XXIV: En las malas...

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Alerta de contenido sensible.
Acompañar con multimedia (léan la letra de la canción).

[...]



8 meses después
Guadalajara, México

Al abrir los ojos, una ola de sentimientos encontrados, de tristeza y un poco de ternura envolvió todos y cada uno de sus sentidos. Giró a su derecha un poco y sonrió levemente cuando vió aquellos cabellos rebeldes y negros caer sobre el rostro lleno de pequitas de su novio, que dormía plácidamente envuelto entre su pijama y sábanas.

Parecía que no estaba sufriendo ahí en sus sueños.

Era septiembre, un par de semanas antes de su cumpleaños, y la familia Pérez había tenido que ir a Guadalajara por una razón que no era nada bonita ni grata de decir: la abuelita Mendoza se había ido. Todos estaban devastados, pues desde la última recaída, que había sido en diciembre del año pasado, abuelita se había mantenido bastante bien, aparentemente; sin embargo, una nueva recaída llegó en agosto y por desgracia no volvió a reponerse más. Su cuerpo y corazón no resistieron y se unió finalmente con el abuelito.

Max había logrado tener una buena conexión con tan adorable mujer, hablaban por videollamadas cuando Sergio la llamaba y horas y horas podían pasar mientras los tres mantenían una plática amena y llena de risas.

Pero ya no habría más.

Acunó a su novio entre sus brazos mientras sentía la respiración calma de este pegar en su pecho, y cuando el sentimiento lo envolvió, sus ojos ardieron y dejaron salir unas cristalinas y muy sinceras lágrimas silenciosas.

Él nunca había conocido a sus abuelas, o al menos no las recordaba. La mamá de su padre solo la vió una vez en la vida, y seguramente era un bebé porque no lo recuerda, y su abuela materna se había ido cuando él era un niño, quizá tenía algunos seis o siete años porque los recuerdos que tenía de ella eran muy vagos. Cuando conoció a la señora Mendoza se sintió como un niño cuando aquel amor de abuelita también lo envolvió a él, por lo que en poquito tiempo se encariñó demasiado, así que era entendible que estuviera devastado ante su pérdida.

Limpió sus mejillas con mucho cuidado cuando sintió que Sergio se removió en sus brazos y le sonrió suavemente al ver esos ojitos lindos mirarlo con atención.

-Buenos días, mi amor -susurró-.

-Hola, Maxie -medio sonrió y volvió a cerrar sus ojos y a acurrucarse-. Me duele la cabeza.

-¿Quieres que vaya a buscarte una aspirina? -besó repetidamente la frente del menor mientras escuchaba una suave negación-. ¿Quieres dormir un ratito más?

El pelinegro levantó su mirada de nuevo y negó.

-No puedo. Tenemos que irnos.

En medio de un silencio sepulcral, Sergio se puso de pie y caminó hasta donde vió su maleta, la abrió y tomó un par de prendas de aquel color que en ciertas ocasiones no quisiera ni ver, y se adentró al baño de la habitación. Max repitió estas acciones, excepto la última, y se vistió con rapidez para luego acomodar la cama.

Sin embargo, un sollozo ahogado llamó su atención y se dirigió al baño; cuando abrió la puerta, su corazón se estrujó en mil pedazos al ver a su niño pecoso sentado en el suelo, abrazándose a sí mismo y llorando con tanto dolor.

-Ven aquí -susurró, se arrodilló junto a él y lo abrazó con fuerza, acunándolo en su pecho-.

-Mi abuelita, Max. Se me fue mi abuelita...

-Sé lo mucho que duele, mi vida. No te voy a pedir que no llores, al contrario -acarició suavemente su cabello y dejó un besito ahí mismo-: llora todo lo que quieras. Llorar sana el alma, mi dulce niño.

Dolía mucho verlo sufrir así, pero no había nada que pudiera hacer. Decían que sufrir era necesario, ¿pero por qué de esa forma? ¿Por qué llevarse a quienes amábamos? ¿Qué tenía de necesario eso?

Después de un rato que el menor pudo calmarse un poquito, ambos salieron con el resto de familia hacia las salas funerarias pertinentes. Max no había dejado sólo a Sergio en ningún momento, y tampoco lo hizo cuando entraron a la sala y vieron ese lúgubre lugar, lleno de flores, velas y gente que en su momento no identificaron.

-Checo...

Esa dulce voz los hizo girar, y cuando la mirada de Charles, Carola y Carlos los arribó, el adolorido Sergio rompió en llanto nuevamente. La mexicana y el monegasco tomaron a su amigo entre sus brazos y no pararon de consolarlo, y Carlos lo hizo también con el rubio cuando notó ese semblante tan decaído y triste.

-Sé que es estúpido preguntarlo, pero ¿tú cómo estás?

-Mal -respondió-. No me gusta verlo sufrir así, no me gusta ésto. Es muy triste, Carlos.

-Pero es un ciclo, y lo sabes. Nada podemos hacer para detenerlo.

Verstappen asintió solamente a las palabras del español y volvió a envolver a su chico entre sus brazos cuando este se acercó a él.

-No me sueltes, Max -susurró-.

No le gustaba para nada atravesar por esa situación tan dolorosa, pero estaría ahí mil veces sólo para sostener a Sergio entre sus brazos y ser un soporte.

Su chico no merecía pasar por eso solo, pues aunque su familia estaba ahí, todos estaban devastados y no tenían cabeza para consolar a otros cuando ellos mismos estaban destruidos.

-No te soltaré nunca, pecas. Nunca.

[...]

-Pecas...

Un suave picoteo en su mejilla lo hizo soltar una risa aflojerada y abrir solo un ojo, así pudo ver a Max muy cerquita de él, sonriente.

-¿Ya estás despierto?

-No, sigo dormido -cerró nuevamente ese ojo y sonrió-. ¿Quién te dejó pasar a mi habitación, muchacho igualado?

-Elenita. ¡Ya levántate, mira ésto!

-Elenita, Elenita. Mi nana dejando pasar muchachos a mi habitación como sin nada -se burló y por fin abrió los ojos y sentó en el mullido colchón-. ¿Qué?

-¡Ta-dah! -levantó sus brazos por los aires y se dejó caer en la cama para llenar de besitos el rostro del pecoso, que rió con fuerza-. ¡Feliz última semana de clases, pecas! ¿Cómo lo puedo ir llamando? ¿Licenciado Pérez?

-Uh, no. Ese nombre no me gusta. ¿Qué te parece si me llamas el amor de tu vida? -soltó otra risita tonta y luego suspiró-. Güero...

-¿Uhm?

-Gracias por todo. Gracias por no soltarme y estar siempre.

-Te dije que no te iba a soltar nunca, mi amor. Y lo estoy haciendo, tal cual. Soy un hombre de palabra. Estaré contigo en las buenas y en las malas -se giró un poquito para quedar acostado junto a él, frente a frente y besar sus labios cortamente-. Levántate porque se hace tarde. Hoy no voy a la oficina, me tomé una licencia para llevar a mi noviecito a sus clases.

-¿De veras me vas a llevar? -sonrió-.

-¡Claro! Ándale, levántate. Acuérdate de abuelita y las veces que te dijo "¡Sergio Michel Pérez y más Mendoza! ¡Deja de holgazanear!"

El menor soltó una estruendosa carcajada ante ese hermoso recuerdo.

-¡Ya voy, abuelita!

Se levantó sin más, tomó ese pequeño portaretrato de su buró de noche y besó con devoción la foto de aquella viejecita para luego comenzar su día.


















[...]

Cuidemos a nuestras abuelitas y abuelitos mientras los tenemos. Son un regalo del cielo.

Me disculpo por las tristezas y lágrimas que pude haber causado 🥺
¡Tengan un excelente día! Lxs tqm ❣


Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora