XVIII. Primera cita

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El tema no volvió a tocarse en los próximos minutos, puesto que llegaron a su destino en la comisaría. Sergio no tardó en expresar su disgusto con el comandante, diciéndole que era una completa estupidez.

Si no fuera por él —señaló a Max—, el golpeado e irreconocible sería yo. No Saúl. ¡Ese pelos de...! ¡Él me atacó a mí! ¿O qué necesito estar hasta su chingada madre para que lo entiendan?

Mire jovenazo, eso no nos corresponde a nosotros decidirlo. Por eso tienen que hacer una declaración ante el juez y ya él verá qué onda.

¡Usted no sabe con quién se está metiendo!

—Sergio —el rubio lo detuvo cuando entraron al establecimiento y todo mundo los veía—. Tranquilo, no pasa nada. Quiero pedirte un favor. Bueno, dos favores. Uno, necesito que seas mi traductor; dos, tranquilízate. Alterarnos no ayuda de nada, ¿de acuerdo?

—Está bien. De acuerdo, voy a estar tranquilo —asintió—.

Los hicieron pasar a una sala donde un hombre mayor parecía presidir, una mujer que escribía en una computadora de escritorio y dos oficiales.

Señor Juez, son los del caso de Saúl Álvarez —el comandante se acercó al mayor y pareció murmurarle algo muy cerca—.

Gracias, comandante. Bien, buenos días, jóvenes. Tomen asiento.

Voy a esperar a mis padres y a nuestros abogados —sentenció—. No digas nada todavía, Max.

Muchacho, no tenemos tiempo para esperar. Tenemos que agilizar ésto y...

"¡Un momento!"

Las puertas se abrieron, Marilú y Antonio entraron, y junto con ellos el abogado que Sergio ya bien conocía; aquello le sacó una sonrisa al chico.

—Señor Juez Jiménez. Qué gusto verlo —Antonio halagó de inmediato—.

¡Antonio! ¡Qué sorpresa!

[…]

—Habernos dicho desde antes que conocías al juez Jiménez. ¡Hubieras evitado ese bochornoso espectáculo, papá!

—Ya, mi niño —Marilú respondió con una gran calma—. Ya. Lo bueno es que pudimos llegar a un acuerdo y que ese desgraciado de Saúl no se salió con la suya.

—Si me lo encuentro otra vez, ¡ahora yo mismo lo desfiguro! —gritó—.

Max mantenía una sonrisa burlona al escuchar todo lo que Sergio gritaba, y es que el menor seguía tan enojado y diciendo que era un atropello todo lo que había pasado, que verlo así, resultó ser arrollador para Verstappen en el sentido de recordarlo tan sensible y honesto cuando iban camino a la comisaría.

Al llegar de nuevo a la casa, todos los que aún los esperaban soltaron un suspiro de alivio y sonrisas genuinas de tranquilidad.

Pero Sergio estaba terriblemente enojado aún y enfadado de ver tanta gente, así que sólo se disculpó y se fue a su habitación, dejando a todos confundidos, excepto a Max, quien solo le sonrió.

El resto del día y de la tarde pasó velozmente, y como Sergio se había quedado dormido apenas tocó su cama, cuando despertó se sorprendió al ver que la noche había caído. Se levantó sin prisas y bajó solo para encontrarse con que no había nadie en casa; fue hasta la sala de estar cuando una risilla lo asustó y se encontró con Max cómodamente sentado en un sofá viendo su teléfono.

—¿Dónde están todos? —murmuró con voz ronca y adormilada—.

—¡Ah, hola! —sonrió al verlo y tanteó suavemente el asiento a su lado—. Fueron a visitar a tu abuelita. La señora Marilú no quiso despertarte, dijo que necesitabas descansar. ¿Ya no estás tan enojado?

Bodyguard [Chestappen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora