?

—A la perfección, Lord Perceval —asintió al mismo tiempo que su mano viajaba ahora a la barbilla del menor y tomaba esta con suma delicadeza, así mismo impulsaba que el castaño levantara y acercara más su rostro al de él—. ¿Eso significa que tengo oportunidad de estar en las filas para padre del bebé?

—Eso tenemos que consultarlo él y yo —susurró con una expresión de ensimismado hacia el español—.

—Charles...

—Mhmm... ¿Qué?

—Discúlpame por ésto pero ya no aguanto más.

Leclerc no tuvo ni oportunidad de parpadear, cuando sus labios fueron aprisionados contra los carnosos de Carlos. Esta acción lo tomó totalmente desprevenido, sin embargo solo le tomó un par de segundos reaccionar y corresponder de la misma forma, haciendo encajar a la perfección sus labios; sin pensarlo, llevó sus manos detrás del cuello del mayor y enredó sus dedos entre su cabello. Sintiendo como Leo se removía y movía su colita, y a la falta de oxígeno, ambos se separaron solo lo suficiente como para verse a los ojos.

Leo, je pense que ton père a accepté d'être ton père (Leo, parece que tu padre aceptó ser tu padre) —murmuró sin moverse ni un poco con una sonrisa destellante—.

El cachorro, como si entendiera, soltó un ladrido y se removió de nuevo entre los dos hasta que Carlos lo tomó en sus manos.

¿Qué le costaba decirlo por lo claro?

—Te entendí.







































[...]

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