X. Reconfortante

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Verstappen sentía que no era una persona lo suficientemente empática a la hora de reconfortar a alguien más. Escuchar llorar a alguien sinceramente lo ponía hasta de nervios, pero con Sergio...

Madre santa. Sergio de verdad parecía que sufría y necesitaba consuelo.

El llanto que el chico emitía parecía desgarrarle la garganta, apretujar su corazón (emocionalmente hablando) y quitarle parte del oxígeno que necesitaba. Estaba encogido sobre el asiento trasero del coche, tapando su rostro con manos temblantes y respirando agitado.
Max, con sumo cuidado y nervios también, salió del auto para abrir la puerta a los asientos traseros y sentarse con cuidado junto al menor; llevó su mano a su espalda, y ahí, comenzó a deslizarla suavemente de arriba hacia abajo como un apapacho.

No sabía qué decir, creía que quizá no era necesario, y supo que posiblemente estaba en lo correcto cuando el de pecas levantó su mirada solo un poco para apenas verlo y luego se lanzó a sus brazos a seguir llorando desconsoladamente.

Su respuesta automática a esa acción fue apretujarlo entre su pecho y acariciar su cabello de forma protectora, porque finalmente lo que el chico necesitaba era eso: sentirse protegido, y no solo físicamente hablando.

—Tranquilo —susurró—. Respira.

—Sácame de aquí —respondió con voz ligeramente ronca y temblante, aún envuelto en lágrimas—. No quiero estar aquí.

—Está bien. Está bien, lo haré —asintió—, pero necesitas tranquilizarte. Respira profundo, por favor.

El pelinegro trató de hacerlo, sin embargo, su respiración agitada y su llanto no ayudaban mucho. Tratando de ayudar, Max llevó su mano al pecho del menor y comenzó a dar ligeras palmadas sobre éste, todas llevando el ritmo agitado del corazón de Pérez. Alcabo de unos minutos, el chico parecía estar mucho más tranquilo que al principio, y pudo notar ese particular gesto del rubio: las palmadas en su pecho siempre llevaron el ritmo acelerado o calmado de su corazón.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? —el menor negó frenéticamente—. ¿A dónde quieres que te lleve?

—No sé. Lejos. Quiero estar lejos, no quiero saber nada...

Max asintió y volvió a su lugar como conductor. Al encender el motor, un montón de posibles lugares llegaron a su mente, así que dejó a su propio criterio el elegir uno que pudiera ayudar a Sergio a sentirse más tranquilo. No sabía qué había sucedido, y no le importaba saberlo, solo quería que el chico dejara de llorar porque le rompió el corazón verlo de esa manera.

Al paso de los minutos, el auto se detuvo y Sergio, ya más controlado, envuelto en su abrigo abrió la puerta. El frío de la ciudad lo abrazó de forma aterradora, pero su vista se deleitó cuando vió la belleza de Central Park bañado blanco, con la nieve que caía con suavidad.

—¿Está bien aquí? —la voz de Verstappen sonó ligeramente ronca, cosa que le provocó escalofríos al pelinegro—.

—Uhm, sí. Sí, gracias.

—Te espero aquí. Toma el tiempo que necesites.

—No, ven conmigo —negó suavemente—. No quiero estar solo.

—Pero no sé qué decirte.

—No necesitas decirme nada, sólo ven.

Sergio parecía ser un pequeño niño que buscaba un poquito de atención, un niño que quería que le tomaran la mano y que lo hicieran sentir querido.

Un niño que no odiaran ni hicieran sentir mal.

Cuando tomaron asiento después de haber caminado en total silencio durante un rato, Max suspiró; se maravilló con la vista y sonrió suavemente cuando vió el vapor que salía por su boca o nariz pero entonces un leve sollozo lo hizo girar de nuevo hacia Sergio.

—¿Quieres platicar? Digo, no es obligatorio si no quieres.

—Uhm, no —negó y limpio sus lágrimas—. Bueno... Es complicado. Y además, a ti qué te importa —bramó, cosa que logró arrebatarle una sonrisa al rubio—.

—Pero ni estando sensible dejas de pelear.

—Cállate —soltó una risita llorona—. Ya te dije que no me tuteés, igualado.

—¿Quiere contarme algo, señor?

—No.

—¡Oh, vamos! —carcajeó—. Dicen que soy bueno escuchando, no sé.

—No me importa en qué seas bueno. No seas metiche —lo señaló y volteó al lado contrario de Verstappen, aunque solo dos minutos fueron suficientes para que tuviera la necesidad de hablar—. Cuando era más chico, me enamoré una vez; el famoso primer amor —suspiró—. Fue el amor más mierda que conocí porque no fue correspondido —soltó una risita triste—, al contrario. Me gané una golpiza y meses interminables de recuperación.

—¿Por qué? —su mirada curiosa viajó constantemente a los ojos de Sergio—.

—Porque soy gay y ese primer amor es un macho pecho peludo de México. Me dió en la madre con sus amigos hasta que se cansaron, me humilló frente a todo mundo y... —en ese momento, nuevamente su voz se quebró y su respiración se agitó—. Me dijo que le daba asco, que personas como yo era lo que menos necesitaba el mundo y eso me... —se detuvo y cerró los ojos buscando calmarse—. Olvídalo. No te conté nada, no tiene caso.

De mis labios no saldrá nada —murmuró, repitiendo aquella frase que recordó que el menor le dijo hacía unas semanas—. Lo prometo.

Max estaba sonriendo, y por primera vez, Sergio había puesto atención a ello; alrededor de los ojos del rubio se formaban unas arruguitas tiernas y sus ojos se hacían chiquitos.

—No uses mis frases, Verstappen.

—¡La recuerdas! —carcajeó—. ¡Te acuerdas!

Y nuevamente Checo notó otra manía a la cual no le había prestado mucha atención respecto a Max: tapaba su rostro con ambas manos cuando reía o sonreía, y sus oídos se ponían colorados.

—Obvio que lo recuerdo, Verstappen —asintió mientras carraspeaba para aclararse la garganta—. También voy a recordar lo que te conté hoy y si algún día tú me echas eso en cara, te voy a meter un calcetín sucio a la boca.

—Ya prometí que no voy a decir nada. Soy un hombre de palabra —murmuró acercándose un poquito más al menor—. ¿Desconfías de mí?

—¿Quieres la verdad o la mentira?

—La verdad.

—No desconfío de ti, sólo tengo miedo.

Esas palabras fueron suficientes para provocar una risita más en el rubio, y unas suaves palmaditas juguetonas en la espalda de Checo.

—No hay por qué temer. Ser gay no es malo; el amor no tiene por qué cuestionarse ni castigarse. Recuerda eso siempre.

—Gracias por escucharme, Emilian.

—Gracias por confiar en mí, Michel.







[…]

¡LEVANTENSEEE!

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora