II. Gorilas

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Sergio se mostraba harto y aún ni siquiera habían salido de casa. Antonio había comenzado a dar instrucciones tontas que lo estaban dejando en el peor lugar de todos.

—...vas a manejar sus autos la mayor parte del día. Serás chófer, guardaespaldas y, como ya te comentó mi esposa, una especie de consejero —le extendió las llaves del auto del chico—. Nuestro hijo es joven, y de verdad queremos que se mantenga tranquilo y fuera de líos, confíamos en que nos ayudes en ésto.

—Cuente con ello, señor.

—Supongo que ya te hicieron llegar sus horarios en la agencia, ¿verdad?

—Sí, horarios de clases en la universidad y horarios de actividades extracurriculares. Tengo todo a la mano, señor.

—Ah, y también...

—¡También tengo y merezco tiempo para salir con mis amigos y manejar mis autos! —chilló—. ¡Mamá...!

—Sergio Michel —la mujer lo reprendió ante su rabieta—, comportate. Ya escuchaste a tu padre.

—¿O sea que no me van a dejar salir? ¡Esa no era la condición, papá!

—Claro que vas a poder salir, pero Max irá contigo.

—¿¡Qué!? —se escandalizó por completo—.

—Por cierto, ¿tienes algún problema si tu día de descanso es el miércoles? —Antonio volvió su atención al rubio, quien le sonrió amablemente y negó, mientras ambos ignoraban la rabieta del pecoso—. Perfecto entonces. Ten por seguro que si todo sale bien, nosotros te daremos un ingreso extra a lo que te dará la agencia. Sólo mantén a raya a Sergio y lo tendrás.

—Sí, señor. Así será, delo por hecho.

—¿¡Alguien me puede escuchar!? —gritó—.

—Bueno, espero que tengan un gran día. Suerte y cualquier cosa no dudes en llamarme.

—Gracias, papá —comentó el pelinegro dándose por vencido—.

—Le decía a Max.

Indudablemente, la risa y la despedida del rubio resonó en los oídos de Checo, quién abultó los labios con molestia y salió de la casa sintiendo los pasos del dichoso guardaespaldas siguiéndolo.

—Escúchame una cosa, gorila —se giró de golpe, quedando frente a frente con el mayor y señalando firmemente el pecho de éste—.

—Sí, puede seguir hablando en el coche. La primera clase es a las 9 y vamos tarde —lo tomó del brazo con algo de fuerza, casi llevándolo a rastras hasta llegar a aquel Mercedes tan lujoso—. Suba.

—¿Qué? ¿No me vas a abrir la puerta, gato igualado?

—Tiene manos para abrirla usted, ¿no, señor?

—¡Já! ¡Ahora resulta! Los igualados se sienten la gran cosa con tan poco —murmuró y abrió la puerta trasera para subir entre sus berrinches—. Que no se te olvide quién eres, pelado.

—No lo olvido, señor. Soy su cuidador y tengo la responsabilidad de mantenerlo a salvo de todos, hasta de usted mismo.

Uh, empezamos fuerte.

—¿Qué te crees?

Sergio estaba listo para comenzar una pelea con el tipo, sin embargo, este encendió el auto y comenzó a andar por la ciudad sin siquiera responderle a otro de sus insultos infantiles.

—Tienes cara de amargado. ¿Ya te habían dicho? —silencio—. Seguramente nadie te topa con ese genio. Te hace falta tener más clase, ¿sabes? Deberías rodearte de más personas cómo yo; personas con clase, con dinero, personas que te abran más posibilidades de superarte... —pero no había ni siquiera una mirada—. Imbécil —murmuró y se cruzó de brazos totalmente rendido y molesto—.

Nunca nadie lo ignoraba, al contrario: lugar en donde Sergio hacía acto de presencia, era un lugar donde todo giraba alrededor de él. Así que el ser ignorado por un cualquiera le hizo sentirse... Diferente.

Al llegar al campus, el pecoso tomó con cuidado sus libros y cuadernos en manos y los metió a la mochila que posteriormente colgó en su hombro; el rubio se encargó de cerrar el auto y comenzar a caminar detrás de él cuando lo hizo. Sin dudarlo, el más bajito volvió a verlo de nuevo y soltó un bufido bastante molesto cuando notó que el mayor llevaba puestos auriculares.

Por eso no lo escuchaba.

"¡Checo! ¿Qué diablos hiciste y qué diablos le dijo tu papá al mío?"

Aquel llamado lo hizo bajar la mirada, casi deseando que la tierra lo absorbiera y lo escupiera lejos; de repente sintió una mano sobre su hombro, y cuando volteó, el gorila tenía su mano apretando fuertemente la de aquel chico castaño de ojos verdes.

—¡Ay, suéltame idiota! —chilló—.

—¡Suéltalo! ¡Es mi amigo! —rapidamente, quitó su mano del otro—. Imbécil —murmuró—. Lo siento, Charles. ¿Qué decías? —sonrió inocente—.

—Traes gorila y resultó que mi papá también me puso uno a mí. ¿Qué onda con tu papá y con el mío?

—¿Que tu papá hizo qué?

—¡Eso! —señaló detrás de él a un hombre de piel bronceada, cabello oscuro y rasgos fuera de lo común, pero lindos—. ¡Por tu culpa tengo gorila!

—Es por seguridad, Charles. Sabes que las cosas se descontrolaron el viernes, ¿no? Mi papá temió por mi integridad y supongo que algún consejo le dió al tuyo.

—¡Mamadas! —gritó furioso—. ¡Aquí y en China ésto —señaló a los dos hombres— es un niñero!

—Cállate, vas a arruinarnos de por vida.

—No lo tolero. Se la pasa dándome órdenes desde ayer —chilló con coraje mientras volteaba a ver a su guarura—. Eres un imbécil, Sainz —lo señaló—.

—Su clase inicia en 5 minutos, señor Leclerc.

El tipo se acercó a él y lo tomó con cierta y notable delicadeza del brazo y lo llevó con él.

—¡Te veré en el almuerzo, Sergio! ¡Tú y yo tenemos que hablar seriamente! ¡Suéltame, Carlos! ¡Yo puedo ir solo!

—Usted también está yendo tarde —el rubio murmuró a sus espaldas, provocándole un susto—.

—¡Ay, no hagas eso! —chilló tapando sus oídos—. Te odio.

Se sintió liberado cuando entró al aula y por fin el gorila rubio se quedó afuera. Sabía que Charles estaba al aula contigua, así que no le sorprendió cuando vió por la ventana que el guarura de éste se sentó en la misma jardinera donde Verstappen lo había hecho. Con el afán de no verlo más, cerró las persianas importándole poco que el resto de sus compañeros se opusieran a ello.

Odiosos. Todos.

[...]


Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora